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Silvia y Lily en la mansión de los gozos sombríos
Escrito por Anejo

Silvia se estira perezosa en su tumbona metalizada. El calor es insoportable en la sauna húmeda; además el aire resulta irrespirable. Se han pasado con los vapores. Siente ese calor al límite de lo tolerable y se recrea en cruzar esa frontera y experimentar el castigo hasta convertirlo en algo distinto, algo dolorosamente placentero. Sus pezones están durísimos y su vulva parece destilar flujo como un grifo abierto, pero el sudor disimula esa mancha en el bikini.
Lily prefiere refrescarse cada pocos minutos. Se desplaza desde su camilla hasta la tina de agua fría y se sumerge en ella sin prestar atención a las miradas de todos los varones y algunas de las hembras que comparten aquel espacio exclusivo del SPA dentro del recinto del club de moda de la ciudad.
Silvia es una belleza clásica, de formas perfectas y rostro agraciado, Lily, una mujer explosiva, una constante provocación en movimiento. Más bajita y menos proporcionada, de piernas más cortas y muslos y nalgas excesivos, siempre exhibiendo sus senos, de consistencia y volumen claramente artificiales, pero igualmente apabullantes, y su rostro, de ojos pequeños y pícaros, como las cabezas de dos alfileres negros, la nariz mínima y los labios, voluminosos y firmes como los pechos, pero igualmente carentes de naturalidad.
Su minúsculo bikini pone de manifiesto sus encantos y, por si no es suficiente, ella se esfuerza con sus contoneos en atraer la atención de toda la concurrencia.
Al entrar en la gran vasija de agua fría la recorre un estremecimiento que hace crecer sus pezones hasta deformar la licra ajustada. A pesar de la temperatura del agua, dos musculosos jovencitos deben reajustarse algo dentro de sus calzones sumergidos y apartar sus miradas de la descarada para evitar males mayores.
Pasan diez minutos, emerge y vuelve, cadenciosa, al lado de su amiga. Hablan bajito, pero algo de la conversación se oye sobre el mortecino murmullo del agua termal.
- Tápate con la toalla, o al gordito de la barba le va a coger un infarto o algo.
- Que le zurzan. Yo no tengo la culpa de estar tan buena – siempre jovial Lilí.
- Un poquito de culpa tienes, cariño, que los morros y las tetas te lo has agenciado tú, no venían de serie.
- Bueno, lo que cuenta es el resultado final. ¡Oye! Que es hora de irse. Has de ir a casa, coger tu maletita y te recojo en una hora. Quiero llegar a la mansión antes que sea de noche, que no me conozco el camino…
- ¿Cómo? Me dijiste que era un sitio de confianza…y ahora resulta que ni sabes dónde es – Silvia adoraba a Lilí, pero estaba harta de sus alocadas acciones, que muy a manudo la habían arrastrado a ella a embarazosas situaciones.
- ¡Chica!¡No seas plasta! Es un sitio cojonudo. Me lo ha recomendado mucho Esme, la de la farmacia.
- ¿Ella ha ido?
- Pues claro, chica. Y está encantada, esperando que llegue el fin de semana, que no le toca guardia, para ir. Yo reservé hace un mes, que conste, que no tenían plazas antes. Y si nos lo perdemos, se acabó. Para ti, por lo menos. En un mes estarás en capilla y a Ernesto no creo que le guste venir contigo, ni que te deje ir a un sitio así, claro.
- A mí no me va a dirigir nadie, guapa. Ni Ernesto ni nadie. Porque me case, no me van a gobernar la vida.
- ¡Ja, ja, ja! Ernesto es un chico muy tradicional. Pero tiene su atractivo, ciertamente – Lily, siempre provocadora, pone ojitos al decir esto.
- Oye, no empieces a quererme poner los cuernos antes de casarme y todo – Silvia no es especialmente celosa, pero sabe que su amiga es caprichosa y casquivana.
- Tranquila, cielo – ahora Lilí se ha puesto seria y ha cogido la mano de Silvia – mientras estés interesada por ese cachitas, la nena se mantendrá al margen.
Conocieron a Ernesto las dos a la vez y pareció que sería la enésima conquista de Lilí, pero el chico se resistió a sus encantos y se interesó seriamente por Silvia, que llevaba meses soltera. De eso hacía un año y ahora el matrimonio de aquellos dos tortolitos era inminente.
Lo de este fin de semana iba a ser la última aventura erótica de las dos amigas, un brindis a un pasado en común de fiestas promiscuas y sexo de alto riesgo. Silvia se había apartado de aquel camino, al menos hasta este fin de semana, pero Lilí parecía no tener límite ni ganas de parar nunca.
Las dos salen de la zona de SPA envueltas en sus toallas. El gordito de la barba resopla frustrado.

- Ya está muy oscuro y no paramos de dar vueltas, tía. Me parece que deberíamos volver a casa e irnos a bailar o algo así
- No seas plasta, Silvi. El navegador nos lleva al sitio, lo que pasa es que está apartado y me he equivocado tres veces al coger el acceso.
Lily conducía su flamante Mini deportivo en medio de los caminos de montaña siguiendo las indicaciones de la voz de la guía y las imágenes de la pequeña pantalla.
- ¡Ahora sí! Mira allí abajo.
- ¡Ostras! ¡Parece el castillo del conde Drácula, no fastidies!
- A ver, pringada. ¿Quieres que la mansión de los placeres prohibidos parezca una casa de colonias?
Silvia no puede resistir más de diez minutos sin mearse de risa con Lili. Ha sido así siempre, desde que estudiaban en las escolapias y, luego, en la facultad de derecho. Siempre inseparables, aunque ahora, con los estudios acabados llevaban una vida bien diferente. Aunque Silvia tenía un excelente expediente académico, hacía tres años que intentaba abrirse camino, con un sueldo de becaria, en un bufete importante pero muy retrógrado y clasista. ¿Hasta qué punto la idea de casarse con Ernesto venía inspirada por el deseo de dejar el hogar familiar y tener una vida propia, al lado de un chico apuesto y rico?
Lilí se había retrasado dos años en obtener la licenciatura, pero desde segundo curso trabajaba en la inmobiliaria de su familia, a las órdenes de su tío, uno de los letrados más marrulleros de la ciudad.
Aparcan a unos cincuenta metros de la casa, ya que el camino estaba barrado. Se oyen ladridos amenazadores de varios perros, seguramente grandes y fieros por la forma como reciben a las visitas.
El caserón es grande, con tres plantas contando la baja y dos pequeños torreones en los extremos. La hiedra lo envuelve amorosa sin dejar distinguir los colores y las formas. Se abre una puerta y la silueta de un hombre se recorta contra la luz amarillenta.
- ¿Sois las dos amigas, Lilí y Silvia?
La voz sonaba fuerte, pero no exenta de amabilidad. Las chicas sacan su parco equipaje y se acercan a su anfitrión. Este no hace ademán de estrechar sus manos ni de ayudarlas con las maletas. Se da la vuelta antes de que puedan distinguir sus rasgos y vuelve hacia la puerta abierta sin añadir palabra.
Ya dentro, pueden distinguir sus facciones. Es un hombre de más de cincuenta años, quizás muchos más, pero alto, delgado y de porte elegante. Rasgos severos pero nobles, mirada penetrante, insolente, pero no maligna. Sus manos parecen fuertes y ágiles, manos que pueden proporcionar placer y dolor con la misma facilidad, piensa Silvia, y siente un estremecimiento que hace despertar su sensible coñito.
- Sentaros, por favor – dice tomando asiento él antes en un sillón forrado de piel reluciente y señalando dos butacas más bajas a su derecha – Supongo que habéis leído las condiciones y conocéis las normas de la casa.
Silvia va a negarlo y a pedir que le expliquen de qué va exactamente aquel fin de semana de pasiones desatadas que Lily le ha obsequiado como despedida de soltera, pero su amiga la corta con un gesto.
- Por supuesto, estamos al corriente de todo.
- De acuerdo – dice él mirando con curiosidad a la desconcertada Silvia – de todos modos, es necesario que firméis unos documentos. Se trata de una declaración de confidencialidad respecto de lo que hagáis u os hagan durante estos dos días. También un consentimiento informado. Es un…
- Lo sabemos – corta Lily – somos abogadas – añade con un gesto de suficiencia.
- No debéis dar datos sobre vuestras vidas privadas ¿Está claro? – De pronto el gesto se ha endurecido hasta provocar cierto sobresalto en las chicas – Mejor en todo caso; así sabréis mejor lo que implica aceptar firmar.
Sin más, el hombre hace sonar una campanilla dorada. Una puerta se abre y una figura bizarra se perfila en el umbral. Avanza hacia ellos sosteniendo una tableta digital.
Silvia mira con estupor a la mujer que se acerca a ellas con la cabeza baja. Lily no parece sorprendida sino divertida. Hay un brillo maligno en sus ojitos de hámster.
La asistente del amo de la casa viene a su encuentro cubierta sólo por un minúsculo tanga que deja a la vista una pobladísimas ingles. No es habitual tanto vello en una mujer, pero aún lo es menos que lo exhiba con ese descuido sin rasurarlo. Lo mismo ocurre con sus pechos. Tan grandes como los de Lily, pero obviamente naturales, apenas contenidos por unas finas tiras que hacen de sujetador sujetando poco o nada las enormes ubres que se desbordan por el centro y los laterales, contoneándose a cada movimiento de la chica. Unas sandalias de tacones inestables dificultan los desplazamientos y provocan contoneos no deseados. Cuando se acerca, la muchacha levanta tímidamente el rostro. Es más joven que ellas y parece asustada y muy avergonzada.
- ¿Qué significa esto? – Se pone seria Silvia sin comprender lo que ocurre.
Lily, más informada, no hace aspavientos y extiende la mano para recoger la tableta. La muchacha se inclina para entregársela y un tacón se dobla, haciendo que se tambalee.
- ¡Mira que eres torpe! – exclama el caballero sin levantar la voz - ¿Qué te pasa? ¿Te avergüenza que vean ese matorral descuidado? ¿Esas ubres de vaca?
Aprovechando la leve inclinación, el hombre asesta una palmada en la gorda nalga más próxima. La chica se desequilibra y está a punto de caer sobre Silvia, que la sostiene. Mira su cara y empieza a comprender. Tras la turbación, se evidencia una excitación patente.
- Es la más cerda de todas mis sumis. Aquí llamamos así a las chicas sumisas para abreviar – aclara mientras acaricia el culo enrojecido e introduce dos dedos bajo el tanga – Ya está mojada. Acércate para que estas señoritas vean lo guarra que eres.
La sumi obedece. Lily no duda un momento y pasa su mano por la entrepierna peluda.
- Está empapada, es cierto – comenta, mirando a los ojos a la muchacha. Silvia prefiere no participar en el juego. Aún no tiene muy claras cuáles son las reglas y teme hacer algo inconveniente.
- Luego le daré su merecido – baja el timbre de voz el amo – podéis presenciarlo si os apetece y hasta participar.
- ¿Qué piensa hacerle? – pregunta Silvia con cierta alarma
- Me apetece colgarla de los tobillos y varearle ese culo tan gordo con las campanillas prendidas de los pezones.
La chica siente la mano de Lily en su coño y se mueve levemente dejando escapar su flujo cada vez más intensamente a medida que se dicta su sentencia.
- Me encantará participar, señor… ¿Cómo debemos llamarle? – pregunta Lily sin dejar de frotar el clítoris de la sumi.
- Señor está bien. Yo a vosotras os llamaré por los nombres que habéis facilitado al inscribiros, Silvia y Lily. No sé si son los auténticos, ni quiero saberlo. Lily, deja de masturbar a esta puerca. No quiero que me manche la alfombra con sus jugos. Venga, Molly, vuelve a la cocina a ayudar a Ricardo.
- Señor – habla por primera vez la tal Molly – Ricardo quiere saber si puede…
- ¿Si puede follarte? Por supuesto, pero no debe permitir que te corras. ¿entendido? Dile de mi parte que puede usarte como le apetezca, pero que utilice el látigo si ve que puedes correrte.
- Sí, señor. Así lo haré – dice mientras se retira recatada
- Un momento – la detiene el Señor – has manchado de flujos la mano de mi invitada. Arrodíllate y lámele los dedos hasta que estén limpios de tus líquidos pestilentes.
Lily no pone pegas; está encantada. Silvia siente un estremecimiento cuando Molly lame la mano de su amiga. Todo aquello es sorprendente y algo desagradable, pero debe reconocer que sus bragas están empapadas.


Licencia de Creative Commons

Silvia y Lily en la mansión de los gozos sombríos es un relato escrito por Anejo publicado el 06-06-2022 20:43:12 y bajo licencia de Creative Commons.

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