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Mi profesora particular
Escrito por Slipper

I. PRESENTACIÓN.

- ¿Te apetece un té?

- Sí gracias, la verdad es que ya apetece algo calentito, por fin llegó el otoño. -Ada dejó a Ramón sentado en su salón y se fue a la cocina a preparar los tes.

Ella era una mujer madura, algo mayor que Ramón, y desde el primer momento que se conocieron se cayeron muy bien, se conocieron en el Instituto de secundaria donde Ada trabajaba como profesora de inglés, allí fue Ramón a hacer una gestión administrativa de su trabajo, los presentó un amigo común y entablaron una agradable conversación que derivó en que Ada ayudaría un par de tardes a la semana a Ramón, que cursaba inglés en la Escuela Oficial de Idiomas.

Ada pasaba los cincuenta, pelo largo moreno, ojos marrón oscuro, 1.70 y muy bien conservada para su edad, parecía más joven, y más aún por su actitud vital, era una mujer abierta, moderna, tolerante y estaba encantada de ayudar a la gente, y más si era gente tan maja como Ramón; ella era nueva en la ciudad, y él le había hecho de cicerone, enseñándole todos los rincones culturales, gastronómicos y de ocio, que no eran pocos, en esa histórica y bonita ciudad mediterránea.

Aquella primera tarde de clases particulares llevaba una camisa blanca, una chaquetita fina granate, falda negra por las rodillas y unas finas medias, ya que habían caído las temperaturas y hacía bastante fresco. Completaba su atuendo con unas bonitas y cómodas zapatillas granates que parecían hacer juego con la rebeca, lo cual no era de extrañar dado lo coqueta que era Ada. Ramón, desde que entró a aquella casa, no perdía oportunidad de mirar aquellas maravillosas zapatillas, eran su fetiche desde muy niño, en este caso eran unas zapatillas abiertas por detrás, con suela lisa de goma gris, de como un centímetro de espesor, dura pero flexible y sin apenas cuña, el material era de felpa o algo muy parecido al terciopelo, muy agradables al tacto y con un adorno de un par de florecitas blancas en el empeine exterior de cada zapatilla, que Ramón, de buena gana no sólo se hubiera tirado al suelo a tocarlas, sino también a olerlas, besarlas... no lo podía creer, las zapatillas de mujer eran su pasión y Ada calzaba precisamente las que realmente le gustaban.

- ¿En qué piensas? Te veo absorto.

- Ah, perdona, se me había ido el santo al cielo.

- Muy bien. Entonces, hemos quedado que vendrás miércoles y viernes una horita cada tarde ¿verdad?

- Por mí perfecto, pero te digo otra vez, que me da un poco de reparo ocuparte tanto tiempo, déjame que te pague, como si fueras un profesora particular, que en realidad es lo que eres. Y no me importa hacerlo, de verdad.

- Pensaba que esto ya lo habíamos hablado, Ramón - dijo Ada con gesto serio- ¿Somos o no somos amigos, Ramón?

El tono de regañina y la repetición de su nombre, hicieron que Ramón se ruborizara, aunque se sentía a gusto así, como pillado en falta y siendo amonestado por una mujer en tono severo.

- Claro que somos amigos…

- ¿Entonces, todo lo que tú has hecho por mí, qué? ¿Eh? ¿Hubieras estado cómodo si te hubiera pagado por enseñarme el Teatro Romano? ¿O por guiarme por la Catedral Vieja? ¿O por mostrarme todos los bares del centro, Ramón?

- Lo siento Ada. Perdóname, no volveré a sacar el tema, he sido un estúpido. Lo siento.

- Venga, no pasa nada, quiero que sientas que somos amigos de verdad y que te aprecio muchísimo, aunque nos conozcamos de hace sólo unas semanas.- Diciendo esto, le agarró las manos a su amigo con las suyas y todo quedó zanjado. Tomaron el té, le echaron un vistazo al libro del pasado año y ya quedaron para el próximo día, para lo que sería la primera clase como tal.

II. LAS CLASES.

En las clases particulares lo que hacían fundamentalmente era repasar lo que se había dado en clase el día anterior, era un nivel intermedio y la verdad es que al principio no era muy exigente y las clases eran relajadas. Ramón disfrutaba de la agradabilísima compañía de Ada, siempre atenta, gentil, amable y además, siempre en zapatillas, algo que a Ramón le fascinaba. Además, pronto descubrió que Ada tenía al menos otro par de zapatillas, éstas, si cabe, le fascinaban aún más, eran azul marino, pero a diferencia de las otras, cerradas por detrás. Es decir, eran aún más abrigadas, la suela también era de goma flexible y además una suela amarilla, algo que fascinaba a Ramón desde niño, quizá por alguna imagen de esas que se quedan impresas de la infancia; otra cosa que le fascinaba de Ada, era el continuo movimiento de pies. Estando sentada, ponía un pie de puntillas y sobre su talón descansaba el otro pie. Después cambiaba los pies de posición, después cruzaba las piernas, se rascaba una pantorrilla con el empeine de la zapatilla del pie contrario, todo ello sin darse cuenta, en fin, mil variantes que le permitían ver desde mil ángulos esas maravillosas pantuflas que tanto le gustaban; el primer día que se puso esas zapatillas azules, le dijo:

- Perdona que siempre vaya en zapatillas, pero es que en cuanto llego a casa, tengo esa costumbre, voy cómoda y abrigadita ¿No te importa verdad?

- No mujer, cómo me va a importar ¡¡Si me encantan las zapatillas!!

- ¿Te encantan las zapatillas? ¿Cómo que te encantan las zapatillas? ¿Pero, las zapatillas en general o las mías?

Ramón se puso un poco colorado, se había metido en un pequeño jardín, y el corazón empezó a latir más rápido de lo habitual.

- ¿Te estás ruborizando, Ramón?

- No mujer, de verdad que no pasa nada, sólo te he dicho que me gustan tus zapatillas y que no me importa que las lleves en tu casa. Faltaría más. -El tono fue un poco violento al principio, aunque al final de la frase intentó suavizarlo con una sonrisa.

Ada se quedó mirando a Ramón una pizca más de lo habitual, con eso ojos oscuros e inteligentes, y dijo:

- Bueno, bueno, nada. Por cierto, ¿sabes cómo se dice zapatilla en inglés?

- Slipper -dijo Ramón triunfante.

- Muy bien, buen chico -A veces Ada usaba ese tono entre cordial e infantil para animar y espolear a su amigo y que tanto parecía gustar a los dos.

Pasaron los días y Ramón de vez en cuando olvidaba los pocos deberes que le ponía su querida profesora particular, aunque ésta siempre se mostraba comprensiva y afectuosa, pero uno de esos días a Ada le pilló un poco a contrapié y dijo:

- Vamos a ver Ramón, no puede ser que te mande que te estudies la lista de verbos irregulares tres días y no hayas podido estudiarla ninguno. Me parece un poco, no sé...

- Lo siento de veras Ada, en serio, perdona, te aseguro que para el próximo día me los sé todos.

- A ver, te digo que el que tiene que estudiar eres tú, yo te puedo ayudar, y lo hago encantada, ya lo sabes, pero...

- Que sí, que sí, que tienes toda la razón, y te prometo que esto no volverá a pasar.

Efectivamente, al día siguiente Ramón se sabía todos los verbos irregulares de la lista y algunos más que no estaban en la lista. Aquel día fueron a celebrarlo con unos vinos, después de clase.

Otro día, Ada hablaba con su alumno en un inglés muy básico y de una forma muy lenta. Estaba sentada en una silla y su pierna derecha colgaba, balanceándose, de su pierna izquierda. Tenía una humeante taza de té en la mesa, mientras ella estaba sentada paralela a dicha mesa y enfrente, sentado en el sofá, su alumno, hipnotizado por la pierna y la zapatilla azul marino de su profesora, además Ada llevaba medias y el ruido que hacían al restregarse una con la otra, era música celestial para sus oídos, pero lo mejor estaba por llegar. De pronto, Ada puso los dos pies en el suelo y se descalzó su zapatilla derecha, apoyando el talón en la parte interna del pie izquierdo. A Ramón aquellos segundos le parecieron eternos, no sabía lo que iba a pasar, entonces vio cómo su querida “profe” volvía a cruzar la pierna derecha sobre su rodilla izquierda y se agarró su pie, enfundado en una media de color carne y, con cara de dolor dijo:

- Uf, la fascitis me está matando.

- No me digas que tienes fascitis -reaccionó rápido Ramón.

- Ay, sí. La tengo hace ya tiempo, pero vuelve periódicamente y cuando me da fuerte, me mata.

- Yo también tuve, pero ya se me fue. Déjame que te dé unos masajes, que se me da muy bien.

- ¡Ay, no me digas! Pues no te digo que no, no sabes lo que duele esto.

- Ven, siéntate aquí en el sofá, ponte cómoda.

- Uy, sí, como tú me digas, que eres el experto, no sabía que también dabas masajes. Eres un encanto.

- Tú sí que eres un encanto. Relájate, túmbate y cierra los ojos.

Ramón empezó a masajear el pie de su amiga sobre la media y aunque estaba calentito y un poco sudado, se tuvo que contener para olerlo, besarlo y lamerlo, y además, tenía en el suelo bajo sus ojos, esa maravillosa zapatilla con un forro rojo interior que aún se adivinaba tibio y agradable, mientras, Ada se dejaba hacer. El masaje le estaba aliviando sobremanera, le estaba descargando toda la presión de ir con zapatos toda la mañana, y los expertos dedos de su alumno se clavaban lo justo en su planta, en su talón y bajo sus dedos tanto, que casi se le escapó un suspiro de placer.

- Ya me contarás quién te ha enseñado a hacer esta maravilla. Mmmmmmmmmmmmm ¡¡¡Qué rico!!!

- ¿Ves como soy un buen partido? Jajaja.

Entonces Ada, súbitamente abrió los ojos y dijo:

- Eso nunca lo he dudado, que lo sepas.

Y se incorporó para reanudar las clases, y al hacerlo se calzó la zapatilla en chancla, con el talón desdoblado hacia dentro. Aquella era otra fijación de Ramón, probablemente también de su infancia, y se quedó absorto mientras la veía alejarse para la cocina con las tazas de té en la mano y con tanto garbo que provocaba un ruido angelical a oídos de Ramón. Una zapatilla calzada y la otra en chancla. Le venían tantos recuerdos de su infancia... Pero esto era aún mejor. Era una mujer adulta, inteligente, guapa, se estaba enamorando de ella, sabía que era imposible, ambos estaban casados, pero los hechos eran los hechos. Lo despertó de su ensoñación el dulce andar de su amiga, que se sentó en la mesa y le dijo:

- ¡¡Vamos, que el tiempo corre!!

Al sentarse lo hizo así de medio lado, lo suficientemente cómoda para descalzarse la zapatilla que llevaba en chancla, lo hizo dando una pequeña patadita, que sirvió para que la zapatilla cayera al suelo haciendo un ruido sordo “PLOC”, entonces se volvió a agarrar el pie con su mano, miró a su amigo y dijo:

- Me lo has hecho perfecto, de verdad, me he quedado nueva, muchas gracias.

- Muchas gracias a ti, ya sabes que cuando quieras, y como quieras.

Aquello sonó a proposición y Ramón enrojeció un poco, lo último que quería era comprometer a su amiga, que lo miró un segundo y le espetó:

- Muy bien, bueno es saberlo, y ahora venga, vamos con el English.

Entonces se agachó un poco y sentada como estaba, se metió la zapatilla derecha en su pie, ayudándose de su dedo índice.

Ramón estaba obnubilado, esta tarde había sido muy fuerte para él; primero el balanceo del pie, después se sacó la zapatilla, el masaje, el hecho de que le dijera su amiga Ada que no dudaba de que era un buen partido, ponerse de nuevo la zapatilla en chancla para andar con ella un ratito y finalmente volver a ponérsela con el dedo, eran todos sus fetiches juntos, y además llevado a cabo de una forma natural, lo único que faltó fue que le diera una azotaina con una de sus zapatillas sobre su regazo, pero era inútil engañarse, toda la parafernalia de la zapatilla estaba muy bien, pero había algo más. ¿Se estaba enamorando de aquella, hasta hacia unas semanas, perfecta desconocida?

III. EL DESENLACE.

Poco después del incidente del masaje ocurrió algo que desencadenó los acontecimientos:

- Buenas tardes Ada ¿Qué tal?

- Muy bien majo ¿Y tú qué tal? Siéntate.

- Pues que me han dado una buena noticia esta mañana. Resulta que puedo optar a un puesto superior en mi trabajo a partir del año que viene.

- Anda qué bien, eso es genial, así ya no tendrás que soportar a esa compañera odiosa, ¿verdad?

- Así es, no sabes las ganas que tengo de quitármela de encima, pero hay un pequeño problema.

- ¿Y cuál es ese problema, si puede saberse?

- Pues que tengo que tener cierto nivel de inglés, concretamente, aprobar el curso que estoy haciendo.

Entonces Ada, que estaba sentada, se levantó, cruzó sus brazos sobre su pecho, miró fijamente a su amigo, y con su pie derecho dando golpecitos en el suelo, le dijo a su alumno:

- ¿Me estás diciendo Ramón que eso es un problema? ¿Que aprobar este curso va a ser un problema para ti? ¿Es eso lo que confías en ti? Y no sólo en ti, sino en mí.

Ramón miraba alternativamente a la cara de su amiga y profesora y al pie, que enfundado en su zapatilla azul marino, no paraba de golpear el suelo en tono amenazante.

- No Ada, claro que confío en ti, ha sido una forma de hablar, estoy seguro de que con tu ayuda aprobaré este curso.

- Yo también estoy segura, pero te advierto una cosa, te tienes que poner las pilas, el ritmo que llevas no te asegura ni mucho menos aprobar este curso, así que, a trabajar más, y te puedo asegurar que siguiendo mi ritmo, apruebas.

- Muchas gracias, no te preocupes, que seguiré tus mandatos a rajatabla.

- Más vale que así sea.

Ada volvió a mirar a su alumno fijamente un poco más tiempo de lo que se podría entender por normal, como esperando alguna repuesta de éste, pero no llegó nada, así que dando una palmada, dijo:

- Venga, pues manos a la obra, que el tiempo es oro, vamos siéntate.

La clase ya fue a otro ritmo, bastante más exigente que con anterioridad, pero Ramón le daba vueltas en su cabeza a la frase de su profesora, "más vale que así sea" ¿qué querría decir Ada con aquello? Si era verdad lo que él se imaginaba… Bufff... Las mariposas le revoloteaban en el estómago y se le salían por la boca.

A las dos semanas de aquello, ocurrió lo que tenía que ocurrir. Ramón, que era disperso por naturaleza, se dejó un par de trabajos que le había mandado Ada sin realizar.

- Bien, saca las frases donde tenías que completar los tiempos verbales, vamos a corregir.

- Lo siento Ada, pero no he podido hacerlo. El próximo día sin falta...

- Vale, vale -dijo Ada, claramente enfadada-. Saca el "writing". Tenías que hablar de las Navidades, ¿verdad?

- ...

- ¡¡¡¡¿Tampoco lo has hecho, Ramón?!!!!

Entonces Ada, ya mucho más enfada, se levantó de la silla y empezó a deambular por el salón, con los brazos cruzados.

- ¿Me puedes decir qué significa esto? ¡Yo pensaba que querías aprobar el inglés, pensaba que querías ese trabajo! ¿Y qué me encuentro? Con que no haces nada de lo que te mando y vienes aquí a perder el tiempo y a hacérmelo perder a mí.

- No sabes de verdad lo que lo sient...

- Ya, ya sé lo que me vas a decir, que lo sientes mucho ¿verdad? ¿Pues sabes lo que te digo? Que esta vez lo vas a sentir, pero de verdad.

Ada, miraba a su amigo realmente cabreada y estaba dispuesta a darle una lección. Era algo que no hubiera hecho con nadie, pero su instinto femenino le decía que Ramón necesitaba eso, mano dura, disciplina. Y ella se la iba a dar. Dobló su pierna derecha hacia atrás y un poco hacia el lado derecho y se sacó su zapatilla. Entonces se sentó en el sofá, zapatilla en mano, y dijo:

- Ven aquí.

Ramón miraba con ojos como platos, con la boca seca. Ésa era su fantasía, su secreto más recóndito y ahora esa maravillosa mujer, de forma natural, lo estaba llevando a cabo, no daba crédito, apenas se podía levantar de la silla, como pudo lo hizo y se encaminó hacia donde le indicaban, quedándose de pie, parado frente a su amiga...

- Desabróchate el pantalón. Me parece que sé lo que necesitas y te aseguro que te lo voy a dar.

Una vez que su pupilo se desabrochó el pantalón, ella, sin soltar su zapatilla de la mano, le bajó los pantalones hasta las rodillas y agarrándole de la muñeca, lo puso sobre su regazo.

Ni ella misma creía lo que estaba haciendo, pero la docilidad de su amigo la animaba a continuar lo que había empezado, estaba sentada en el sofá de su casa, con un hombre tumbado sobre su regazo, la cabeza a su izquierda y las piernas a su derecha, y el culo, justo encima de sus muslos, con la zapatilla en la mano y dispuesta darle una buena zurra. Si se lo hubieran dicho semanas antes, no se lo hubiera creído, pero la actitud de su amigo, sus constantes miradas a sus zapatillas, su actitud más bien sumisa cuando ella hacía el más mínimo amago de autoridad, y muchas de sus conversaciones, habían llevado a Ada a comprender que su amigo necesitaba justo lo que ella estaba dispuesta a darle en ese momento... y se lo iba a dar.

¡PLAFFFFFFFFFFFF! ¡PLAFFFFFFFFFFFF! ¡PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFF! ¡PLAFFFFFFFFFFFFFF! ¡PLAFFFFFFFFFFFF! ¡PLAFFFFFFFFFFFF! ¡PLAFFFFFFFFFFfFFFFFFF! ¡PLAFFFFFFFFFFFFFF! ¡PLAFFFFFFFFFFFFFFFF!¡PLAFFFFFFFFFFFFFFF!

Los diez primeros zapatillazos cayeron en aquella habitación, aunque con un sonido más bien sordo, debido a que no caían directamente sobre las nalgas sino sobre la tela del slip. Además, la fuerza no era muy intensa, aunque Ramón ya empezaba a notar su trasero caliente, pese a que los azotes caían alternativamente en un cachete y en otro. De pronto cesó la tunda.

- ¿Te parece bonito lo que tengo que hacer contigo?

- Lo siento de veras.

¡PLAFFFFFFFFF! ¡PLAFFFFFFFFFFF! ¡PLAFFFFFFFFFFF! ¡PLAFFFFFFFFFFF! ¡PLAFFFFFFFFFF! ¡PLAFFFFFFFFF! ¡PLAFFFFFFFFFFF! ¡PLAFFFFFFFFFFFF! ¡PLAFFFFFFFFFFF! ¡PLAFFFFFFFFF!

Otros diez zapatillazos cayeron, esta vez más fuerte, tanto, que empezó el pataleo ya que el dolor empezaba a ser francamente intenso.

- No me patalees Ramón como un niño, estoy dispuesta a darte una buena paliza y te aseguro que te la voy a dar ¿Entendido?

La voz y el tono tan autoritarios hicieron efecto en la anatomía de nuestro alumno que empezaba a presentar una erección bastante considerable, algo que no pasó inadvertido en Ada, que notaba cómo el bulto que había bajo los calzoncillos de su amigo crecía y se endurecía por momentos. Esto la enardeció aún más y no sólo siguió con su reprimenda y su azotaina, sino que empezó a sentirse tremendamente turbada, y por qué no decirlo, excitada, algo que ni siquiera podía sospechar.

- ¡PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFF! ¡No quiero más excusas! ¡PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFF! ¡Como no hagas lo que te mando…! ¡PLAFFFFFFFFFFFFFFFF! ¡PLAFFFFFFFFFFFFFF! ¡Te voy a dar una de zapatilla…! ¡PLAFFFFFFFFFFFFFFF! ¡PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFF! ¡Que no te vas a poder sentar…! ¡PLAFFFFFFFFFFFFFFF! ¡PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFF! ¡En una semana! ¡PLAFFFFFFFFFFFFFF! ¡PLAFFFFFFFFFFFFFF! ¡PLAFFFFFFFFFFFFFFF! ¡¿Está claro?! ¡PLAFFFFFFFFFFFF! ¡PLAFFFFFFFFFFFFFF! ¡PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF! ¡¿O te lo tengo que repetir?!

Ada azotaba ya muchísimo más duro, animada por la excitación que notaba en su amigo, y era increíble cómo el deseo se había apoderado de ella, se sentía poderosa con la zapatilla en la mano y un hombre en su regazo, era como si lo tuviera a su disposición, lo veía retorcerse ahí abajo, quejarse, lloriquear, pero sabía que estaba disfrutando como pocas veces en toda su vida.

- ¡¡Auuuuuuuuuuuuu!! ¡¡Ayyyyyyyyy!! ¡¡Ahhhhhhhhhhhh!! ¡¡No, no!! Lo siento mucho, de veras, no, no me lo tienes que repetir Ada, de verdad.

- ¡¡¡Levanta!!!

El pobre hombre dudó si levantarse o no, ya que aún tenía una erección de caballo y le daba mucha vergüenza que su amiga lo viera así, pero un nuevo zapatillazo ¡PLAAFFFFFFFFFF!, acompañado de un sonoro “¡Vamos!”, acabaron con sus reticencias y rápidamente se puso en pie. Entonces, sin que nadie se lo pidiera, se quedó delante de su amiga, justo enfrente, con los pantalones por los tobillos, el suéter subido y el calzoncillo, con su prominente bulto que avergonzaba a su dueño tanto, como en el fondo divertía a Ada, que decidió tensar aún más la cuerda. Entonces echó su espalda hacia atrás y se quedó apoyada en el respaldo del sofá, cruzó sus brazos sin soltar la zapatilla de su mano y cruzó sus piernas quedando su pie desnudo, balanceándose.

- Te dije que te iba a meter en cintura y lo voy a hacer ¿Me estás oyendo, jovencito?

- Sí Señora. -Ramón no sabía por qué le había dicho Señora a su amiga, pero le había salido así, seguramente porque ella antes le había llamado jovencito. Ese juego les estaba encantando a ambos.

- Pues bien, vas a aprobar el inglés aunque te tenga que romper la zapatilla en el culo ¿Me oyes?

- Sí Señora, no se preocupe. -No sólo la volvía a llamar Señora sino que ahora la llamaba de Usted. Además vio en su mirada un reflejo, mezcla de humor y vicio, que le encantó.

- Pues muy bien, es hora de terminar con tu castigo. -Dicho esto se echó hacia delante y le bajó de un tirón los slips hasta las rodillas.

Entonces lo volvió a mirar y se dio, con la zapatilla que conservaba en la mano, dos golpecitos sobre sus rodillas, que indicaban claramente dónde quería que se pusiera su alumno, cosa que hizo éste rápidamente y quiso la casualidad, que su pene quedara acomodado entre las piernas de su profesora, a la que se le había subido el vestido por encima de las rodillas.

El contacto del pene con las medias y la situación de por sí morbosa, hicieron que aquello volviera a crecer y a endurecerse de manera inusitada y más aún cuando la azotaina se reanudó.

Los zapatillazos no eran tan fuertes como los últimos, pero los efectos de la zurra anterior, unidos a que ahora no se interponía nada entre la suela de la zapatilla y la piel, hacían que el dolor y el placer crecieran por momentos.

Tras unos zapatillazos no muy fuertes, Ada fue poseída por una calentura provocada por la sensación de dominio y por lo que tenía entre sus muslos. El excitadísimo aparato de su amigo hacía palanca entre sus muslos, esto hizo que se humedeciera súbitamente y que apretara en el ritmo y en la fuerza de sus zapatillazos.

Ahora sí que restallaban en aquel salón. Ada gemía, Ramón aullaba de dolor y placer, todo ello acompasado por chasquidos de los azotes que sonaban tan excitantes para uno como para otra.

Ya a punto de correrse, el incremento en número y fuerza de los zapatillazos, hizo que el dolor superara al placer, evitando así la inminente eyaculación. Fue en ese instante cuando se oyó el ruido sordo de la zapatilla al caer al suelo, la azotaina había terminado.

Hubo un silencio sepulcral, sólo roto por los sollozos que se iban apagando poco a poco. Desde su posición vio cómo su amiga, maestra y castigadora, acomodaba su pie derecho en la zapatilla y enseguida empezaron las caricias en su maltrecho culo.

Eran unas caricias suaves, con mucho mimo, de arriba abajo, llegaban hasta la parte superior de los muslos, hasta donde habían llegado también los azotes, esas caricias y la mezcla de sensaciones tan fuertes que había tenido en los últimos minutos, hicieron que Ramón rompiera a llorar, era un llanto limpio, de alivio, casi purificador...

- Ya pasó todo mi niño, ya, ya, ya, ya está, tranquilo, ya no te voy a pegar más... Espero que hayas aprendido lo que pasa y lo que te volverá a pasar si no trabajas, ¿de acuerdo?

- Snif. Síiiiiii, lo siento de veras, de vedad que no...

- Shhhhhhhhhhhhh. Ya, ya, cielo, cálmate, déjame que te de un poquito de crema que te alivie.

Ada tomó un tarro de crema hidratante que había en una mesita adyacente y untó las posaderas de su amigo, que sintió un alivio inmediato. Ese alivio pronto se convirtió en placer, y el masaje se convirtió en erótico, y tras un levísimo azotito para darlo por finalizado se oyó:

- Levanta gordi, ven conmigo.

Ramón apenas se levantó de su posición, bocabajo, sobre el regazo de su maestra, fue agarrado por ésta por su muñeca y lo sentó de nuevo en el mismo sitio, pero esta vez sentado y de cara, sólo se tuvieron que mirar un segundo, se empezaron a besar con el ansia del sediento en el desierto, sus bocas se buscaban con glotonería, sus lenguas exploraban la boca del otro, se chupaban, se lamían, apenas podían balbucear algunas palabras…

- Gracias Ada, gracias por darme la mejor tarde de mi vida. Te adoro, eres la mujer más maravillosa del mundo...


Licencia de Creative Commons

Mi profesora particular es un relato escrito por Slipper publicado el 19-09-2021 12:17:34 y bajo licencia de Creative Commons.

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