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LA SAGA DE LAIKA VII
Escrito por Lena

LAIKA + - KIRA

El lunes Carmen empezó sus cursos de catalán, quería conseguir el certificado de C2, el de nivel superior. A partir de aquel día Montse solo le tenía que hablar en aquella lengua, aun a costa de que no entendiera algunas cosas de las que le dijera, en caso extremo pedía que le tradujera algunas palabras.

Fue así como le habló de sus miedos. Del miedo que tenía que le pasara lo mismo que le había pasado a ella respecto a su esposo. Que el sexo que le podía proporcionar ya no le satisficiera, después de haber conocido la sumisión, hasta el punto de que la había conocido.

- Tu también la has conocido y mucho más que yo y bien que quieres revolcarte conmigo. ¿No? Pues a mí me ocurrirá lo mismo. Cuando esté muy necesitada de sumisión seguro que sabré cómo encontrarla al igual que tú. Además, está la señora.
Te quiero de verdad y solo me apena saber que tendremos que separarnos.

Habían pasado ya dos semanas y seguían sin noticias de Diana. Ahora se veían menos, Montse se había reincorporado a su puesto como propietaria de la empresa, en cuanto a Carmen, por las mañanas iba a la Universidad y por las tardes a sus clases de catalán. les quedaba menos tiempo para hablar y para disfrutar de sus cuerpos. Aquel viernes decidieron salir a divertirse un poco.

- Llévame a un sitio que podamos bailar, pero que no sea una discoteca de aquellas grandes e impersonales. seguro que tú sabes de sitios distintos.

- ¿A bailar? Hace años que no lo hago.

- Pues hoy lo vas a hacer. Bien juntitas, ya verás como se ponen los tíos viéndonos. No sé porque les gusta tanto ver dos mujeres en plan les.

- Siempre tan loca tu. Espero que no nos encontremos con nadie conocido.

- Venga ya, amor, siempre con tus miedos.

Efectivamente los hombres las miraban con deseo, observando cómo bailaban, muy juntas, a ratos formándose la una a la otra y dándose caricias y besos fugaces, Lo cierto es que se lo estaban pasando muy bien, completamente desinhibidas.
- Vámonos. Vámonos enseguida. salgamos de aquí, Carmen.

- Pero ¿Qué te pasa? ¿A qué viene esto?

- Nico, Nico está aquí, con su amigo, los acabo de ver en la barra. Huyamos antes de que nos vean. No quiero saber nada de ellos. Date prisa.

- Sí, sí, salgamos.

Allí estaban los dos cerrándose el paso. Montse palideció.

- Déjanos pasar.

- Vaya, putita, que bien te libraste de nosotros.

- ¡Déjame pasar! - Sí, déjanos ¡Joder! pasar.

- Tu cállate..

- Sal de ahí y déjame pasar. Queremos irnos.

- No tan deprisa.

- ¡Que nos dejes pasar!

- Pídemelo bien y a lo mejor te dejo.

Montse bajó la mirada y con voz temblorosa le pidió, implorando, que no les impidiera el paso.

- Déjeme pasar…Por favor…Señor…

- ¿Estás segura? ¿Estás segura de que no quieres venir con nosotros? Hoy estamos generosos y te lo haremos gratis.

- Señor…Usted me rechazó. Me... Me dijo que le daba asco…

- Dije. Dije. Dije. Seguro que todo este tiempo has estado soñando con nuestras pollas.

- Yo…Yo…

Sintió su mano agarrándola por un brazo. llevándola hacia fuera. llevándola con ellos.

- Vete…Vete, Carmen…Espérame en casa.

- Pero…

- Lárgate de una vez. bollera. ¿O también quieres que haya para ti?
- Está bien. Ya me voy. te esperaré despierta, amor.

- ¿Amor? - Nico estalló en una carcajada.

La llevaron, aún temblorosa, al local, que tan bien recordaba.

- ¡Desnúdate! puta!

Nico descubrió que aún guardaba su collar en el bolso. Hicieron con ella todo lo inimaginable. Todo lo que quisieron. La humillaron como nunca había sido humillada. Ya no solo como sumisa, si no por el hecho de haber sido su jefa, por el hecho de verla tan emputecida. Tan ansiosa de ser tratada como una perra, de ser penetrada y no solo por sus pollas, por todos sus agujeros. Azotada y sabiendo, por vez primera lo que era que derramaran cera en su cuerpo, en sus senos, tal y como habían dicho que le haría la primera vez que estuvo con ellos.

- Ponle la máscara de cerdo. Así nadie la conocerá si alguno de los compañeros sube las fotos a Internet. Ya verás lo que comentan y cómo se reirán cuando la vean así en el grupo de WhatsApp.

-Tócate. Que vean como se toca una cerdita. Gruñe. Así, gruñe cerda.

Hicieron que se postrarse y separarse las nalgas mostrando su ano. aquello era más de lo que podía soportar sin sentir vergüenza de sí misma, del punto de degradación a que la habían llevado.
Meada, la echaron a la calle, sin siquiera dejar que se duchara.

- Carmen, por favor. coge el coche y venme a recoger, a penas me puedo mantener en pie y no puedo ir como estoy por la calle.

- Sí, sí. Ahora vengo, amor. dime la dirección.

Se asustó de verla en aquel estado, apoyándose en una pared, oliendo a meados.

- ¡Dios mío! ¿Te han violado?

- No. No les ha hecho falta violarme, llévame a casa, por favor, necesito ducharme y descansar. Ni siquiera quiero verme en el espejo. No soy más que una puta, una puta sumisa.

- Las dos lo somos, amor.

Aquella noche, en la cama. Carmen acarició y besó las marcas que los azotes habían dejado en su piel.
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- Si que llegas tarde hoy.

- He estado negociando.

- ¿Negociando?

- Sí. La verdad es que no tengo suficiente con las llamadas de Diana para darle placer. En realidad, necesito unos cuantos azotes como los que recibí de Don Roberto.

- Aún estas de suerte, al menos a ti Diana te somete que lo que es a mí solo me llama para tomar el té y hablar conmigo, dice que nos hemos hecho demasiado amigas como para usarme como sumisa.
Pero cuéntame ¿Qué es esto que has estado negociando con ella?

- No, con ella no. Sabes que aquí cerca hay un parque donde por la noche se llena de prostitutas y de coches buscando sus servicios o solamente disfrutando del panorama. ¿No?

- Sí, claro. Yo misma he pasado algunas veces por allí, por puro morbo.

Entonces le contó lo que había estado haciendo. Había hablado con el chulo que las controlaba y le había pedido poder estar allí por una noche a cambio de entregarle todo el dinero que sacara a él.

- Estas locas. Esta gente es peligrosa.

- Solo será un anoche. Esto ha quedado claro. Mañana mismo iré. Además, yo me voy pronto y aquí nadie me conoce.

- No sé, no lo veo claro, pero tú misma. eso sí llévate el teléfono y llámame por si te pasa algo y, sobre todo, usa preservativos.

- Claro que sí, si ocurriese algo te llamaría enseguida.

Sabía que no podía darle lo que necesitaba, si Diana ya no podía dárselo a ella, mucho menos podía ella a su amor.
Sin embargó pensó en que podía intentarlo, después de todo. ¿Quién sabe mejor de los deseos de una sumisa que otra que és como ella? A la mañana siguiente, sin contárselo a Carmen, saldría un rato de la empresa e iría a comprar una fusta y un arnés. Debía intentarlo. Hacerla feliz en sus deseos.

Por la noche, un buen rato después de que su amante hubiera salido, cogió su coche y se colocó estratégicamente, con él, en una esquina poco iluminada de una calle que daba a aquel parqué, desde allí la veía.
Estaba realmente apetecible con aquellos tacones altos y aquella gabardina que la cubría y que abría, sin el menor reparo cada vez que un automóvil se acercaba, dejando su magnífico cuerpo a la vista. Como una pieza tanga negro que a duras penas tapaba su sexo.
Vió como subía a un coche y esperó, nerviosa, temiendo por ella, a que volviera.
tenía que hacerlo. Estaba decidida a hacerlo. Trago saliva y arrancó el coche, situándose detrás de la cola que se movía lentamente.

- Hola. ¿Haces también mujeres?

Carmen se acercó a la ventanilla y con soltura le siguió el juego.

- Sí, claro. aún que vienen pocas y ninguna tan guapa como tú.

- Me temo que no hemos sido presentadas como para tutearme.

- Disculpe, señora.
¿Quiere mis servicios? Será un placer para mi ofrecérselos.

- Sí. Por supuesto, por esto he parado. ¿Cuánto pides?

- Depende de lo que usted quiera, señora.

- Quiero disfrutar de tus pechos y que me des placer. Seguro que sabes muy bien cómo hacerlo.

- Serán sesenta euros, señora. verá cómo queda contenta con ello.

- Sube. ¿Cómo te llamas?

- Kira, señora.

- Dime. ¿A dónde vamos Kira?

- Yo le indico, señora.

La hizo conducir hasta un oscuro callejón. Delante suyo había otro coche aparcado donde se adivinaban las sombras de un hombre y una mujer,

Carmen abrió totalmente su gabardina, dejando sus senos accesibles.

- Tenga, señora. Puede disfrutar de ellos tanto como quiera.

Los acariciaba, los sobaba como nunca lo habría hecho. Chupaba sus pezones, los mordisqueaba.

- ¿Le gustan mis tetas, señora?

- ¿No ves como sí? - Le hablaba con un tono que nunca había usado con ella.

Carmen empezó a acariciar sus muslos, subiendo la mano hasta sus bragas.

- Espera, que me las quito.

- Sí, señora.

Volvió a sus pechos mientras ella acariciaba su húmedo sexo, su clítoris. Montse, jadeaba.

- Quiero que me lo comas. Por esto he pagado.

- Con los hombres es más fácil dentro de un coche, señora.

Le pidió que abriera la puerta y se sentara de lado, salió del coche y arrodillada en la acera obedeció lo que le había ordenado. Sí, por esto había pagado.

- No pares hasta que me corra, puta.

Carmen estaba muy excitada, pero aun así se comportó como una profesional, sin darse placer. Comió el sexo de su amante, ahora su cliente, hasta que esta llegó al orgasmo.

- Bien, te devuelvo al trabajo ¿No?

- Sí, sí señora.

- ¿Sueles venir mucho por aquí?

- No, solo ocasionalmente, pero hay otras chicas, si usted quiere.

- Ya sé que hay otras chicas, pero me interesas tu. ¿A qué hora terminas?

- Antes de las seis señora. Luego vienen los municipales y esto se despeja. Ya sabe.

- ¿Quieres ganarte doscientos euros extras?

- Sí, claro.

- Entonces te doy la dirección de mi casa y vienes cuando hayas terminado. Quiero un servicio especial:

- ¿Un servicio especial?

- Sí. Quiero verte sometida, si tú eres capaz de ofrecer un servicio de este tipo.

- Sí, claro. Lo haré con mucho gusto, señora. Será un placer.

- Sí y un buen dinero. Te dejo aquí para que sigas trabajando. Te espero en cuanto termines.

- Sí, señora.

Carmen no salía de su asombro, ni Montse de lo que había sido capaz de hacer con su amada. Tratarla de aquella manera no había sido fácil para ella y menos lo sería lo que estaba por devenir.

La recibió vestida solo con una camiseta negra de tirantes, que le cubría justo por debajo de las nalgas y unos zapatos de medio tacón, del mismo color.

- ¿Qué tal ha ido la noche? ¿Has tenido mucho trabajo?

- Bastante, cinco servicios sin contar el suyo, señora.

- Entonces estarás muy cansada.

- No crea, de los cinco solo he hecho un completo y un griego, lo demás han sido mamadas.

- No debes poder trabajar en nada más que hagas esto. Pero toma el dinero, así no pensamos más en ello y pasa al salón.

- Sí puedo señora, pero de manera esporádica también hago esto.

- Con la de mujeres que hacen esto por pura necesidad, algunas para poder dar algo de comer a sus hijos o peor aún traídas aquí engañadas y en mano de las mafias y los macarras y tú seguro que lo haces por vicio. Por lo mucho que te gustan las pollas.

- Sí, señora…

- Las putas como tú solo merecen ser castigadas, aun cobrando por ello. ¿Sabes lo que es esto?

Montse le mostraba la fusta, que aquella misma mañana había ido a comprar:

- Quítate la gabardina y el tanga y apóyate en esta pared.

- Pero, señora…

- ¡Obedece! ¿A qué crees que has venido aquí? ¿Por qué crees que te he dado doscientos euros? Si no haces lo que te digo será peor.

Carmen, con la mirada baja se desnudó y, obediente, se apoyó en la pared. Estaba deseando aquellos azotes, pero nunca había pensado que vendrían de su amada.
Sintió la fusta deslizándote, sinuosamente por la espalda.

- Cuéntalos, cuéntalos en voz alta. Hasta quince te voy a dar., aunque te merecerías más.

- Uno…Dos…Tres…

Le dolía hacer aquello, pero sabía que Carmen lo necesitaba. Le dolía, pero no podía evitar excitarse viendo cómo se iban enrojeciendo sus nalgas, como su sexo brillaba por la humedad.

- Trece…Catorce…Quince.

- No te vuelvas hasta que yo te lo ordene.

Cuando se dio la vuelta vió a su amada totalmente desnuda, con aquel arnés realístico colocado en su pubis.

- Esto es mejor que una polla, nunca se pone flácido. Ven aquí. Te follaré hasta que no puedas más, hasta que digas basta.

Cogiéndola con fuerza la llevó hasta el baño. La obligó a apoyarse en el lavabo. Tiraba de sus cabellos haciéndole levantar la cara, frente al espejo

- Mira. Mira que cara de vicio se te pone. Mira lo que eres.

Carmen ya no gemía de placer, solo pedía que parase, que no podía más, ni siquiera podía saber cuántos orgasmos había tenido. Sin embargo, su amada no paró, no paró hasta ver que sus piernas flaqueaban. Fue entonces cuando se apartó de ella y, después de sacarse el arnés, la ayudó a incorporarse. La abrazaba, acariciándola.

- Perdona amor, no es así como te quiero.

- Ni yo a ti, pero me lo merecía y lo necesitaba. Ha sido un acto de amor.

- Sí, eso ha sido. Un acto de amor. Un acto irrepetible.

Se acariciaban y se besaban.

- Pero ¿Y tú? Estás muy húmeda, querida. Te ha excitado verme así, deja que te de placer.

- Estás muy cansada…

- No para ti…Vamos a la cama…

- Gracias…

A la mañana siguiente ni una fue a la empresa ni la otra a la Universidad. Después de las correspondientes llamadas siguieron en la cama, descansando.

- Tengo que devolverte los doscientos euros.

- No quiero que me los devuelvas. Los pagué a Kira, no a ti.

- Montse yo no los quiero, compréndelo.

- ¿Sabes que puedes hacer? Se los llevas al macarra de Kira. pero esta vez te acompañaré, no quiero que te pase nada.

- No seas tan protectora, pero está bien, acompáñame, así lo conocerás por si un día quieres hacer la calle como yo.

- Ni loca lo haría. Morbo tiene, pero imagínate que alguien me reconozca. Yo no voy a irme de aquí, sería un desastre para mí.

- Sí, claro tienes razón, bien esta noche vamos las dos. Estará contento, seguro que me felicita por mis servicios.


Licencia de Creative Commons

LA SAGA DE LAIKA VII es un relato escrito por Lena publicado el 08-07-2023 21:57:51 y bajo licencia de Creative Commons.

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