LA SAGA DE LAIKA IX
Escrito por Lena
EPÍLOGO
Aquel iba a ser un caluroso verano. Hacía ya tres meses que Carmen había vuelto a Málaga. Se escribían cartas manuscritas, como las de antes, de las que se mandan por correo, en ellas se mostraban aún su amor. Carmen le contaba de su trabajo en la Universidad, de sus locas aventuras, de sus sometimientos puntuales, de sus goces. Ella, Montse, de sus melancolías, de sus soledades, de sus miedos que le impedían complir con sus deseos de sometimiento, de su retraimiento. Le hablaba de su adolescencia, de su padre, de lo que había ocurrido con él en aquella época y del motivo y hechos de su visita a Málaga, de lo que había ocurrido con Don Roberto, de cómo Diana “La Marquesa” se había convertido en su mejor amiga, de las pocas que tenía, en su confesora y consejera.
Nunca le hablaba de Nico, aunque también estaba en su recuerdo, en sus deseos, aunque por descontado nunca lo volvería a ver, sabía las consecuencias que tendría y no las quería de ningún modo. Aún guardaba el collar que le pusieron el primer día. A veces miraba aquellas ignominiosas fotos y pensaba en lo que debían haber dicho de ella los ex empleados del almacén. Tampoco le contaba de que entraba en ciertos chats solo para ser humillada mientras se masturbaba. De lo mucho que pensaba en su padre.
Pasaba las horas, fuera del trabajo, en soledad, solo rota por sus visitas a Diana. Se estaba retrayendo en sí misma, como cuando se encerraba, a sus quince años, en su habitación.
Hasta que un día, haciendo de tripas corazón y asumiendo el riesgo el rechazo que aquello podía comportar, llamó a su padre.
- Hola, papá, soy yo, Montse, tu hija.
- ¿Estás bien? ¿Te ocurre algo, hija?
- No, papá. Estoy bien. Te llamaba para proponerte que vinieses a pasar los meses de verano aquí, en Barcelona, en mi casa. Siempre pasarías menos calor que el Málaga.
- Pues no creas, no es una mala idea, aquí el tiempo es insoportable.
- Así yo podría sentarme en tu regazo.
Se hizo un largo silencio.
- ¿Pero, sabes lo que estás diciendo, hija?
- Sí papá, sería una buena chica. Te complacería en todo lo que me pidieras.
- ¿De verdad es eso lo que quieres?
- No es que sea lo que quiera. Es que lo necesito, papá.
Se repitió el silenció. Montse, temblorosa, temía la respuesta.
- Yo también lo necesito, hija. Desde que viniste no hago más que pensar en ti.
- ¿De verdad papá? ¿Vendrás?
- Sí, mañana mismo cogeré un avión y estaré en tu casa a la hora de comer.
- ¡Oh! Gracias, papá. te estaré esperando:
¿Sabés, papá? Mamá tenía razón.
- No digas eso, hija.
- És la verdad, papá. he sido muy mala, más de lo que puedes imaginar. Merezco ser castigada.
- Tiempo habrá para que me cuentes tus pecados y si realmente debes ser castigada no me temblará la mano. Te lo aseguro.
- Sí, papá. Gracias de nuevo, papa
Besos.
- Besos hija, mañana mismo estarás en mi regazo.
Montse respiró aliviada.
Ahora sí, finalmente se había a cerrar el círculo.
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