las esclavas de Bob 2
Escrito por joaquín
Se sentía como si fuera un sucio saco de semen. Tenía la boca pastosa, el aliento fétido y el vientre hinchado.
Internamente deseaba que la llevaran a alguna habitación, con una ducha y con cama. O sin ducha, pero al menos una cama.
Pero no podía elegir.
Debía caminar detrás del hombre que le había sacado del cuarto oscuro hasta donde él quisiera. La estaban llevando hasta el sótano del edificio.
Hasta donde ella sabía, eran donde debían pasar las cosas más turbias.
— Entra aquí.
Alice entró en el espacio con doble puerta esperando lo peor. Debía esperar hasta que la puerta externa estuviera cerrada para poder entrar.
Se acomodó las tetas. Estuviera quien estuviera al otro lado de la puerta debía estar lo más presentable para él.
Cuando abrió la puerta interior escuchó un grito de dolor seguido de una risa conocida.
Se quitó los tacones y entró descalza en la habitación.
Susan estaba a cuatro patas encima de una mesa, amarrada mediante cuerdas por los tobillos y las muñecas, soportando el peso de su cuerpo simplemente por las rodillas y los codos.
Tenía las rodillas abiertas, las palmas de las manos abiertas y sobre la mesa y una mordaza dental en la boca.
A primera vista parecía una posición rara, pero Alice lo entendiendo en seguida.
El cuerpo de Susan estaba completamente expuesto para ser usado.
Alice pudo sentir sobre su propio cuerpo el completo dominio que el amo tenía sobre su esclava.
Susan no podía hacer nada. Había sido reducida a una mera cosa para dar placer a un hombre.
Su amo podía penetrarla por donde quería, cuando quería y como quería.
— ¿Se han portado bien contigo?
— Sí, amo.
Bob comenzó a sacar su enorme polla del culo donde la tenía clavada.
Alice ya lo había visto una vez, pero nada como esta. Resultaba increíble verle duro. Y más increíble resultaba que hubiera salido del culo de su amiga.
Volvió a clavarle la polla.
— ¿Te gusta, zorra?
Bob la sacó y la volvió a meter, dos, tres, cuatro veces más con toda la fuerza de la que era capaz mientras Susan gemía de dolor.
— Lo malo del sexo anal sin limpiar antes el agujero es que te dejan la polla llena de mierda.
Agarró del pelo a su esclava y le levantó la cabeza. Las cuerdas se tensaron en el proceso.
— Ven, agarra aquí.
Alice dejó los tacones en el suelo y se situó junto a su amo.
Le estaban indicando que la agarrará del pelo.
— Preferiría no hacerlo, amo.
— ¿No quieres hacer daño a tu amiga? Bien, lo respeto. Pero alguien me tiene que limpiar la polla. ¿Te ofreces voluntaria?
Alice estaba a punto de decir que sí cuando Bob soltó el pelo de Susan.
— Calma, no pasa nada.
Comenzó a moverse y se situó delante de la mesa. Agarró con ambas manos la cabeza de Susan y se la metió hasta el fondo de la garganta.
— ¿Sabes para qué más se utilizan estas mesas?
— No, amo.
Alice se había quedado petrificada y solo fue la pregunta de su amo la que le sacó del estado en que se encontraba.
— Para follar con perros. Estando atadas no se pueden mover cuando el animal se sube a la espalda y comienza a montarlas.
— Entiendo, amo.
Por indicación de su amo, Alice se había movido hasta situarse a su lado.
Tuvo que observar de primera mano la tremenda follada de boca que le estaban haciendo a su amiga.
Tuvo que ver de primera mano el gesto de dolor y sufrimiento reflejado en el rostro de de su amiga.
Pero sabía que lo estaba haciendo voluntariamente.
La humillación, el dolor, ser denigrada y usada hasta su límite y más allá era su deseo más oscuro y ella lo sabía muy bien.
Había también un cuenco lleno de babas encima de la mesa.
Bob se detuvo, satisfecho.
Por su cara, Alice supo que se había corrido.
Y algo más.
La parte de la meada que Susan no pudo tragar comenzó a caer en el cuenco.
— Dale de beber.
Alice no tuvo que preguntar qué ni cómo hacerlo.
Cogió el cuenco lleno de babas y meados y lo alzó para derramarlo en la boca abierta de su amiga.
— Me han ofrecido 50.000 dólares por tu primera vez.
— No los quiero.
— Te llevarías un buen pico.
No quedaba nada en el cuenco y Alice lo apartó con todo el cuidado del mundo.
— No lo quiero — declaró de nuevo.
Acababa de hacer algo horrible y se sentía fatal consigo misma.
Bob simplemente sonrió.
— Desnúdate.
Fue de lo más sencillo y natural quitarse las escasas prendas que cubrían su cuerpo. Era la primera vez que se quedaba desnuda delante de un hombre, y sin embargo, parecía que lo había hecho toda su vida.
Creía sinceramente que Bob se la iba a follar. Que la agarraría y le reventaría delante de Susan. Y estaba preparada para ello.
Sin embargo su amo agarró por el pelo a su esclava atada para alzar su cabeza.
— Mete tu coño en su boca.
Vale, de acuerdo.
Se subió encima de la mesa y tras tumbarse y abrirse de piernas, acercó su coño todo lo que pudo a la boca de su amiga, hasta sentir el acero de la mordaza.
Susan comenzó a chupar.
Su técnica era horrible. Estaba dando lengüetazos sin ton ni son, pero eso no era lo importante.
Alice lo estaba disfrutando como una cerda.
— ¿Sabes para qué más sirven estás mesas?
Alice no respondió. Estaba disfrutando demasiado.
— Para azotarlas. Si lo hace muy deprisa o muy despacio, siempre puedes darle un toque para que suba o baje la velocidad.
— Lo hace bien. — Aseguró ella divertida.
— No mientas.
Bob le acercó una vara.
— Cógelo.
Agarró la vara y Bob se alejó de la escena, sentado en una silla, quedando únicamente ellas dos en el escenario.
— Una vez significa lento. Dos, rápido.
Alice no tenía la menor intención de hacer daño a su amiga. Así que, dejó la vara encima de la mesa.
— Más despacio.
No, no era necesario golpearla o azotarla ni nada. Bastaba con decirlo.
— Más despacio, por favor.
Bob observó la escena divertido. Sabía que la morena no iba a bajar el ritmo. Y no lo haría porque quería que la rubia se corriera lo antes posible.
Y esta quería disfrutar lo máximo y lo mejor posible.
Un conflicto de intereses que solo podía terminar de una manera.
El azote sonó por toda la habitación.
Le dio en la palma de la mano. No estaba mal, era un sitio doloroso y además estaban para eso.
— Así.
No fue la única vez.
La azotó dos veces más cuando deseo que aumentará el ritmo, otras dos para acabar y de nuevo una más para que siguiera incluso después de haberse corrido.
Lo había hecho en el culo, alternando los azotes en sus glúteos, como una profesional.
Cuando terminó, no sabía si estaba satisfecha o arrepentida.
Había disfrutado, sí.
Había hecho algo que no quería hacer, sí.
Pero nadie la había obligado.
Camino hacía Bob con la vara en la mano y se la ofreció. A continuación se arrodilló ante él, con la cabeza completamente bajada.
La chica se estaba entregando.
A su manera, pero se estaba entregando.
Bob supo que deseaba que la castigaran como si hubiera hecho algo malo.
Comprendió inmediatamente daría lo mismo si rompía la vara de tanto usarla contra su cuerpo o si le mandaba con el cliente que antes había rechazado.
Y todo porque pensaba que se lo merecía.
— Ofréceme tu coño.
Una orden simple y brutal.
Alice no tuvo que pensar mucho. Se tumbó en el suelo cara arriba con las piernas muy abiertas y sujetándose los tobillos con las manos.
Su coño estaba completamente expuesto para su uso.
El primer varazo no se hizo esperar.
Alice lo aguantó sin gritar. Así como el segundo, el tercero, el cuarto y el quinto.
Cinco golpes que dolieron como el infierno.
Y aún así, cuando Bob se levantó y le aseguró que ya bastaba, Alice se abalanzó sobre la pierna de su amo.
Alice se arrepintió enseguida de está muestra infantil y estúpida de demostrar cariño y se separó casi inmediatamente.
Lo hizo con timidez, sin saber muy bien qué hacer a continuación.
Bob colocó su gran mano en la cabeza de ella.
Cuando su polla estaba flácida no parecía más que un colgajo, algo gordo y grande que simplemente colgaba de su entrepierna.
Por eso le gustaba tanto meterla así en la boca de sus esclavas.
Tal y como había hecho antes con Susan, fue introduciendo poco a poco su miembro en el agujero abierto de la chica, hasta el fondo.
Alice se había pasado parte de la noche chupando pollas, o más concretamente, la punta de muchas pollas.
Pero era la primera vez que se metía algo tan grande y grueso.
Se sintió completamente llena mientras respiraba con dificultad por la nariz.
No hizo nada más, solo mantenerla ahí dentro porque podía.
Alice no cerró la boca cuando su amo decidió sacarla.
Se había convertido en un simple agujero para usar.
Bob agarró su pelo y le hizo caminar como si de una perra se tratase.
Comenzó a azotar el culo de su esclava atada. Las marcas rojizas producidas por la vara comenzaron a aparecer aquí y allá sobre su delicada piel.
— Cómete su culo.
Alice no sabía si era una prueba, un castigo o qué. Y la verdad es que no le importaba.
Estaba entregada a las perversiones de su amo.
Abrió con sus manos los cachetes de su amiga y comenzó a lamer su sucio agujero.
Los gemidos de puro placer llenaron la sala.
Bob consideró que la sesión ya debía terminar y desató a su esclava.
Susan, en cuanto se vio libre de toda atadura, se arrodilló junto a su amo y le besó los pies.
Las chicas se vistieron con la escasa ropa que tenían disponible antes de salir.
Con todo menos con los tacones. Estos debían llevarlos en la boca, sujetando la correa con los dientes.
Que fueran descalzas y con el calzado en la boca era una manera de humillarlas, de recordarlas que valían menos que el calzado que llevaban puesto.
Por supuesto no podían olvidar que eran esclavas, y por tanto, las manos tenían que llevarlas en la espalda.
Bob entró con ellas en la sala principal.
El lugar estaba animado pues era la hora de que muchos hombres entran a trabajar.
— Mesa para uno, por favor.
Nadie les tuvo que decir donde sentarse, pues en cuanto llegaron a la mesa, ambas se arrodillaron al lado de su amo.
En muchos sentidos, parecía que llevaban siendo esclavas toda su vida.
— Un café, huevos y tostadas para mí y un tazón de leche para ellas.
— Veré que se puede hacer.
Un tazón de leche consistía básicamente en un cuenco lleno de lefa y entraba de todo, salvo de macho. De clientes sólo si así lo deseaban, de perro, de condones usados y de sumisos.
Pero eso no era algo que importará a las chicas.
Ellas lo único que debían saber es que debían beberse el cuenco lleno hasta los bordes de semen asqueroso y maloliente que la camarera colocó en el suelo para ellas sin usar las manos.
Por supuesto se convirtieron en la atracción de la sala y no tardaron mucho en tener todos los ojos puestos sobre ellas.
En un momento dado a Bob se le ocurrió la idea de quitarle la minifalda a Susan, dejando al descubierto tanto su culo como su coño a la vista de todo el mundo.
Simulando que necesitaba hacerlo para rebañar el culo del cuenco, Susan se abrió intencionadamente de piernas para mostrarse bien.
Ser exhibida, humillada y denigrada sin piedad le estaba volviendo loca.
Tras acabarse el desayuno, ambas chicas volvieron a una posición de descanso. Parecían perras esperando por su amo.
— Te doy 100 pavos si le quitas el top y nos muestra las tetas.
— Y otros 100 si lo tiras y tiene que ir a por él como una perra.
Los hombres de la sala rieron.
— Eso son 200. Bien, ya los has oído.
Obediente a los deseos de su amo, Susan se quitó el top rosa que cubría la parte superior de su cuerpo y se lo entregó a su amo.
Pero no lo tiró.
Una prenda de ropa tan ligera no puede volar mucho.
No.
Lanzó uno de los tacones de la chica en mitad de la sala.
Susan salió detrás de él a cuatro patas detrás, lo agarró con la boca y volvió con su amo, depositando el calzado en su mano.
Bob la recompensó acariciando su cabeza.
— Joder, aquí tienes la pasta. ¿Y la rubia, no hace nada?
Su amo le susurró algo al oído.
Tras asentir, Alice se alzó. Primero se quitó la camisa y a continuación los pantalones, quedándose de pie y desnuda, pero sin mostrarse a los demás.
— Oh, vamos. ¿No nos va a enseñar nada más que el culo?
— No me has dado nada para que te muestre.
— Vale, vale. Van 200.
Alice obtuvo el permiso de su amo para girarse y mostrarse a toda la sala.
Y se arrodilló para ellos con las piernas formando una equis.
Su amo deslizó debajo de ella uno de los cuencos ya vacíos y Alice comenzó a mear delante de todos ellos.
El sonido del chorro cayendo se pudo escuchar perfectamente en toda la sala.
Bob agarró el cuenco y se lo dio de beber.
No todo.
El resto de la orina la derramó sobre su cuerpo para provocar las risas de todos los presentes.
No hubo tiempo para más.
Bob decidió que ya era el momento de retirarse, así que las chicas recogieron la ropa tirada por el suelo, los zapatos con la boca y siguieron a su amo al interior del puticlub, a una habitación en el piso de arriba.
Allí vieron sus uniformes del instituto, impecables, en perchas.
Ambas se arrodillaron en mitad de la sala.
Bob colocó el dinero en el suelo.
La ganancia por las mamadas, la ganancia por el espectáculo de la mañana, menos los gastos del local.
Había un buen dinero.
— La diferencia entre una puta y una esclava es que las putas reciben su parte. Las esclavas no. También está la parte en que ellas pueden elegir y tienen horario laboral. Vosotras podéis ir olvidando esas cosas. ¿Entendido?
Ambas confirmaron con un Sí, amo.
— Ahora vestios.
Tras ponerse todo salvo las zapatillas y las medias, siguieron a Bob por la sala principal, solo para que los hombres pudieran ver la otra cara de ese par de guarras.
Las chicas solo pudieron calzarse sentadas en el suelo, a la entrada del recinto.
Nadie en el instituto se fijó en los discretos collares de cuero que ambas llevaban puestos. Y si lo hicieron pensaron que no era nada más que un capricho raro de dos íntimas amigas.
Solo uno de ellos fue capaz de reconocer que los collares eran auténticos.
— ¿Puedo preguntaros que mierda habéis hecho?
Cuando Robert les preguntó en el recreo ninguna de las dos supo qué decir.
— Nada.
— Eso que lleváis puesto es algo. Es la señal de que sois las perras de alguien.
— No es asunto tuyo. Ya sabes como están las cosas y tenemos que cumplir con nuestra parte.
— ¿Entonces es un recordatorio? ¿Es eso? Bueno, bien, supongo. ¿Vais a llevar la mercancía a la fiesta?
— Sí, no hay problema.
Robert se fue palmeando las manos.
— ¿En qué nos estamos convirtiendo?
Susan no respondió a la pregunta de su amiga. Ella sabía exactamente en que se estaba convirtiendo, en lo que siempre había querido ser.
— ¿Puedes cubrirme?
— No. Ya sabes que nos ha dicho. Nada de reunirnos con él por la mañana. Y esta tarde debemos dormir.
Pero Susan no podía aguantar.
Ansiaba volver a ser usada por él.
— Cúbreme, por favor.
— Susan, no.
Salió corriendo en dirección al callejón.
Bob intentó disimular la furia que le inundó. Resultaba peligroso para su tapadera que la chica le estuviera rondando.
— Vaya, si es la morena del otro día. ¿Vienes a darme la otra mitad del billete?
Susan se había plantado delante de él, en plena calle. Demasiado a la vista.
Se quitó una zapatilla y luego la otra, posando sus delicados pies desnudos en el frío y sucio asfalto, a plena luz del día.
Resultaba un gesto de sumisión demasiado potente para que Bob lo obviara.
Le indicó que entrará dentro del oscuro callejón.
Susan comenzó a andar deprisa sin mirar atrás hasta detenerse en mitad de todo.
La escena parecía haber durado una eternidad pero se desarrolló en unos instantes.
Bob la acompañó mucho más tarde.
— He visto chicas como tú ser reventadas por su necesidad, por no saber controlarse.
— Yo… lo necesito, amo.
— Sí, lo sé, ya lo sé. Ese piso de ahí es un piso patera. Está lleno de inmigrantes que seguro te darían un buen uso día y noche. ¿Quieres que te mande con ellos?
— Por favor, amo, yo…
— También conozco una perrera donde sólo lo harías con perros.
Susan no abrió la boca.
— No debería ni tocarte ni usarte por desobedecerme.
Bob se había situado ya detrás de ella cuando dijo esto último.
Colocó sus manos en la rodilla de la chica y comenzó a acariciar sus muslos.
Subió sus manos hasta la cadera y sus bragas se deslizaron por sus piernas.
Comenzó acariciando su coño suave y delicadamente mientras despojaba la chica de su chaqueta.
La masturbación subió de intensidad al tiempo que Susan se quitaba la camisa.
Bob la mordisqueó el cuello y sus manos seguían recorriendo el cuerpo de la joven.
Cayó la falda y el sujetador.
Susan llevó la mano de su amante a su pecho y sus genitales, ofreciéndose completamente.
Bob seguía comiéndola el cuello mientras seguía martubándola.
Se corrió.
— Arrodíllate.
Susan obedeció sin rechistar.
Bob se sacó la polla y comenzó a rebozarla por el suave y bello pelo de su esclava.
Un joven que trabajaba en un restaurante de comida rápida vio como Bob se corría en el pelo de la chica.
Luego le tiró dinero al suelo diez billetes de dólar para que ella lo recogiera.
— Para tu amo.
Y se alejó de ella.
Susan comenzó a recoger diligentemente todo el dinero esparcido por el callejón.
— Joder, ¿Eres una de esas esclavas sumisas?
— Sí.
— ¿Y solo cobra 10 pavos por tus servicios?
— Esto no era un servicio, era un castigo.
Tras contar el dinero volvió al lugar donde se encontraba su ropa.
— Pues no te he visto sufrir precisamente.
Susan ya se había puesto la falda, estando desnuda de cintura para arriba.
— ¿Y qué un mocoso al que su madre aún le limpia los mocos me vea desnuda mientras recojo el dinero del suelo de un sucio callejón no te parece suficiente castigo?
— No.
— Como se nota que no lo has hecho tú.
Susan terminó de vestirse y comenzó a marcharse.
— Te olvidas de los zapatos.
— Los tiene mi amo.
El joven observó como la chica caminaba decidida hasta la salida del callejón. La vio como cogía sus zapatillas de la mano de Bob y como le daba a este el dinero que había recogido.
— ¿Cuánto cobras por ella?
— La próxima vez que tenga que castigarla te la cedo con mucho gusto.
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