Tiempo estimado de lectura de 5 a 6 minutos

Nací para ser esclava
Escrito por Zorra de Diego

Acababa de cumplir los 19 años y vivía con mi novio, pero no era feliz. Hacía poco que me había dado cuenta que yo había nacido para ser una esclava, así que no me costó mucho enrollarme con Carlos, un chico simpático, cariñoso y amable, con el que me sentía a gusto. Al principio nos encontrábamos en hoteles; luego empezamos a ir a su casa y, finalmente, acabamos en la mía, aprovechando los días en que Pedro, mi novio- viajaba. Carlos me hacía disfrutar del sexo, así que yo me entregaba sin reservas.

Un día en que Pedro estaba de viaje o eso creía yo-, nos encontrábamos tan concentrados en hacer el amor que no nos dimos cuenta de que la puerta se abría y mi novio aparecía en ella. Su cara de asombro inicial dio paso a otra de incredulidad y, por último, a una de enorme enfado. Agarró a Carlos y lo sacó de la cama, le abofeteó fuertemente y lo echó a la calle después de amenazarle si volvía a encontrarse conmigo. Yo estaba asustada y traté de excusarme pidiéndole perdón y diciéndole que no volvería a hacerlo, que no sabía cómo había ocurrido. Pero Pedro me dio un bofetón que me tiró en la cama.

- No admito excusas, zorra -me dijo-. Mereces que te castigue, pero no lo voy a hacer todavía. Vamos a vivir como si no hubiera pasado nada, sólo que te vas a comportar como la puta más sumisa del mundo. ¿De acuerdo, zorra?

Asentí. Entonces, Pedro me agarró del pelo y me obligó a ponerme de rodillas en el suelo. "No te muevas", me ordenó, y salió del dormitorio. Regresó al poco rato con el collar del perro en la mano y unas cuerdas. Me ató las manos a la espalda y me puso el collar. Luego me ayudó a levantarme y, tirando de la cadena sujeta al collar, me llevó hasta un rincón del dormitorio donde había un radiador. Ató el extremo de la cadena al radiador y me empujó hasta obligarme a quedar en cuclillas. Estaba incómoda y mucho más porque me obligó a separar las rodillas.

- Así -dijo-. Quiero verte ese coño de puta.

- Pedro, por favor -balbuceé, pero Pedro me abofeteó nuevamente. Se acercó hasta rozarme la cara con su pantalón, se sacó el pene, me cogió la cabeza y, obligándome a abrir la boca, me lo metió hasta el fondo.

Se la chupé muy lentamente, tratando de pedirle perdón. Sin embargo, me daba cuenta de que algo había empezado a cambiar en mi vida. Pedro ya no tenía consideración hacia mí: me clavaba su pene con tanta fuerza que me producía arcadas. Tardó un buen rato en correrse en mi boca.

Pedro me cogió el pelo, obligándome a levantar la cabeza. "Atiéndeme bien", me dijo: "Vas a quedarte así toda la noche. No eres más que una zorra asquerosa. Yo, mientras tanto, voy a pasármelo bien.

Cogió un trozo de esparadrapo y me amordazó con él. Luego estuvo un rato hablando por teléfono. Menos de una hora después, alguien llamó a la puerta.

Era una chica rubia de veintipocos años. Entraron en la habitación y empezaron a acariciarse, a besarse y a quitarse la ropa, hasta quedar completamente desnudos. Yo empecé a llorar en silencio; me sentía humillada viendo cómo mi novio le hacía el amor a aquella chica. Estuvieron así más de una hora. Luego se quedaron dormidos y yo me dormí también.

Me despertó Pedro, cogiéndome del pelo. "¡Ponte en cuclillas!", me ordenó. Mientras dormía, había perdido el equilibrio.

- Pedro, por piedad.

Me cortó con una bofetada. "Escucha bien lo que voy a decirte", me advirtió. "Ésta es Susana. Quiero que la obedezcas en todo lo que te ordene, sea lo que sea. Quiero que te conviertas en su esclava sumisa. Si no lo haces ya sabes", concluyó.

- Lo haré -respondí-. Obedeceré como una esclava. Comprendía que aquello era de verdad y que no podía hacer nada para que Pedro me perdonase y cambiara de actitud hacia mí.

- Así me gusta -dijo él-. Ahora me voy. Recuerda lo que has prometido.

Apenas se hubo cerrado la puerta, Susana regresó a la habitación y, acercándose a mí, soltó la cadena que me mantenía atada al radiador. Me agarró fuertemente del pelo y me obligó a levantarme. Luego me cogió del collar y tiró de mí en dirección a la cama. Me empujó, de forma que caí boca abajo. Tenía las manos atadas a la espalda, así que no podía sujetarme a nada. Susana me separó las piernas. "Voy a asegurarme de que me obedezcas", me anunció. "Así que te voy a enseñar lo que te pasará si no lo haces".

Metió su mano entre mis muslos y, sin que yo pudiera hacer nada, me pellizcó el clítoris, causándome un dolor intenso, aunque nada comparable a lo que me esperaba después. Susana tiró de mí hasta hacerme quedar de rodillas, pero con el pecho y la cara pegados al colchón, y cogiendo un cinturón de uno de los cajones, comenzó a azotarme el culo con toda la fuerza de que era capaz. Yo trataba de escabullirme de los latigazos, pero sin conseguirlo, de forma que muy pronto mis nalgas y mis muslos se fueron marcando con las señales de los azotes.

Cuando se casó de torturarme, me cogió del pelo y me obligó a quedar de rodillas frente a ella.

- Escúchame bien, esclava -me ordenó-. Vas a obedecerme en todo. Lo que le has hecho a Pedro no merece ningún perdón, así que vas a pagarlo. No quiero que hables, a menos que te pregunte. Y cuando contestes, deberás llamarme "Ama". ¿Has entendido?

- Sí, Ama, he entendido.

- Bien, entonces voy a desatarte -dijo-. Prepárame el desayuno.

Susana me tuvo toda la mañana trabajando en la casa. De vez en cuando se acercaba a mí y me sujetaba la cara frente a la suya. "Me encanta tener una esclava", decía. "Y a ti", me preguntaba, "¿te gusta ser una esclava?".

- Sí, Ama -respondía yo-. Soy feliz siendo una esclava.

Cuando llegó la hora de comer, Susana volvió a atarme las manos a la espalda, me subió al dormitorio y me encadenó de nuevo al radiador. Me separó las rodillas y me tapó la boca con un esparadrapo.

A las cuatro, Pedro regresó a casa. Creí morirme de vergüenza al escuchar que estaba acompañado de sus amigos. Intuía que iba a subirlos para que me vieran y así lo hizo.

- Eh, Julia -me dijo uno de ellos-. ¿Qué haces así?

Yo bajé la vista, humillada. Pedro les contó lo que había pasado y sus amigos le apoyaron. "Así que es una esclava?", preguntaron. "Entonces no te importará que nos haga un trabajillo".

- Claro que no -dijo Pedro-. A fin de cuentas, no es más que una puta.

Me soltaron la cadena, me obligaron a levantarme y me llevaron hasta una mesa que había en el comedor, en la planta de abajo. Me echaron sobre la mesa, con la cara pegada a la tabla, separaron mis piernas y, sin mediar palabra, el primero de ellos me penetró por el culo. Sentí un dolor intenso, empalada por aquel pene tieso y duro. Cuando estaba a punto de eyacular, salió de dentro de mí y, dándome la vuelta, me introdujo el miembro en la boca. Mi garganta se llenó de semen. Aquello les excitó, así que uno tras otro se fueron metiendo en mi boca, obligándome a tragar su semen.

Mi cara estaba manchada de semen. Me sentía sucia, pero como seguía atada y a merced de todos ellos no podía hacer nada para limpiarme. Susana les había contado cómo me había azotado, y los amigos de Pedro quisieron probar. Estaban deseosos de verme azotada, decían.

Pronto perdí la cuenta de los latigazos que me propinaron en el culo, los muslos y la espalda. Uno de ellos dijo que quería azotarme las tetas, que estaban hechas para sentir la caricia del látigo. Eso me dolió más que todo el resto de los azotes juntos. Sin embargo, noté cómo mis pezones se ponían en punta como si aquella tortura los excitase.


Licencia de Creative Commons

Nací para ser esclava es un relato escrito por Zorra de Diego publicado el 27-02-2022 01:11:21 y bajo licencia de Creative Commons.

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37 No me gusta0
Comentarios  
Maria
0 #3 Maria 11-05-2022 17:53
Magnífico relato de una gran escritora. Se hace muy real, casi compartido.
Mariana Ramón
+1 #2 Mariana Ramón 10-04-2022 01:51
Que bello relato, y que emblemático!!!
Enhorabuena !!
Me sentí completamente identificada con las experiencias de la esclava.
Luz
-1 #1 Luz 04-03-2022 16:24
Me identifico plenamente con la prota, no he llegado a experimentar algo asi pero tengo clarísimo que es lo que me gustaría. Buen relato
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