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Tu sumisa esclava 1
Escrito por Nenapeke

Estoy totalmente entumecida. Calculo que llevo más de cinco horas en la misma postura, atada desnuda tal como me dejó mí Amo. Tengo las manos atadas a mi espalda, los codos unidos estrechamente que me causan un gran dolor, estoy de puntillas sobre mi pie derecho, tengo mi pie izquierdo levantado hasta la altura de la cabeza con el dedo gordo atado a una argolla del techo y no puedo relajarme a riesgo de perder mis pezones. Conservo el equilibrio porque hay cuatro cuerdas que me sujetan a las paredes y que rodean mis pechos y hombros.

Unas finas cuerdas penden del techo y terminan en dos anzuelos que atraviesan mis pezones. El por qué ha usado anzuelos en lugar de atar las cuerdas a los aros que atraviesan mis pezones no lo sé. Tal vez porque así es más doloroso. Mis mandíbulas están totalmente abiertas por un enorme aro que mantiene mi boca babeante y que está sujeto a la parte posterior de mi cabeza. Mi coño contiene un vibrador de buen tamaño que vibra a una tal velocidad que me mantiene excitada pero no lo suficiente para que me corra, lo que le agradezco, sujeto con unas correas. Mi culo tiene un tapón anal que no es grande pero que me pica horriblemente por el líquido urticante que le ha puesto. Tampoco puedo ver ni oír nada pues tengo una venda en mis ojos y tapones en los oídos.
Hoy el amo ha preferido dejarme atada y se ha tomado su tiempo para hacerlo a su gusto. Le estoy muy agradecida por dedicarme tanto de su precioso tiempo, es un honor para mí.

No es muy frecuente que me deje atada mientras está fuera, en sus ocupaciones de abogado. Algunas veces tengo que pasar el tiempo limpiando toda la casa, el jardín y el garaje, desnuda aunque sea invierno. Bueno, con desnuda me refiero a que voy enseñando “mis vergüenzas” pues solo llevo un corpiño muy ajustado que levanta pero no tapa mis pechos y que me dificulta respirar, liguero, medias y zapatos de tacón alto, todos en el mismo color, casi siempre de color negro.
Nunca llevo ropa interior pues me quiere siempre disponible. Al principio me costó acostumbrarme a ir sin bragas o, al menos, un pequeño tanga. Me sentía totalmente avergonzada pues me sentía completamente desnuda. Siempre he sido muy vergonzosa y jamás he estado sin bragas, ni siquiera para dormir. Fue muy duro, pero aquello quedó superado gracias a mi Amo. Fue la primera regla que me impuso. Debía mostrarme desnuda frente a mi Amo en todo momento.
Recuerdo lo que sucedió la primera semana. Yo tenía a mi alcance toda mi lencería, pero me dejó muy claro que bajo ningún concepto debía usarla, ni siquiera aunque estuviera yo sola. Podía mirarla y tocarla, pero no ponérmela. Hice esfuerzos para contenerme pero un día no pude más y me puse unas preciosas bragas de encaje. Necesitaba cubrirme, lo necesitaba absolutamente y me las puse “ya que no se enteraría”, pensé.
Supongo que tiene cámaras de televisión porque al volver y, aunque yo había sido muy cuidadosa en dejarlo todo como antes, me ató las manos al techo y estuvo una hora azotándome con todas sus fuerzas. Yo no gritaba, aullaba de dolor hasta que me desmayé sin poder evitarlo. Las heridas en mi espalda, culo y piernas tardaron más de un mes en curar. Ya no volví ni a mirar el cajón con mi lencería que sigue a mi alcance sin cerrar.
Yo siempre he sido muy pudorosa y estar siempre expuesta ante mi Amo me costó, me costó mucho. Pero lo peor era que mi Amo suele traer a sus amigos y, si era duro exhibirme frente a mi Amo, muchísimo más lo fueron las primeras veces que vino acompañado. La primera vez corrí a esconderme. Dios mío, pensé, no me puede hacer esto, ¡estoy desnuda! ¡No puede pretender que deje que me vean así! ¡Solo llevo el corsé, el liguero y las medias! ¡Me verá desnuda!
Claro que no solo lo pretendía sino que lo consiguió. Fue una de las peores experiencias de mi vida. El Amo me llamó a su presencia pero yo estaba paralizada. Cuando volvió a hacerlo, se presentó en el rincón de la cocina donde me había refugiado con una fusta. Empezó a darme fuertes golpes por todas partes llevándome así hasta el salón donde nos esperaba con una gran sonrisa en su cara un hombre de algo más de cuarenta años cómodamente sentado en uno de los sillones.

Cuando llegué traté de taparme con mis manos tanto los pechos como mi sexo, pero mi Amo me golpeó en los brazos hasta que los puse a ambos lados de mis piernas.
-¡Esclava, vas a ser castigada por tu desobediencia! ¡Es una falta muy grave el desobedecerme y lo vas a lamentar! ¡Ahora deja de llorar! ¡Enderézate! ¡La espalda recta! ¡Separa las piernas! ¡Más! No querrás que te lo repita ¿verdad? ¡Mirada al frente! ¡Así, mucho mejor! ¡Ahora date la vuelta! Deja los pies separados y no dobles las rodillas. Ahora tócate los pies. ¡Vamos, no me hagas repetirlo!
Y en esa postura me tuvo durante unos cuantos minutos que me parecieron días. Agachada, abierta de piernas, mostrando impúdicamente mi depilada vagina y el ano, a disposición de sus miradas. Creí morirme de vergüenza.
Estuvieron hablando de lo duro que era educar a una esclava, de los esfuerzos que hacía para que me comportara como debía y de los castigos que me imponía. El visitante decía que era normal mi comportamiento por el poco tiempo que llevaba en mi nueva condición, y cosas así. Todo esto lo hablaban mientras permanecían en pie junto a mi trasero sobándolo e introduciendo sus dedos en mi vagina. Afortunadamente no podían ver el intenso color “rojo vergüenza” de mis mejillas.
Me ordenaron prepararles una bebidas y se sentaron cómodamente en los sillones. Tras servirles lo que me habían pedido me quedé en pie sin osar taparme con las manos a pesar de lo mucho que lo necesitaba. Los anteriores golpes de la fusta permanecían muy frescos en mi memoria.
-Pon mucha atención, esclava, porque no me gusta repetir las cosas. La postura que debes asumir cuando estés esperando órdenes será en pie, con las manos a la espalda cogiéndose por las muñecas, los pies separados cuarenta centímetros y la mirando a la pared que esté frente a ti. No osarás mirarme ni mirar a nadie a los ojos a no ser que se te ordene y permitirás sin inmutarte que te toquen o metan sus dedos. ¿Está claro? Recuerda bien todo esto porque no lo repetiré más. Cuando tenga invitados, te comportarás de la misma manera y les obedecerás en todo salvo instrucciones mías. Si estás sola en la casa y viene alguien, permanecerás con tu uniforme pero no aceptarás sus órdenes si no conocen la contraseña que te daré. ¿Está todo muy claro? ¿Sí? Bien, eso espero. Ahora arrodíllate y hazle una buena mamada a mi amigo. ¡Y trágatelo todo! No quiero que desperdicies ni una gota.
Inmediatamente me arrodillé, desabroché el cinturón y le bajé los pantalones y calzoncillos hasta los tobillos. Afortunadamente no era muy grande aunque sí un poco gruesa y pude metérmela toda en la boca sin asfixiarme. Me esmeré para que mi Amo quedara contento y redujera el castigo que seguro me tenía preparado por mi desobediencia. En pocos minutos mi boca quedó llena con su semen. Abrí mi boca para mostrarles a ambos el contenido y procedí a tragarlo aunque con un poco de dificultad. Llevaba poco tiempo tragando semen y me costaba hacerlo (además del asco que me producía y que procuraba que no se notara).
Tras volver a vestir al invitado, adopté la postura de “espera de órdenes” tal como había establecido y esperé. Siguieron conversando de sus cosas como si yo no estuviera. Pasado un rato, mi Amo se levantó y me dijo que le siguiera.
- Salvador, puedes venir si quieres. Será divertido.
Fuimos al cuarto de baño y me ordenó meterme en la bañera, poner el tapón y colocarme de rodillas con las manos a la espalda.
-Escúchame bien. Voy a orinar en tu boca y tú te lo vas a beber. Lo que caiga en la bañera también lo tendrás que beber mientras te azoto con la fusta, y no creo que eso te guste ¿verdad?
- Pero Amo, nunca lo he hecho. Le pido piedad.
-No te mereces piedad por tu grave falta de obediencia de antes. ¿O tal vez prefieres otra sesión de golpes, esta vez con el látigo?
-No, Amo, no. Beberé, beberé. Solo una pregunta, ¿puede esta humilde esclava poner sus labios sobre su pene mientras orina?
-¿Para qué lo preguntas?
-Porque caerá la orina sobre mis ojos y no podré ver.
-Humm. Bueno, si quieres puedes meterte mi pene en la boca. Te lo concedo por lo bien que le mamaste la polla a mi querido amigo. ¿Estás de acuerdo, Salvador?
Salvador asintió y yo me dispuse a cumplir la orden de mi amo. De rodillas, bajé la cremallera del pantalón de mi Amo, saqué con cuidado su pene que metí en mi boca y puse mis manos a la espalda. Con miedo, me quedé aguardando la llegada del repugnante líquido que debía beber. De repente un chorro golpeó en la parte posterior de mi boca. Comencé a tragar rápidamente pues la boca se llenaba con facilidad. El líquido de sabor ácido lastimaba mi garganta haciendo que me molestara como si bebiera vinagre. Mis ojos se llenaron de lágrimas pero no dejé de beber. Ni una sola gota cayó de mis labios. Mis ojos estaban llenos de lágrimas pero yo estaba feliz de haberlo conseguido a pesar de que la garganta me ardía y que notaba mi estómago muy lleno.
-Bien, esclava, lo has hecho bien. ¿Qué te ha parecido, Salvador? ¿No te apetece…?
-Sí, pero se me ocurre otra variante…
Me ordenó salir de la bañera y hacerle una mamada para ponérsela bien dura. Cuando lo estuvo, me hizo levantar, darme la vuelta mostrándole mi espalda y agacharme a cogerme los tobillos sin doblar las rodillas. Volvía a estar totalmente expuesta a sus ojos y sus manos, pero esta vez ya no sentía vergüenza tras la primera vez cuando me estuvieron manipulando.
De repente noté que ponía su polla en mi ano y comenzaba a apretar. Yo gemí y mi Amo me mandó callar y cooperar. Hice lo que pude pero no había forma. Me habían dado por el culo pocas veces en mi vida y hacía más de tres años desde la última vez. Mi Amo trajo un bote de vaselina y noté como un dedo al principio y luego dos dedos penetraban en mi esfínter y lo untaban con la vaselina. Después volvió a colocar su polla en mi ano y esta vez consiguió entrar haciéndome bastante dolor. Se quedó quieto con su polla totalmente dentro de mi culo.
-Bueno, ¿y ahora qué? Si lo que querías era follártela por el culo…
-Fíjate que no me la estoy follando. Tan solo se la he metido y no me muevo ¿verdad? Ahora esperaremos unos momentos.
Siguieron hablando de sus cosas mientras yo permanecía cogiéndome los tobillos con la polla del invitado dentro de mi culo. Sin previo aviso noté como mis intestinos se llenaban de líquido. ¡El muy cerdo se estaba meando dentro de mí!
-¿Ves? Esto es lo que quería, mearme en sus tripas. Para eso necesitaba que estuviera dura y luego que se aflojara. Ahora tu esclava tiene un buen enema dentro. Original ¿no?
-Sí que está bien, he de reconocerlo. Esclava, cuando salga de ti tendrás que aguantar el líquido dentro. No se te ocurra soltarlo sin permiso.
Me permitieron incorporarme para disfrutar de los dolores que me provocaba el enema y de mis esfuerzos para evitar que se saliera. Finalmente me permitieron evacuar, lo que fue un gran alivio para mí. El inodoro recibió la orina del invitado junto con parte de mis excrementos.
Decidieron que no podían dejar el trabajo a medio hacer y que había que limpiarme del todo. Me hicieron meterme en la bañera, quitaron el mango de la ducha e introdujeron el tubo en mi ano haciéndome bastante daño. Yo permanecía arrodillada en posición fetal con el culo hacia arriba y el tubo saliendo de su interior. Accionaron la manivela y noté como el agua llenaba mis tripas. Pasaron los segundos y no cerraban el grifo. Grité de dolor pero un fuerte golpe en mis nalgas me indicó que debía callar y al instante cerraron el paso del agua. Sacaron el tubo y me ordenaron aguantar antes de permitirme evacuar. Volvieron a repetirlo una vez más y esta vez el agua salió casi limpia.
-Ahora tienes a tu esclava bien limpita. Ya has visto que tiene el culo muy estrecho, ¿qué te parece si los dos la damos bien por el culo para que se le vaya dilatando?
-No, por favor, Amo, por el culo no. Por el culo no. Haré lo que quiera, pero por el culo nooo. Piedad.
-Cállate, esclava. ¿Cómo te atreves a hablar sin permiso? ¡Claro que te daremos por el culo! ¡Y ahora mismo!
Me llevaron hasta el dormitorio y me hicieron poner en poner a cuatro patas en el borde de la cama. Pusieron de nuevo un poco de vaselina en mi dolorido ano y mi Amo me enculó de un solo golpe. Me dolió mucho, pero apreté los dientes y aguanté. Comenzó un vigoroso mete-saca que duró unos diez minutos, momento en que el invitado le sustituyó. Pasados los primeros minutos de intenso dolor, ahora se había convertido tan solo en una molestia. El ano me escocía por la fricción atenuada por la vaselina pero era soportable. Incluso poco a poco empezaba a gustarme. Siguieron intercambiándose más o menos cada diez minutos pues comentaban que así lo disfrutaban más porque no querían correrse tan pronto y que mi culo estaba muy apretadito. Así estuvieron más de una hora hasta que se cansaron y decidieron correrse. Para ello aumentaron el ritmo haciéndolo frenético hasta que cada uno se corrió llenando mi dolorido ano de su cálido semen. Debo reconocer que me quedé muy sorprendida cuando noté que había tenido mi primer orgasmo anal, ya que pensaba que eso eran historias inventadas y que eso no era posible.
Qué bonito recuerdo. Me gusta, siempre me ha gustado mucho recordar. Ahora recuerdo como empezó todo. Te contaré.
Lo primero es decirte que me llamo Adela. Cuando tenía 19 años trabajaba como cajera en un supermercado. Había dejado el pequeño pueblo en que nací y me marché a la capital donde encontré el trabajo en un gran supermercado. Con mi sueldo podía vivir más o menos bien, pues no tenía grandes caprichos, en un piso que compartía con otras dos compañeras del trabajo. Apenas tenía contacto con mi familia que no veía bien la forma tan abrupta de independizarme de ellos.
Mi gran afición era bailar, la fiesta, trasnochar los fines de semana, salir con los amigos y beber. Bebía bastante casi siempre demasiado. Cuando cumplí los 20 años organicé una fiesta en nuestro piso. Éramos unos 15, la mayoría chicos. Me gustaban mucho los chicos, pero no tenía ninguno fijo. Prefería enrollarme cada vez con uno y solía terminar tirándomelos, pero siempre con preservativo.
En la fiesta había comida, mucha bebida y música. Nos lo estábamos pasando en grande y yo bebía y bebía. ¡Era mi fiesta y solo una vez se cumplen 20! ¿no es verdad? Pues allí estaba yo bebiendo y bailando. Cuando ya estaba bastante borracha dos o tres de los chicos empezaron a bailar muy juntos a mí. Me rodeaban, se apretaban contra mí, me sobaban y besaban. Yo me dejaba hacer porque era mi fiesta, ellos eran muy guapos –o a mí me lo parecían- y yo estaba muy borracha. Me decían cosas al oído, cosas obscenas que me ponían muy cachonda. Entonces, todavía no sé por qué, les cogí de la mano y me los llevé a mi habitación. Allí siguieron con sus caricias que se hicieron más directas y que poco a poco consiguieron desnudarme.
En unos instantes me encontré tendida en la cama y rodeada de los cuerpos desnudos de tres chicos que me gustaban. No lo recuerdo bien pero creo que yo tomé la iniciativa mamándoles las pollas por turnos. Comenzamos una orgía en la que yo siempre tenía una de sus pollas en mi boca y otra en mi coño, mientras que el tercero me comía los pechos o yo le pajeaba torpemente.
En ese punto el recuerdo se hace mucho más borroso y apenas estoy segura de si la cosa quedó con esos tres chicos, porque tengo imágenes en mi mente de más gente en la habitación e incluso de haberme comido un coño. Es posible que los demás notaran nuestra ausencia, nos buscaran y decidieran unirse a la orgía, pero no estoy segura. Lo que sí sé es que me desperté muchas horas después totalmente desnuda, sucia de sudor y semen y con una gran resaca.
Aquella fue una gran fiesta pero tuvo una importante consecuencia porque nueve meses después nació Raúl. Sí, me quedé embarazada y no sabía de quien. Podía ser de cualquiera de aquellos tres chicos de la fiesta o tal vez de alguno otro porque no sabía si solo me habían follado ellos o también lo habían hecho los otros seis que también estaban en la fiesta. Todos aseguraron haber usado preservativo, aunque estaba claro que no porque además no encontramos ninguno cuando limpiamos la casa tras la fiesta. Podía ser cualquiera pero ninguno quería serlo, por lo que decidí tenerlo yo sola.
Los comienzos fueron muy duros. Mis compañeras de piso empezaron ayudándome con el crío, pero a los pocos meses me pidieron que me marchara porque el bebé no les dejaba dormir por las noches, porque no podían poner música ya que lo despertaban, etc. Vamos que un bebé en la casa es un incordio para unas chicas jóvenes y egoístas.
Tuve que buscar otro piso rápidamente. Me alquilaron una habitación una familia que pasaba apuros económicos. Tenían dos hijos de 6 y 3 años. No estuvo mal nuestra estancia los 2 años que allí pasé porque ella me ayudaba con Raúl e incluso se quedaba con él mientras yo iba a trabajar al supermercado. Me ayudó mucho y realmente se comportó como una abuela cariñosa con mi hijo.
Durante mi estancia en esa casa había logrado un trabajo como secretaria en una oficina y ya ganaba un poco más aunque no era mucho. También estuve buscando y encontré un pequeño pisito en el que vivir yo sola con el pequeño Raúl que ya casi tenía tres años. Tuve que tomar la decisión de mudarme porque “mi casero” intentó propasarse conmigo. Llevaba meses en que notaba que mi cajón de la ropa interior me lo encontraba revuelto, siempre me estaba mirando las piernas cuando se me subía la falda, o intentaba entrar en el cuarto de baño mientras yo me duchaba. Pero un día que ella estaba en el parque con los tres niños él se abalanzó sobre mí mientras yo estaba en mi habitación e intentó violarme. Él no era muy grande y yo era muy ágil, por lo que me escabullí y conseguí darle una patada en sus partes. Mientras se retorcía de dolor, pues le había dado de lleno, conseguí inmovilizar sus manos con un cinturón. Cuando se repuso le insulté y le amenacé con denunciarle a la policía. Me rogó con lágrimas en los ojos que no lo hiciera, que no volvería a pasar, que estaba muy arrepentido y que no le dijera nada a su mujer. Yo le dije que no le creía, que era un cerdo y un violador y que todo el mundo lo sabría. Volvió a jurarme que lo sentía y que no volvería a pasar, que le diera una oportunidad y que haría lo que yo quisiera. Le pregunté y repitió que sí, que haría lo que yo quisiera.
La verdad es que la pelea me había excitado –siempre me ha gustado el sexo duro y algo violento- y además hacía mucho que no tenía sexo, si exceptuamos el pequeño vibrador que guardaba en un cajón. Le dije que no le pagaría ese mes la habitación –me marchaba al mes siguiente a mi nuevo pisito- y que tendría que hacer un par de cosas por mí. Me dijo que de acuerdo con lo del alquiler y que le dijera lo que tenía que hacer.
Necesitaba relajar mi excitación sexual pero no follarme a quien acababa de intentar violarme, además no era mi tipo. Pero me apetecía que me comiera el coño. Pero debía asegurarme. Cogí una cuerda fina y la até fuertemente con un nudo corredizo a sus testículos. Si intentaba algo le arrancaría los cojones de un tirón. Me quité mis bragas y levanté mi falda dejando mi conejito al aire. Entonces solté sus manos dejando solo una libre.
-Bien, lo primero que quiero es que me comas el coño. Pero antes me lo vas a afeitar porque hace mucho que no me lo cuido y ya es hora. Y hazlo con cuidado si no quieres perder tus huevos
Asintió. Con la mano que tenía libre extendió crema por toda la zona y con una maquinilla de afeitar fue dejándolo todo libre de vello. Tan solo le dije que dejara un pequeño triángulo sobre el monte de Venus. Lo hizo muy bien y se dispuso a comenzar con el trabajo de su lengua. No era muy hábil pero poco a poco fue mejorando introduciendo uno de sus dedos en mi vagina consiguiendo al rato que estallara en un gratificante orgasmo, el mejor en mucho tiempo.
-Lo has hecho bastante bien, pero ahora te voy a hacer algo para que se te quiten las ganas para siempre de intentar violar a nadie.
Até de nuevo la mano que había liberado para el afeitado, le bajé los pantalones y le tumbé sobre la cama con los pies atados a las patas de la misma. Cuando me vio acercarme con el mango de madera del desatascador comenzó a gritar. Le amordacé metiéndole en la boca unas bragas se su mujer y le puse el palo de madera en junto a su ano.
-Ahora vas a saber lo que sienten los violados. Después de esto no tendrás más ganas de intentarlo, te lo aseguro.
Y diciendo esto presioné metiéndole el palo por el culo. El palo no era muy grueso, pero lo estrecho de su esfínter y que no había usado ningún lubricante hizo que salieran unas gotas de sangre, nada grave.
-Deja de llorar ¿o quieres que te deje así para que te vean tu mujer y tus hijos?
Cuando se calmó, le quité la mordaza y el palo del culo y procedí a curarle la pequeña heridita. Cuando me aseguró que había aprendido la lección y vi que me pedía perdón una y otra vez con sincero arrepentimiento liberé sus manos. Él recompuso sus ropas y se marchó.
Las tres semanas que transcurrieron desde aquel incidente hasta nuestro traslado al nuevo piso pasaron sin ningún problema. Él procuraba con coincidir conmigo y mis cosas no volvieron a ser tocadas. Había aprendido la lección.
Dios, cómo me duele todo. La postura que me ha dejado es horrorosa. Los calambres los terribles y el dedo gordo parece que se me va a arrancar de tanto aguantar el peso de la pierna izquierda que apunta al techo. La mandíbula está desencajada de tanto tenerla abierta y la baba me cae sobre los pechos. Intento no moverme para que los anzuelos no me arranquen los pezones, pero el dolor de la puntera de mi pie derecho que aguanta todo mi peso es horrible. Espero que vuelva pronto aunque sea para azotarme.
El nuevo piso estaba muy bien. Era pequeño pero tenía mucha luz y era suficiente para Raúl y para mí. Además era lo mejor que podía pagar. Conseguí plaza para mi hijo en una guardería subvencionada y podía dejarle mientras yo trabajaba en la oficina. El trabajo estaba bien, los compañeros eran amables aunque les gustaba demasiado hacer bromas y las conversaciones con frases de doble sentido. Un día, pasados unos meses, estaba en el despacho del director, que también era el dueño de la empresa. En una pausa mientras me dictaba unas cartas, empezó a elogiar lo guapa que yo era, lo joven y bonita, mis piernas, y lo demás. Me decía lo solo que estaba, que su mujer no le hacía caso desde hacía años, y todo así. Yo me puse tensa porque parecía que quería algo conmigo, y así era. Intenté decirle algo pero no me dejó. Sin darme tiempo me planteó que tenía que contratar a una sobrina suya y que si yo no accedía a mantener relaciones con él tendría que despedirme. Yo me eché a llorar y comencé a decirle que eso no era justo, que yo cumplía bien con mi trabajo y que era inmoral que me planteara algo así. Le decía que yo tenía un hijo pequeño y que no podía despedirme. Pero él permanecía inflexible y me decía que encontraría la forma de despedirme sin que siquiera tuviera que darme indemnización. Entre lloros le dije que me dejara pensarlo y que al día siguiente le daría una respuesta.
¡Qué podía hacer! Tenía un niño pequeño, no podía contar con mi familia y necesitaba el trabajo. Él era un hombre de unos 40 años y yo una chica de 23. Era bastante guapo y se mantenía en buena forma. Si no fuera por la diferencia de edad… me lo tiraría sin más. Pasé toda la noche pensándolo y viendo que no tenía otra salida.
A la mañana siguiente el director me llamó a su despacho.
-Bien, Adela. ¿Qué decisión has tomado?
-Don Ramirez, ¿qué es exactamente lo que quiere de mí? Necesito tenerlo muy claro.
-Bien, niña. Lo que quiero es que te ocupes de mí de una manera más “personal”. Quiero poder disfrutar de tus atenciones, de tu boquita y de ese cuerpo tuyo tan lindo. La frecuencia será alta, casi diaria y ello te garantiza que tendrás trabajo y podrás cuidar a tu hijo. ¿No querrás que te lo quiten por no poder cuidarlo?
-Don Ramirez no diga eso ni en broma. Si voy a hacer esto es por mi hijo y porque no tengo más salida. Usted se aprovecha de que no tengo a nadie a quien recurrir y que necesito este trabajo, pero quiero decirle que es una mala persona que abusa de una madre soltera.
-Sí, bonita, lo que quieras… ¿pero aceptas o no?
-Hmmm… sí, acepto, claro que acepto. No tengo otra.
-Vale, pues ahora arrodíllate y hazme la primera de todas las mamadas que me harás.
Y allá fui. Su pene estaba bien, ni muy grande ni pequeño, era proporcionado. Ensalivé bien su aparato y me lo metí en la boca tratando de que acabara pronto. Y así fue. No tardó ni dos minutos en llenarme la boca de su semen caliente. Cogí un pañuelo y lo escupí.
-Muy bien, preciosa, ha sido fantástico. Nos vamos a llevar muy bien. Pero no vuelvas a escupirlo. Son proteínas muy ricas. Considéralo un suplemento a tu dieta y te lo tragas. ¿Está claro? Bien, pues ahora a tu mesa a trabajar.
El muy cerdo no solo quería tenerme como su puta sino que además quería que fuera de las más guarras. Mi futuro era muy sombrío.
A la mañana siguiente volvió a llamarme a su despacho.
-¡Qué guapa estás hoy, Adela! Te has puesto falda. Eso me gusta. A ver, levántala y enséñame tus braguitas.
-Creo que no, don Ramirez. He reconsiderado y no voy a aceptar su chantaje.
-¿A no? Entonces vete preparando porque te despediré.
-Creo que no. Primero escuche esto –y encendí una pequeña grabadora que saqué de mi bolso. En ella estaba la copia de una cinta en la que quedaba grabada la conversación del día anterior con su repugnante propuesta.
-Se puede quedar con la cinta, tengo copias.
-Pe-pero… ¿qué has hecho? ¿me has grabado? Eso es un delito.
-Tal vez, pero creo que es mayor el de chantaje ¿verdad? Y pienso llevar la cinta a la policía.
Don Ramirez se derrumbó. Pensaba en el escándalo, la vergüenza, el juicio y hasta en la cárcel.
-Yo… yo… no quería que esto pasara. Lo siento mucho… no pensé que… perdóname. Mi situación… mi mujer… yo no…
Balbuceaba. Estaba aturdido. Todo se le había derrumbado. Podía perder a su empresa, su familia y tal vez hasta la libertad. Se desmoronó.
-Don Ramirez, tenía que haberlo pensado mejor antes de proponerme algo así.
-Sí, claro. Tienes razón. Pero mi situación con mi mujer… verás… hace años que no tengo relaciones y ya no puedo más. Tú eres preciosa y yo pensé… Pero no, perdona. Olvídalo todo, por favor. Te compensaré. Te subiré el sueldo. Eso es ¡te subo el sueldo! ¿Vale?
-Es un buen comienzo. Me va a doblar el sueldo y voy a salir una hora antes para no tener que ir corriendo a por mi hijo. ¿Le parece bien?
-Sí, claro, lo que tú digas. Perdóname… mi situación…
-Bueno, eso también tiene solución. Ayer pude comprobar que no está mal dotado físicamente, no es feo y tiene dinero. Lo he pensado y tal vez, si llegamos a un acuerdo en la compensación económica, pueda acceder a sus peticiones de vez en cuando –Es cierto que la idea había pasado por mi cabeza. Estaba cansada de las penurias que tenía que pasar para pagar el alquiler y pagar los gastos de mi hijo. El sexo siempre me había gustado, no era muy exigente en cuanto al aspecto del hombre en cuestión y un “protector” con dinero era algo con lo que había fantaseado.
-¿Sí? ¿Lo harías? ¿De verdad harías eso por mí? ¿Cuándo podemos empezar? –Hablaba atropelladamente sin pensar- Ah, el dinero… necesitas el dinero. ¿Qué has pensado?
-No lo había pensado pero no se preocupe que llegaremos a un acuerdo.


Licencia de Creative Commons

Tu sumisa esclava 1 es un relato escrito por Nenapeke publicado el 18-03-2022 23:07:45 y bajo licencia de Creative Commons.

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