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LA ESTRICTA ABUELA ISABEL. DISCIPLINA. PARTE I
Escrito por sumisso

CAPITULO I: CONOCIENDO A LA ESTRICTA ABUELA ISABEL

La historia de mi familia es compleja y apenas conozco demasiado de ella. Nunca he conocido a mi padre, abandonó a mi madre y a mí por otra mujer, se marchó y nunca jamás volvimos a saber de él. Aquello le costó la familia a mi madre. Mi abuela Isabel advirtió a mi madre que el hombre del que estaba enamorado era un completo sinvergüenza y cretino y todo acabaría en tragedia. Ella hizo caso omiso a las advertencias de mi abuela y termino por macharse de la casa familiar para irse a vivir con el cretino de mi padre. Rompió lazos con mi abuela y dejaron de hablarse. La conclusión y desenlace final fue que mi padre la dejó con una deuda económica muy elevada debido a la casa que acaban de comprar y además con un bebé que era yo .Mi abuela Isabel llevaba razón .Acabó en tragedia.


Mi madre trabajó día y noche para criarme y saliésemos adelante y lo consiguió. Tenía múltiples trabajos de largas horas. Nunca se arrepintió de la decisión de marcharse de la casa de la abuela Isabel ya que ahora tenía el bien más preciado, el cual era yo. Hoy en día han pasado muchos años de esa historia y os puedo asegurar que mi madre ha cambiado de idea. Se equivocó por completo, quedó con una gran deuda económica, tuvo que criarme sola y para rematar todo, yo me había convertido en un verdadero cretino, sinvergüenza y delincuente en potencia. Llevaba los mismos pasos de mi padre.

Mi madre, de nombre Helena y yo, apenas nos hablábamos, más bien discutíamos a todas horas. Yo no hacía nada más que llevar problemas a casa, empezaba a tener un largo historial delictivo. Robo, peleas, borracheras e incluso algún problema con mujeres. El encantador niño que había criado se había convertido en un joven completamente indeseable sin educación. Mi madre me lo reprochaba a diario pero yo no la hacía el menor caso, no tenía el menor poder sobre mí. Siempre acababa en una nueva discusión a voces entre ella y yo.

Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde o está a punto de perderlo. Eso me ocurrió a mí. Cierto día mi madre ingresó de urgencias en el hospital. Tenía un fuerte dolor en un costado. Fue operada de urgencias, la operación no salió tal como esperaban los doctores y tuvieron que volver a operarla por segunda vez. Nadie apostaba por que mi madre sobreviviera, los doctores me contaron la terrible realidad, estaba a punto de perderla. El milagro se produjo y sobrevivió de una forma inexplicable. Di gracias por no perderla. Aquel día fue cuando cambió mi vida por completo y fue en especial por la aparición de la abuela Isabel.

Aquella mañana entró en la habitación del hospital una mujer mayor. Si, era la abuela Isabel. No era una anciana, pero si puedo afirmar que ya entrada en años, quizás 65 años, quizás 70, quizás más, su rostro denotaba su edad. Una mujer corpulenta, aspecto grande, cuerpo obeso y rechoncho. Pelo negro como el carbón teñido y unas gafas gruesas de pasta en su rostro. A su favor puedo decir que iba perfectamente vestida, falda negra, camisa abotonada, medias negras y unos botines con tacón. Uno de los detalles que en aquel momento no di mayor importancia, pero que marcará el resto de este relato era que llevaba enfundados unos guantes de piel negros en sus manos, a pesar de que no hacía frio ese día.

Mi madre tras salvar la vida, permaneció una temporada en el hospital, y su madre, la abuela Isabel no se separó de ella. En aquella habitación empezaron a surgir los conflictos entre la abuela Isabel y yo. Éramos completamente distintos. La abuela Isabel era una mujer seria, estricta, altiva, se pasaba el día dando órdenes, incluso a los doctores. Se enojaba fácilmente y temblaban los cimientos cuando lo hacía. Yo por el contrario un completo mal educado, desobediente y cretino. Había pasado de tener discusiones con mi madre a tenerlas con mi abuela. En tan solo unos días mi abuela empezó a conocerme y dedujo que era igual que mi padre, un completo indeseable.

Tras varias semanas ingresada mi madre en el hospital, el doctor decidió dejarla marchar a casa. Los doctores nos indicaron que necesitaría muchos cuidados, debería permanecer en cama una temporada sin realizar esfuerzos, pero que con el tiempo se recuperaría. Ahora el problema era que yo no sabía cuidar de mí mismo, mucho menos de mi madre. Mi abuela decidió aceptar a mi madre en su casa para su recuperación. Yo no estaba invitado, mi abuela no quería en su casa a un cretino como yo. Mi madre se opuso a ir a casa de mi abuela si no iba yo, ella sabía perfectamente que si yo me quedaba solo terminaría en un problema irremediable, me conocía perfectamente y sabía que era un delincuente en potencia tal como os indiqué. La abuela no tuvo más remedio que aceptarme a mí también en su casa.

La casa de la abuela Isabel era bastante grande y confortable. Una vivienda formada por dos plantas y un amplio jardín a la entrada. Mi madre se instaló en una habitación en la planta de abajo, muy cerca de la habitación de la abuela Isabel .Mi madre no podía subir ni bajar escaleras. Ellas permanecerían en la planta de abajo ya que allí se encontraba el comedor, la cocina y un baño amplio. A mí, la abuela me mandó a la planta superior, lo más alejado posible. De esta forma no tendría que verme tan a menudo, pero aunque fuese grande la casa era inevitable encontrarnos constantemente.

La primera semana en casa de la abuela Isabel fue un desastre. Ahora vivía temporalmente en pueblo detestable que desconocía. Me habían separado de mis amistades, con los que fumaba y bebía a diario y con mis supuestos amigos con los me metía en problemas a diario. Pasaba horas en la casa sin saber qué hacer. Fumaba en la casa, el olor de la hierba dejaba un terrible olor. Bebía latas y más latas de cerveza, me pasaba el día frente al televisor…. No hacía nada de provecho. Mi abuela se ocupaba de mi madre y yo no ayudaba en nada, todo lo contrario solo ensuciaba y creaba mal ambiente.

La abuela Isabel se pasaba el día limpiando y cuidando de mi madre. Recuerdo perfectamente que portaba un delantal apretado de color rosa en su cuerpo y siempre enfundada en sus guantes de goma gruesos largos de uso doméstico. Deduje que tenía alguna fobia, porque siempre llevaba guantes de goma en sus manos, en casa usaba unos gruesos domésticos y en la calle unos de piel marrones o negros. Incluso podía verla en la cocina comiendo con uno de sus guantes enfundado. Siempre llevaba ambos guantes o en el mejor de los casos solo uno. Era casi imposible que no llevase ninguno. Una mujer muy extraña.


Varios días después fue cuando se produjo el gran encontronazo entre mi abuela Isabel y yo. Ella me recriminó mis modales, siempre lo hacía desde que llegué a aquella casa pero aquel día estaba ya cansada de mi comportamiento. Tuvimos una acalorada discusión.

- ¡¡ Eres igual que el cretino de tu padre. Eres un completo sin vergüenza ¡¡ - Me recriminó la abuela Isabel.

- Tu eres una puta vieja amargada, vete a la mierda – La dije levantando la voz.

Observé como el rostro de la abuela Isabel cambio por completo. Parecía que sus ojos se hubiesen vuelto rojos y lanzase rayos de ira a punto de reventar los cristales de sus gafas. Me miraba repleta de odio. Levanto simplemente su mano y me apuntó con su dedo enguantado en unos guantes de goma rosas largos.

- Te prometo que vas a lamentar haberme faltado al respeto de tal forma…. Tus días como delincuente han terminado, voy a hacer de ti todo un hombre - . Se dio media vuelta y desapareció. Comencé a reírme mientras se marchaba, me tomé sus palabras a broma riéndome de ella.


Aquella noche la abuela Isabel dio de cenar a mi madre en su habitación como cada día. Se aseguró tomaba todas las medicinas y la dejó en su cama descansado. Tras terminar de cuidar a mi madre subió las escaleras hasta la planta de arriba donde estaba mi habitación. Abrió la puerta de mi habitación temporal en aquella casa y entró al interior. Allí estaba la abuela Isabel plantada delante de la puerta de mi habitación, cerró la puerta y echó una llave que ella custodiaba. Quedamos ambos encerrados en el interior, salvo la gran diferencia que era ella quien custodiaba la llave. Llevaba su mano izquierda enfundada en uno de sus guantes agarrando una bolsa. Se enfundó el otro guante de goma en su otra mano. Se acercó hasta mi malhumorada y….lo que ocurrió a continuación nunca lo olvidare.

Traté de levantarme de la cama donde me encontraba viendo la televisión y fumando hierba. Estaba desconcertado por el comportamiento de la abuela irrumpiendo de esa manera en mi habitación y cerrando la puerta con llave. Iba a levantarme para echarla de allí. Antes de poder levantarme noté como la abuela Isabel se abalanzó sobre mí. Introdujo una mano enguantada por dentro de mi ropa interior, por la parte de atrás de mi culo, y agarró mis testículos fuertemente entre los muslos, de tal forma que pensé que me quedaba sin ellos. Los retorció y estrujó propinándome un dolor terrible. El grito se hubiese escuchado en todo el pueblo si no fuese porque me tapó a la vez la boca con su otra mano enguantada. Trató mis testículos como un vulgar trapo al que escurrir.

- Hhhhhhhhhmmmmmm - Me quejé del dolor que me producía apretando y estrujando de aquella manera mis huevos. Aunque su otra mano de goma amortiguó mis gritos.

- Estate quieto y pon las manos a la espalda o te quedas sin huevos… si aprieto un poco más plooooffffff revientan - Me indicó amenazándome. Obedecí de inmediato dolorido y a la vez humillado por la situación. Olfateé un olor fuerte y rancio proveniente de sus guantes de goma de color rosas. Estaban terriblemente sucios, se pasaba el día con ellos, limpiado todo con ellos enfundados, incluso el wc, el olor era muy fuerte. Os puedo asegurar que si al ser agarrado de aquella forma tan fuerte, no intenté nada, estaba inmovilizado.

Sacó unas esposas de metal del bolsillo frontal de su delantal. Quedé perplejo, no comprendía que hacía la abuela Isabel con unas esposas de metal. Cerró las esposas en mis manos colocadas a mi espalda. Pasó una argolla de las esposas por mi mano, levantó mis brazos hacia atrás y la otra esposa la paso por el cabecero de la cama para después colocarla en mi otra mano. Me esposó las manos a la espalda y levantadas hacia atrás sujetas al cabecero de la cama. Quedé inmovilizado en un momento en una incómoda posición.

- Ahhhhh ahhhhh me hacen daño las esposas – Me quejé por la dureza con la que había cerrado el metal mordiendo mi piel.

Su respuesta fue inesperada. Observé un extraño movimiento y acercó un trapo blanco a mi boca. Al instante deduje lo que había sucedido. La abuela Isabel metió su mano enguantada por debajo de su delantal y bajó sus bragas por sus piernas hasta sacarlas por sus pies. Estrujó las bragas blancas entre su guante de goma y las acercó a mi rostro. No era un trapo, ¡¡ eran sus bragas sucias ¡¡ Tapó mi nariz con una mano y al abrir la boca para respirar introdujo sus bragas sucias hasta el fondo de mi boca, de tal forma que parecía que iba a tragarlas. Se aseguró forzando con sus dedos enguantados que quedaban hasta el fondo tocando mi campanilla. Sacó de la bolsa un rollo de cinta americana de color gris y comenzó a rodear mi boca, rostro y cabeza con ella. Una vuelta, dos vueltas…. Cinco vueltas, se aseguró que quedase bien apretada la cinta y no pudiese liberarme de ella.

Ahora mi boca saboreaba sus bragas sucias, era un sabor fuerte a orines y restos de ano. Me sentía completamente humillado. Una vez esposado en aquella incómoda posición y amordazado, no tuvo ningún problema en atarme los pies con una cuerda al cabecero trasero de la cama. Estaba completamente inmovilizado bocabajo en la cama sin poder mover un milímetro de mi cuerpo. Estaba completamente humillado.


La abuela Isabel sacó de la bolsa que portaba una correa de color marrón. Era una correa gruesa de mujer, un complemento para la cintura de una señora. Era gruesa y larga. Me enseñó la correa acercándola a mi rostro. Apenas podía girar la cara debido a la incómoda posición.

- Estoy segura que nunca te han roto el culo a correazos…. Para todo hay una primera vez….. te aseguro que vas a lamentar tus palabras - La abuela Isabel se colocó a un lado de la cama y anudo la correa sobre su guantes de goma. Intenté escapar o gritar, pero no era posible, estaba completamente inmóvil y amordazado saboreando un olor muy fuerte de su mordaza sucia.

- Es inútil que intentes escapar, me he asegurado que no puedas hacerlo. No vas a ir a ninguna parte. Ohhhhh no puedes pedir ayuda a tu mamaíta….. no te va a escuchar, está en la planta de abajo durmiendo y tú no puedes decir nada. Ahora te voy a enseñar a respetarme y obedecerme …. Escucha con atención estúpido cretino…. Te voy a dar 100 correazos… tandas de diez azotes, iré aumentando la dureza en cada tanta… llegará un momento que será insoportable el dolor… y tu calladito sin decir palabra y quietecito… aprenderás a obedecerme y respetarme. Te juro que voy a hacer de ti un hombre…. Va a ser una noche muy larga para ti. – La abuela Isabel agarró con dureza la gruesa correa marrón entre su guante de goma y…


ZAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAASSSSSSSSSSSSSSSSSSS Sentí un dolor intenso en la piel desnuda de mi culo. Un volcán en erupción quemaba mi piel.


ZAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAASSSSSSSSSSS volvió a azotarme con la misma intensidad, recibí de nuevo el mismo dolor, sin poder quejarme ni moverme. Descubrí el dolor que puede producir una correa de piel sobre el culo desnudo.

La azotaina era dura, nunca había sido azotado, la correa quemaba la piel y producía un fuerte dolor. Os aseguro que ese dolor inicial no fue nada comparado según aumentaba el número de correazos. Cada azote, cada correazo, me producía un dolor intenso, ahora estaba pagando todo mi comportamiento hacia la abuela Isabel. Cada correazo sobre mi culo dolorido aumentaba el dolor. La tercera tanda de correazos fue dura, la cuarta lo fue aún más, pero la quinta empecé a llorar. Terminó de propinarme los primeros 50 correazos y las lágrimas escaparon de mis ojos.

Me encontraba dolorido y humillado. No podía hacer nada, no podía mover un milímetro de mi cuerpo, solo recibir cada nuevo azote en silencio y quieto. No se escuchaba nada en la habitación estando amordazado , solo el silbido de la correa y la abuela Isabel contando cada nuevo correazo.

- Cincuenta….. tomaremos un descanso – La abuela Isabel colocó una silla al lado de la ventana. Se sentó y agarró mi paquete de cigarrillos que estaba sobre la mesilla de madera junto a la cama donde estaba inmovilizado y amordazado. Encendió un cigarrillo y comenzó a fumar sentada en la silla cómodamente con sus piernas cruzadas al lado de la cama. ¿la abuela fumaba?

- A partir de hoy vas a respetarme….me trataras como señora Isabel…. Vas a obedecerme en todo sin rechistar…. Me trataras con respeto…. - La abuela Isabel continuaba fumando agarrando el cigarro entre sus guantes rosas de goma sentada junto a la ventana abierta. Giré mi rostro con dificultad debido a las esposas y comprobé como estaba con sus piernas enfundadas en unas medias negras oscuras de liga con las piernas cruzadas. Su mandil rosa se había subido a su cintura y se podía observar su coño enorme y completamente peludo por debajo al no llevar sus bragas puestas, ya que estaban en mi boca.

Apagó el cigarrillo en un cenicero y se levantó de su asiento. Agarró de nuevo la correa gruesa marrón de mujer y se situó a un lado de la cama.


- Ahora empieza el verdadero dolor… voy a aumentar la dureza de cada tanda… llora cuanto quieras que me da igual… te aseguro que voy a ser muy dura contigo, nunca nadie antes me ha faltado al respeto de tal forma…. Ohhhhh pide ayuda a tu mamaíta si puedes,jajaja.- La abuela Isabel levanto su correa y :


ZAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAASSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS , ZAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAASSSSSSSSSSSSSS



Comprendí el significado de la palabra dolor, cada nuevo correazo era un sufrimiento. Lloraba y lloraba sin importarle lo más mínimo a la abuela Isabel. El tiempo se detuvo, cada segundo era una hora, cada minuto una eternidad. Se hacía eterna la azotaina y apenas aumentaba en número de correazos. Llegamos a la última tanda de correazos. ¿Sabéis lo que sentía ?... Indefensión., impotencia, no poder gritar ni emitir palabra alguna, no poder moverme y observar como la abuela Isabel levantaba su correa contando cada correazo . Lloraba a cada correazo.

ZAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAASSSSSSSSSS

- Últimos diez azotes… la buena noticia para ti es que ya queda poco, la mala es que voy a ser muy dura en estos diez últimos azotes….. te aseguro que no vas a poder sentarte en una larga temporada - La abuela Isabel balanceó su correa en el aire una y otra vez. Se escuchaba el silbido de la correa cortando el aire y de pronto:


ZAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAASSSSS


El dolor fue insoportable. Pensé que me había quedado sin culo. Lloré desconsoladamente mientras la abuela Isabel volvió a balancear la correa en el aire.

ZAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAASSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS


- Ohhhhh , ahora no eres tan chulo , ¿ verdad?... ¿ se te han quitado las ganas de faltarme al respeto ?.... – Me indicó burlándose de mi .

ZAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAASSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS


- ¡ Ohhhhh como llora el niño¡….. a partir de ahora te voy a tratar como lo que eres… un niño llorón….. aprende a compararte o te aseguro que no te va a gustar lo que va a suceder - . La abuela Isabel terminó de propinarme cada correazo hasta llegar a los 100 correazos prometidos. Comprendí que si la abuela Isabel prometía algo, lo cumplía estrictamente. Recibí cada correazo uno a uno. Su palabra y promesa eran inquebrantable.

Tras terminar de propinarme los 100 correazos prometidos pensé que me liberaría de mi castigo. Guardó su correa dentro de la bolsa y se dispuso a abandonar la habitación. ¿Pensaba dejarme allí encerrado, inmovilizado y amordazado con sus sucias bragas en mi boca? Así lo hizo. Me dejó toda la noche inmovilizado y amordazado con el culo dolorido en mi habitación.

No pude dormir apenas aquella noche. No paraba de pensar en lo sucedido. Mi culo estaba dolorido, rojo, morado y probablemente con sabañones de correazos. No dejaba de pensar en la abuela Isabel. Su correa, sus guantes sucios, su mordaza que me impedía articular sonido alguno. Descubrí que me había excitado como nunca antes, mi pene estaba completamente recto y no comprendía porque. Era la primera vez que una mujer y que además me doblaba en edad o quizás triplicaba me había superado y humillado. No dejaba de pensar en ella a la vez que sentía el dolor de mi culo, el sabor a orines de su mordaza y el daño de sus esposas en mis manos.

No comprendía que sucedía, pero el joven desobediente del día anterior ya no era el mismo, la abuela Isabel me había humillado por completo. Comencé a sentir algo especial que no podía describir. Necesitaba más tiempo para comprenderlo… pero eso os lo contaré en el siguiente capítulo.

Capitulo II ya publicado.


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LA ESTRICTA ABUELA ISABEL. DISCIPLINA. PARTE I es un relato escrito por sumisso publicado el 29-06-2024 21:56:07 y bajo licencia de Creative Commons.

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