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Silvia y Lily en la mansión de los gozos sombríos 2
Escrito por Anejo

- Pasemos al refectorio – indica el Señor, con ademán educado pero firme – Es mejor que comáis y bebáis algo antes de empezar con vosotras.
Silvia tiene un escalofrío “empezar ¿a qué?” se pregunta y le pregunta con la mirada a Lily, que sonríe enigmática.
El salón comedor es grande y la decoración elegante; cuadros modernos, aparentemente originales y valiosos. Nada figurativo. Hay una mesa grande con diversas bandejas y platos de comida fría, bebidas, café…
Las chicas se sirven y Lily le alarga a Silvia una pastilla azul.
- ¿Qué es esto? – desconfía
- He pensado que hemos de aprovechar el fin de semana, así que me traje algunas ayuditas. No es nada peligroso, sólo un poquito de energía extra. Tómala con el zumo.
Silvia se traga la píldora sin rechistar. Confía ciegamente en Lily, aunque a veces la lleve a situaciones límite, podría explicar una retahíla. Realmente, nunca se ha arrepentido de seguirla en sus aventuras.
El Señor las acompaña tomando un café solo. Se sientan alrededor de la mesa.
- Nuestros usuarios pueden ser de tres categorías – explica con aire de profesor avezado – los clientes. Este es vuestro caso en esta ocasión. Ya sabéis, por tanto, que los precios no son bajos – Silvia mira a su amiga y ésta sonríe levemente. Silvia no tiene ni idea de aquellos pagos – Una segunda categoría son los invitados e invitadas. Es frecuente que incorporemos a personas que no han abonado una inscripción, pero son requeridos por algunas cualidades apropiadas a la sesión que se va a celebrar. Por último, las personas que cobran por asistir. Esas podríais ser vosotras en un futuro. Vuestros físicos son adecuados y pronto sabré cómo os desenvolvéis en este entorno.
Ahora Silvia se ha quedado a cuadros. ¿Le están proponiendo hacerse prostituta, así sin haberse tratado más de diez minutos? Lily sonríe y asiente. Su amiga le sigue la corriente, al menos de momento.
Beben güisqui con hielo después de la rápida cena. El calor recorre los espinazos de las muchachas. De pronto, Silvia se siente poderosa y aventurera, con ganas de saber más.
- Si os parece, vamos a pasar a la sala azul. Mi esposa está a punto de empezar su sesión y vale más una imagen que mil palabras para saciar vuestra curiosidad.
Caminan por un pasillo oscuro. Hay puertas cerradas a ambos lados. Detrás de una de ellas escuchan un gemido sordo y risas femeninas. En otra, un zumbido grave y continuo y unos suspiros muy reveladores de la actividad que se desarrolla en aquella casa. Llegan a una sala amplia, diáfana, pintada de azul claro, suelo y techo incluidos. Parecen flotar en el vientre de una nube.
Hay un banco corrido que recorre las paredes. Cojines de tela color cielo ofrecen comodidad a los observadores. ¿Qué ha de pasar?
Se abre una puerta disimulada en la pared opuesta y aparecen dos hombres. Dos individuos, piensa Silvia, no dos señores como el que los ha recibido. Tienen aspecto de hampones, aunque llevan ropas caras. No saludan. Miran con descaro a las mujeres y uno de ellos se acaricia el bulto patente de su bragueta. Silvia se estremece. No le gusta la manera como los dos sujetos las están escaneando.
Por suerte, la puerta vuelve a abrirse y aparece la tercera protagonista del show. Es una cuarentona casi cincuentona de muy buen ver. Viene vestida con un albornoz ligero. Se adivina que no lleva mucha más ropa debajo, por cómo se marcan sus formas rotundas bajo la tela blanca.
Le hace una reverencia graciosa a su esposo y a las espectadoras y deja caer la prenda que la cubre, a sus pies. Se apea de sus zapatos de tacón y avanza descalza hacia el centro. Sus veinte uñas están pintadas de azul turquesa, como el maquillaje de sus ojos, el sujetador sin tirantes y las bragas caladas. Los años han modelado sus carnes, pero se han esmerado en la obra. Es una estatua griega algo afectada por el paso del tiempo, pero espléndida y llena de misterio.
Los dos granujas no pierden tiempo. Conocen su papel de memoria y actúan con rudeza, pero de forma muy precisa. Uno de ellos, el más alto, extrae del bolsillo una cuerda larga y delgada. Es bueno atando. Hace levantar los brazos a la señora y sujeta sus muñecas, sus codos y, luego, rodea los senos con sus nudos sin retirar el sujetador. Su colega hace lo propio con los muslos y las pantorrillas. La mujer está en cuclillas y sus extremidades van siendo inmovilizadas firmemente. Los nudos comprimen la carne desnuda. Ella gime un poco cuando la constricción es excesiva. Ellos aprietan más cuando ella gime.
La posición es incómoda, con las manos inmovilizadas por encima de la cabeza. Sin ningún sonido, un grueso cordón azul baja desde el techo. Silvia mira hacia arriba. El cordón ha emergido de un agujero redondo, que parecía un aplique de luz, hay muchos más, dispuestos simétricamente allí encima.
La mujer es tensada hacia arriba, aunque sus pies y sus rodillas están en el suelo. El tipo de delante de ella saca de su bolsillo una navaja, la abre con parsimonia, luego con gesto seguro corta el sostén por la parte delantera y raja la braguita por las cintas laterales. Hace una bola con la lencería y la lanza lejos. Entonces abre la cremallera del pantalón y deja emerger un pene grueso, un cabezón morado y un tallo venoso y muy rígido. Pronto desaparece de la vista, dentro de la boca de la señora de la casa.
Silvia y Lily se mueven inconscientemente hacia los lados para tener un panorama más evidente de lo que está pasando. Lo que sí que pueden ver sin moverse es la correa del pantalón del otro tipo. Se la ha sacado con un gesto y ya la está preparando. El correazo resuena por sorpresa en el silencio de la estancia azul. La mujer lanza un grito ahogado, amordazado por el pedazo de carne que ocupa su boca. El segundo es mucho más potente que el primero, pero ella ya lo espera y apenas lanza un gemido.
El beneficiario de la mamada teme algo por su integridad. La extrae y dirige la boca de la señora a sus testículos. Ella entiende de inmediato la insinuación y lame de una forma obscena, voraz, aquellas bolas peludas, mientras los golpes, secos, vibrantes continúan cayendo.
Silvia se siente hipnotizada por la escena; sus ojos están clavados en el rostro de la cautiva, no ven nada alrededor. Por eso se sorprende más aún al girar levemente la cara y contemplar la de Lily, inclinada sobre el regazo de su anfitrión. La polla del sueño de la casa es larga y delgada. Una pinga señorial entre los labios de silicona de la joven huésped.
El hombre mira a Silvia y, sin mediar palabra, tira de ella por el escote hasta alcanzar con su boca la de la joven. Lily sigue besando el miembro del Señor de la casa, lo lame, desliza la lengua hasta el escroto y mordisquea aquella piel rugosa haciendo endurecerse su contenido glandular.
La lengua del caballero invade la cavidad oral de Silvia, que no se resiste y responde con pasión, más acusada cuando siente sin verla la mano firme de largos dedos, que se introduce bajo su camisa y amasa sus pechos a través del mínimo sujetador de licra.
Por el rabillo del ojo observa atónita que la mujer castigada en el centro de la habitación ha sido izada a dos palmos del suelo. Ahora su sexo está accesible para el falo del hombre a quien practicaba hace un instante una felación. El otro continúa azotando con su correa las nalgas y la espalda. Mientras la boca del Señor desciende hacia los pezones de Silvia y los muerde suavemente sin retirar todavía su ropa interior.
Las dos amigas se han volcado en dar placer a su anfitrión, activamente Lily y dejándose hacer Silvia, y el caballero parece estar en la gloria, totalmente ajeno al padecimiento de su esposa.
Han cesado los correazos; ahora se impone el ruido de las caderas del profanador chocando contra el pubis de la cautiva y el chapoteo de su pene en una vulva empapada y ansiosa.
Por un instante Silvia vislumbra el color del látex del preservativo. Incluso en una circunstancia tan extrema, se mantienen las precauciones y eso la tranquiliza. Siente que el dueño de la casa rebusca bajo su falda y separa la fina tira de su tanga. La lengua del hombre es larga y dura como su verga y se abre paso en la vagina de Silvia, que comprende que hace rato que no espera otra cosa.
Lily se ha quitado la ropa, quizás para atraer más la atención del macho maduro hacia sus encantos. Él no hace mucho caso, absorto en llevar al éxtasis a su huésped más bella y la amiga se lanza a cabalgar la verga del caballero. Silvia recuerda que Lily consume anticonceptivos y suele tener sexo de riesgo con tipos poco recomendables. Aquel caballero parece de fiar, pero si frecuenta aquellas prácticas, sería mejor que se pusiera un condón, se dice Silvia, y con suavidad hace girar al hombre evitando el coito y susurra al oído de su amante “ponte el preservativo”
Él se aparta un momento de las dos y se desnuda por completo contemplando cómo su mujer está siendo follada también por el culo. Los dos matones se han coordinado para penetrarla al mismo ritmo y no paran por eso de estirar de su cabello, retorcer sus tetas y cachetearle las nalgas. Ella ahoga sus gritos, que no parecen de dolor, apretando la boca contra el hombro del que tiene delante.
Silvia se desnuda también hipnotizada por el espectáculo. El Señor las toma a las dos del cabello con suave firmeza, pero su gesto se vuelve más violento al empujarlas al suelo y dejarlas cuadrupédicas, mirando hacia el centro de la sala.
Rondando como un depredador, se sitúa detrás de sus dos presas y no duda en elegir el rosado y estrecho coñito de Silvia, aunque también a Lily le introduce fácilmente tres dedos en la vagina, mientras perfora su ano con el pulgar.
Las dos gimen y babean ahora sin ningún pudor y no tardan en correrse a chorros, sin dejar de mirar las descargas de los hampones en los orificios de la dueña de la mansión


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Silvia y Lily en la mansión de los gozos sombríos 2 es un relato escrito por Anejo publicado el 12-06-2022 23:54:49 y bajo licencia de Creative Commons.

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