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Mi amo Rufus
Escrito por SoniaSev

Mi amo Rufus
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Dedicado a mi amo y señor Sergio. La luz de mi vida.
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Mi nombre es Victoria, o Vicky, como ustedes prefieran. Aunque, el nombre es completamente irrelevante como comprobarán a lo largo de este relato.

Mi historia comienza desde el mismo día en el que mi marido y yo contraemos matrimonio. Éramos una pareja que encajaba a la perfección en todos los aspectos. Caracteres parecidos y compatibles, mismos gustos musicales y artísticos, adorábamos a nuestros respectivos suegros, y en el sexo funcionábamos fantásticamente. Pero, el paso de los años, como ocurre en multitud de parejas, no es en valde.

Por un lado, la monotonía en nuestras relaciones sexuales hacía que nos aburriéramos y que las espaciáramos cada vez más hasta llegar el momento en el que no recordaba la última vez que mi marido visitó el interior de mi cuerpo. Recuerdo especialmente aquella vez en la que, recostada boca arriba en posición del misionero, mi marido trataba de darme placer encima mío en el día de nuestro aniversario. Hasta que se dio cuenta de que ¡me había quedado dormida y estaba roncando! Aquello supuso un antes y un después y nuestra vida sexual fue perdiendo, si es que podía perder ya algo, lo poco que le quedaba.

Por otro, los gustos y las filias de cada uno de nosotros evolucionaban en direcciones opuestas. Yo me sentía cada vez más pasiva y sumisa y esperaba que mi marido siempre llevara la batuta con mano firme y segura. Él, sin embargo, se sentía cada vez más atraído hacia relaciones de tríos o de más personas. Algo que yo no deseaba ni quería.

Andábamos ya como un matrimonio de septuagenarios en cuanto a la frecuencia de nuestras relaciones, a pesar de no llegar a los 40, cuando una amiga me invitó a acompañarla al cine. La película no era demasiado trascendente. Si bien, en una escena de sexo entre los dos protagonistas, el protagonista incita a la chica a introducir prácticas BDSM en la relación. Ella accede y el protagonista comienza a amordazarla, a taparle los ojos y a atarle las muñecas. Hasta ahí, algo no demasiado raro que una se pueda encontrar en una película de Hollywood, pero aquella vez fue especial. Mientras veía la escena comencé a notar cierto picor en mi vagina y fluidos que bajaban por ella hasta depositarse en mis braguitas. Definitivamente, aquella escena me había excitado sobremanera y me había sacado del invierno sexual en el que me encontraba desde hacía meses o años.

No comenté nada con mi amiga y le puse una excusa para poder marcharme a casa tras salir del cine. Realmente, estaba bastante incómoda teniendo las braguitas tan húmedas. Podía notar su olor y no quería que mi amiga me hiciera más preguntas de las que quería contestar en ese día.

Tras varios días sin poder quitarme aquella escena de la cabeza, le propuse a mi marido hacer algo similar. Y, aprovechando mis tendencias cada vez más acusadas de sumisa y pasiva, le proponía que él fuera el dominante en ese ‘juego’. El simple hecho de imaginarlo hacía que los fluidos comenzaran a descender vagina abajo. Él me miró extrañado.

- ¿De dónde has sacado esa idea? – me preguntó
- Bueno, pues una compañera de trabajo lo comentó el otro día tomando café
- Ha sido la loca de Natalia, seguro
- Eso es – le contesté con la esperanza de que no siguiera indagando más en el origen de mi nueva obsesión

Se encogió de hombros y, como si no hubiéramos hablado de nada, siguió viendo el partido de fútbol.
Pasaron las semanas y los meses y, a pesar de que le pedía que me atara o me amordazara mientras manteníamos nuestras escasas relaciones, él siempre rehusaba hacerlo con excusas que denotaban una dejadez que me bajaba la lívido de inmediato.

No aguantaba más. No quería romper mi matrimonio por aquello, pero tampoco estaba dispuesta a vivir en el más absoluto aburrimiento sexual toda la vida. Necesitaba explorar nuevas vivencias, aunque fuese sin mi marido.

Todo ocurrió despacio. Estas cosas no ocurren de un día para otro.

Comencé, como supongo que ocurre en el 99% de los casos, preguntando a Google por el término BDSM. De ahí, a curiosear en foros y chats sin intervenir y con ánimo de aprender. No apuntaba lo aprendido en ninguna libreta, pero aquello que llamaba mi atención quedaba clavado en mi cabeza y en mi clítoris.

Comencé a participar preguntando desde las cosas más básicas y absurdas hasta las fantasías más sorprendentes. Mis ‘compañeros’ de foro alababan mi imaginación y posteriormente contaban el resultado de la puesta en práctica de mis fantasías, con gran éxito.

Fui introduciéndome, cada vez más, en el mundo BDSM y teniendo experiencias extramatrimoniales a espaldas de mi marido. Todas ellas ejerciendo de sumisa con algún hombre que me dominara y me llevara a explorar experiencias que nunca había imaginado. Aquello me enganchó y las experiencias como sumisa cada vez me llenaban menos y necesitaba más. Necesitaba pasar al siguiente nivel, ser esclava.

Tuve un par de experiencias que no salieron nada bien. Los hombres que se ofrecieron a ser mis amos no tenían la firmeza ni el carácter para moldearme. Quizás fuese yo, no lo sé.

Todo cambió cuando Miguel (cambio su nombre para no desvelar su identidad real) se puso en contacto conmigo a través de los canales que solemos usar para estas cosas. Había algo en él que me atrapaba y que me atraía hacia él. Miguel era, definitivamente, el amo que andaba buscando. No sabía cómo ni porqué, pero lo sabía. Era él.

Después de sondearme durante varias semanas me exigió vernos en persona, en un restaurante para cenar. Allí estuve el día y a la hora que Miguel me dijo, y vestida tal y como él me dijo. Días antes me mandó enlaces a webs de tiendas de ropa y de lencería para que comprara y vistiera lo que él me decía.

La velada fue tal y como lo había imaginado. Miguel confirmó todo lo que ya sabía de él y que, sin duda alguna, me entregaría como su esclava por el resto de mi vida. Miguel, sin embargo, albergaba algunas dudas y quería comprobar si nuestras conversaciones previas eran todo fachada o realmente estaba dispuesta a ser su esclava.

- ¿Te pusiste el tanga que te ordené?
- Claro, mi señor. De color fucsia para que se transparentara con el vestido blanco y todo el mundo me mirara la entrepierna. Y puedo corroborar que así ha sido, mi señor.
- Bien. Quítatelo ahora. Y ponte de pie para hacerlo, que todo el mundo en el restaurante te vea hacerlo. Y, una vez que te lo hayas quitado, lo dejas sobre la mesa, junto a los cubiertos.

Hice lo que Miguel me había dicho y todo el mundo en el restaurante comenzó a darse codazos mirándome. Yo, sin embargo, estaba en un estado mental en el que todo lo que ocurría más allá de Miguel y yo era inexistente. Quizás era la bebida o quizás Miguel había comenzado ya a hechizarme y a conquistar mi mente. Me inclino por lo segundo.

- Lo has hecho muy bien, Vicky. Has ido más allá de lo que nunca, seguramente, hayas ido y estás adentrándote en un terreno que te es completamente desconocido. Sin embargo, has confiado en mí y has dado ese paso que te lleva, sin marcha atrás, a una vida maravillosa.
- Ha sido extraño, mi señor -le contesté-. Obviamente, jamás había hecho nada parecido. Pero haber dado ese paso y haber puesto un pie en un nuevo mundo agarrada de su brazo, ha sido mucho más sencillo de lo que pensaba.
- Esa es justo la sensación que como amo busco en una esclava. Justo esa.

Sonreí y bajé la mirada para notar como los vellos de mi pubis, que Miguel había exigido que no estuviesen depilados, se marcaban y transparentaban sin ropa interior a través de mi vestido blanco.

- ¿Has visto a ese señor mayor que se ha levantado de la mesa de nuestro lado para ir al baño?
- Sí, mi señor. Pobre hombre, casi no puede andar y lo hace muy despacio.
- Ese mismo. El que vestía un jersey rojo.
- Sí, sí – dije asintiendo con mi cabeza
- Bien. He estado observando el restaurante y ahora mismo no debe haber nadie más en el baño aparte de ese anciano. Levántate y camina erguida hasta el baño procurando que todo el mundo te observe. No los verás, pero ellos sí te observarán con lujuria. Cuando hayas llegado al baño, entras en el de caballeros donde está nuestro anciano. Te acercas a él y le haces una mamada. Si él no quiere, arréglatelas como puedas, pero házsela. Sedúcelo. Cuando hayas terminado, no te tragues ni escupas su leche. Te vienes caminando de la misma forma hasta aquí con tu boca llena de su leche.

Aquello sí me sobresaltó, al mismo tiempo que humedeció mi vagina.

- Rápido, no te demores o alguien más querrá ir al baño y tendrás, entonces, que hacer dos mamadas. – me dijo Miguel para que me apurara.

Me levanté y caminé como me había dicho Miguel hacia el baño. Lo hacía como si estuviera en una campana de cristal donde todo lo exterior se ve borroso y deformado. En mi nuevo mundo sólo estábamos Miguel y yo.

Accedí al baño de caballeros y, tal y como me dijo Miguel, allí estaba el anciano. Hice mi encargo y me volví a la mesa con Miguel a pesar de que un hilo de la leche del anciano resbalaba por una de mis comisuras y recorría mi cuello escondiéndose por mi escote. Pensé que a Miguel le gustaría aquello. Efectivamente, al verme sonrió haciendo un gesto de aprobación. No lo limpié y siguió resbalando hasta mis pezones.

Miguel pidió un postre para él y no para mí. Evidentemente porque mi boca estaba ya ocupada por mi postre, que retenía hasta que Miguel me diera la orden de tragar.

Terminó su postre, pagó la cuenta y me ofreció su brazo para levantarme e irnos juntos del restaurante. En la salida me agarró de la cintura y me miró directamente a los ojos.

- Vicky, has sobrepasado todas las expectativas que tenía puestas en ti. Otra mujer con pretensiones de ser mi esclava (y te puedo asegurar que ha habido muchas) nunca hubiera sometido su voluntad a la mía como tú lo has hecho hoy. Ve a casa, haz tu maleta, coge todas tus pertenencias y mañana a primera hora quiero que te mudes con mi pareja y conmigo. Despídete si lo consideras de tu marido. Échale el polvo de su vida, porque será el último que eches.
- Otra cosa quiero dejarte clara -prosiguió Miguel-. En casa somos yo, en primer lugar, como tu amo principal, mi pareja y nuestro perro Rufus. Tú estás muy por debajo de nosotros tres en la jerarquía de nuestra casa. Yo soy tu amo, mi pareja es tu ama y Rufus es tu amo igualmente. Si lo aceptas, estaremos encantados de tenerte como esclava.
- Ah y, por cierto -dijo para terminar-, no te tragues la leche del anciano hasta que llegues a casa.

A la siguiente mañana, cuando aún permanecían encendidas las farolas de las calles y el sol apenas asomaba por el horizonte, me encontraba en la acera frente a mi casa rodeada de todas mis maletas y de cajas con mis pertenencias. Mi amo llegó en su coche y paró justo delante de mí. Bajó y abrió el maletero donde se dispuso a cargar todas mis cosas.

Una vez dentro del coche, mi amo me miró y me dijo:

- Tu nueva casa no está en esta ciudad. De hecho, ni siquiera está en esta provincia. Tenemos un largo viaje por delante. Pero, como el lugar donde va a servir no es relevante para una esclava, te vas a tomar este somnífero para que duermas durante todo el camino. Despertarás una vez que hayamos llegado.

Alargó la mano y me ofreció una píldora que depositó en dentro de mi boca.

- Si abres la guantera encontrarás una botella de agua para ayudarte a tragar la pastilla.
En ese momento comencé a enamorarme aún más de mi amo. Había recorrido muchas provincias y ciudades hasta elegirme a mí como esclava. Puso en marcha el motor y comenzó mi viaje hacia mi nueva vida. No transcurrieron ni 5 minutos hasta que caí dormida profundamente. Horas después desperté en un garaje mientras mi amo me zarandeaba para despertarme.
- Ya hemos llegado. Sal del coche.

Salí aturdida ayudándome de su brazo para poder andar. Subimos una escalera que daba al interior de la vivienda.
Llegamos una puerta y mi amo me paró en seco.

- Si das un paso más y cruzas la línea que divide esta casa con el mundo exterior, sabes que tu vida ya no será “tu vida”, ¿verdad?
- Lo sé. Soy consciente de ello y lo hago con voluntad, precisamente, de eso. Quiero entregarle mi vida y dejar atrás todo aquello que fui -contesté con seguridad

Mi amo se apartó para que pudiera pasar.

- Pasa a la cocina. Allí conocerás a tus otros amos y podremos charlar con más tranquilidad.
Accedí y me dirigí a la cocina al final del pasillo con una seguridad que, hasta a mí misma, me extrañaba. Hubiera apostado a que estaría terriblemente nerviosa y temblorosa. No era para menos, dejaba atrás una vida llena de comodidades para convertirme en esclava y para buscar placer en cosas muy distintas. Ver gozar a mi amo, verlo disfrutar, atender todas sus necesidades eran, para mí, los actos más gozosos a partir de ahora. No quería ni necesitaba más.

En la cocina me encontré con mi nueva ama. Tenía el cabello rizado y de color cobrizo, los ojos de color verde y gesto serio. No parecía complacerle mi estancia allí. Se podría decir que era guapa, aunque estaba recién levantada y con el gesto torcido. Si bien, no puedo asegurarlo porque sería la última vez que vería su rostro.

Mi amo entró en la cocina sensiblemente contento. Se sentó junto a mi ama.

- Esclava, prepáranos un café y las tostadas. Para mí, un café solo y una tostada con mantequilla.
- Yo quiero un té y unas galletas - espetó mi ama con cierto desdén.
Preparé todo lo mejor que pude y se lo serví a ambos, que seguían sentados a la mesa de la cocina.
- Bien, esclava. Ponte en posición de sumisa –me dijo con voz cálida para intentar tranquilizarme, al mismo tiempo que me arrodillaba junto a él, posaba mis manos sobre mis rodillas y bajaba mi cabeza, mirando directamente al suelo.
- Vamos a intentar explicártelo todo y describirte cómo será tu vida a partir de hoy. Espero no olvidarme nada, aunque si algo se me olvida, estoy seguro de que serás una esclava inteligente y sabrás captarlo sobre la marcha -prosiguió mi amo.
- En primer lugar, desde hoy no posees nada. Dejas atrás todas tus pertenencias. Ya no tienes nombre, ni identidad. He destruido toda tu documentación. No tienes DNI, ni pasaporte, ni tarjetas de crédito, … nada. Ya no eres NADIE, ya no eres NADA. Simplemente, eres nuestra esclava.
- Tu móvil lo dejé en una papelera justo a la salida de tu ciudad. Nadie va a poder encontrarte porque, entre otras cosas, la mujer que buscan ya no existe.
- Llevamos años siguiendo tu trayectoria en el mundo BDSM. - continuó explicando mi amo
- Te conocimos en los foros y charlamos multitud de veces contigo usando diferentes apodos. Algunos de los hombres que creías seducir para tener sexo dominante contigo no eran más que prostitutos que nosotros contratábamos para que, después, nos informasen sobre ti. Toda la información que teníamos sobre ti nos cuadraba y estábamos seguros de que serías la esclava perfecta.
- Pero, esto ha de ser voluntad tuya. Por eso firmarás un contrato de esclavitud hacia mí, mi pareja y nuestro perro. Habrá una cláusula para que puedas marcharte cuando desees. Lo único que exigimos a cambio es lealtad.
- Todas tus maletas -prosiguió- y las cajas que has traído las hemos donado a Cáritas. Ya las han recogido mientras dormías. Ya no las necesitas y hay personas mucho menos afortunadas que tú que, seguro, agradecerán tu regalo.
- Sé que te estarás preguntando por la ropa. No te tienes que preocupar por nada. Usarás la de tu ama. Ambas tenéis la misma talla y estatura. Te escogimos, entre otras muchas cosas, por eso. Eso sí, no vamos a permitir que una esclava haga gasto extra de electricidad, agua y detergente. Usarás la ropa que tu ama haya usado el día anterior. Y, si te lo estás preguntando, efectivamente, también la ropa interior. Cada noche, cuando tu ama se desvista para ducharse, recogerás su ropa y la llevarás a tu habitación para usarla al día siguiente.
- Será un honor para mí vestir la ropa de mi ama, mi señor -le respondí
- Así debe ser. Bien. Continuemos. Harás todas las labores de la casa. Cocinarás, limpiarás, lavarás la ropa, mantendrás todo ordenado, plancharás, … Nos servirás la comida a tu ama y a mí y esperarás a que terminemos para que puedas comer tú. Y comerás, en primer lugar, las sobras que hayamos dejado ambos en nuestros platos y, si ha sobrado algo de la comida que hayas hecho, podrás comerla. Pero nada de usar nuevos platos, vasos o cubiertos. Ya te he dicho que no vamos a hacer gastos extra para limpiar más porque quieras vivir como una marquesa comiendo con un plato y con cubiertos limpios. Comerás en nuestros platos, con nuestros cubiertos y beberás en nuestros vasos. Ni, tampoco, se te ocurra recalentar la comida si se ha quedado fría. Sería un gasto de electricidad inaceptable.
- En cuanto al sexo, si piensas que tu amo va a satisfacerte sexualmente, estás muy equivocada. No lo haré. De hecho, tendrás un cinturón mental de castidad. Te está prohibido, desde ahora, tener orgasmos. Deberás reprimirlos. Únicamente, cuando tu amo lo permita y en ocasiones muy especiales, te permitiré tener un orgasmo. Pero, grábatelo en la cabeza, será muy esporádico. El sexo lo mantengo con tu ama, no contigo. Solo en el caso de que tu ama esté con el periodo te usaré para tener sexo y disfrutar de orgasmos. Pero los tendré yo, no tú.
- Puedes estar tranquila, porque no vas a recibir maltrato físico por nuestra parte. Eso será un límite que nunca cruzaremos. No nos gusta. Eso sí, como esclava que eres, no tienes dignidad ninguna y sobre eso no respetaremos límites. Las humillaciones pueden ser constantes y severas.
- Ahora quiero que conozcas a tu otro amo. ¡Rufus! - dijo alzando la voz para llamarlo.

Por la cocina asomó mi amo Rufus. Era un perro bastante grande de raza San Bernardo y de avanzada edad. Parecía tranquilo. Andaba lento y babeaba bastante por la boca, como lo suelen hacer los San Bernardo.

- Rufus es tu amo y, como tal, debes respetarlo al igual que a nosotros. También le servirás la comida y podrás comerte las sobras que él no quiera si tienes hambre. Lo sacarás a pasear dos veces al día por el parque que hay justo enfrente de casa. Pero, no intentes hablar con nadie mientras lo paseas. Ya nos hemos ocupado de decirle a todo el vecindario de que una sobrina venía a vivir con nosotros, pero que era sorda y muda. Por lo que nadie te hablará, porque pensarán que no les oyes y que no puedes responderles porque no puedes hablar.

Mi amo Miguel le hizo un gesto a mi amo Rufus que se acercó a olisquearme, dejándome la cara llena de babas. Mi amo le desabrochó el collar y me lo colocó a mí.

- En casa, tú estás por debajo de Rufus, como te dije ayer. Mientras vivas aquí, tú llevarás el collar y únicamente te lo quitarás y para ponérselo a tu amo Rufus cuando lo saques a pasear.
- Ahora ven, voy a enseñarte tu habitación. -dijo mientras se levantaba y enganchaba una correa a mi nuevo collar.

Caminé detrás de mis dos amos con la cabeza agachada hasta que cruzamos el umbral de mi nueva habitación. Era un dormitorio muy austero. No tenía más que una cama pequeña, una mesilla de noche con una lamparita y un pequeño escritorio con su silla. No tenía ningún cuadro ni cortinas que dieran algo de vida a la habitación. Tras la ventana, a poco más de un metro de distancia, un muro de ladrillos que impedía que entrara la luz del sol con toda su plenitud. Y, tras una estrecha puerta, un lavabo pequeño con espejo diminuto, un plato de ducha y un arenero para que hiciera mis necesidades. Lo más parecido a la celda de una novicia en un convento.

- Sobre la cama tienes la ropa que tu ama usó ayer. Si ves que la ropa interior no está muy limpia, es normal. Ayer le di placer varias veces y ella suele expulsar mucho flujo.

Mi amo salió del dormitorio y cerró con pestillo por fuera. Me desnudé y me dispuse a vestirme con la ropa de mi ama, que me quedaba razonablemente bien. Falda, medias y una blusa de un estilo bastante formal. Supongo que mi ama trabaja en una oficina de una gran empresa que tiene sus códigos de vestimenta.

Me senté en la cama y comencé a mirar para todos lados intentando conocer mi nuevo mundo hasta que el sueño me venció.

Noté un fuerte tirón de la correa atada a mi collar.

- Tenemos hambre. - me dijo con firmeza mi ama-. Vamos a la cocina. Te enseñaré dónde está todo para que cocines.

Me levanté y caminé tras ella mirando hacia el suelo mientras me guiaba con la correa.
Una vez en la cocina, mi ama me enseñó dónde estaban todos los utensilios de cocina y la despensa donde guardaban la comida. No escatimó en detalles durante toda su explicación y agradecí que todo estuviese tan ordenado y limpio.

Mi amo Rufus, mientras tanto, no me quitaba ojo desde el salón, tumbado en su colchón. Escudriñaba todos mis movimientos.

- ¡Tengo hambreeeeeee! -gritaba desde el fondo del salón, donde mi amo veía la TV sentado en el sofá.

Preparé un guiso lo más sencillo que pude para no tardar mucho y que mis amos no se impacientaran. Y, mientras se hacía el guiso en los fogones, cogí de la despensa un cazo con pienso para mi amo Rufus, a lo que le añadí una lata de comida para perros que le diera algo más de sabor. Al oír cómo le servía la comida en su plato, mi amo Rufus se levantó y caminó despacio desde el salón a la cocina y comenzó a comer.

Seguí preparando la comida mientras me seguía sintiendo observada por mi amo Rufus. De vez en cuando, miraba de reojo y lo veía con su mirada clavada en mí y con las babas colgando de su boca.

- La comida ya está lista, mi señor – avisé.

Había preparado la mesa con el mayor esmero posible para una esclava novata como yo. Mientras mis tres amos comían me puse en posición de sumisa, tal y como me pedía mi amo, junto a su silla. De vez en cuando, mojaba un trozo de pan en el guiso y lo alargaba con su mano hasta introducirlo en mi boca para que comiera algo.

Una vez terminaron, comí las sobras de sus dos platos y el resto del guiso que no había servido y que seguía en la cacerola. Ellos, mientras tanto, descansaban en el sofá hasta que terminé de comer, de recoger y limpiar la cocina.

Me acerqué al sofá donde descansaban mis amos y me dieron permiso para tumbarme a sus pies, sobre la alfombra. Mi cabeza quedó en dirección hacia el colchón donde también descansaba mi amo Rufus, que seguía mirándome con atención.

Pasamos la tarde en el salón hasta que mi ama dijo que quería ducharse. Tiró de mi correa y me llevó con ella a su dormitorio. Esperé en posición de sumisa hasta que se hubo quitado la ropa, que recogí y llevé a mi habitación para vestirme al día siguiente. Minifalda vaquera, medias de rejilla y top de lycra con el ombligo al aire. La ropa interior, de nuevo, recogía gran cantidad de flujos de su vagina. Y eso que, a menos que yo supiera, mi amo no le había dado placer desde que llegué a casa.

Cuando llegó la hora de la cena, les preparé algo ligero y esperé de nuevo junto a mi amo, que me ofrecía comida.

Cené y mi amo me ordenó pasear a mi amo Rufus que, al verme despojarme del collar se levantó y comenzó a mover su cola. Salimos de la casa hacia el parque donde dimos un largo paseo durante el que me crucé con varias personas que parecían conocer a mi amo Rufus. Pero, tal y como me dijo mi amo, ninguna me dirigía la palabra, aunque sí las oía murmurar a mi espalda sobre mí.

Al llegar a casa, mi amo me volvió a colocar el collar liberando a mi amo Rufus. Enganchó la cadena al collar y me llevó a su dormitorio.

- Has tardado mucho – me riñó mientras me daba leves tirones de la cadena.
- Señor … - intenté explicarme.
- Tu ama quiere que le de placer y vamos a tener sexo. Deberías haberlo percibido. En fin, es normal porque llevas menos de un día. Ya lo irás aprendiendo.
- Colócate en posición de sumisa junto a la cama – ordenó

Empezaron los juegos entre los dos, mientras yo miraba al suelo intentando reprimir mi lívido, que iba en aumento.

- Esclava, abre el primer cajón de la mesilla y agarra un preservativo – me dijo, con una voz más autoritaria de lo normal.
- Ábrelo y colócamelo – añadió

Hice lo que me ordenó y comenzó a penetrar a mi ama.

- Esclava, tu ama gime demasiado bajo y me gusta escuchar bien alto a la mujer a la que doy placer. Cuando ella gima, gime con ella. Así, tendré la sensación de estar penetrando y satisfaciendo a dos mujeres.

Intenté acompasar mi respiración a la de mi ama y acompañar sus gemidos con los míos, a un volumen más alto para que mi amo gozara mientras la penetraba.

- Esclava, quítame el preservativo y límpiame la polla con tu boca – me ordenó mi amo cuando hubo terminado de dar placer a mi ama.

Quité con cuidado de no arañarlo con mis uñas el preservativo de su polla, que aún se encontraba bien dura y la introduje dentro de mi boca para limpiarla.

- Ahora, vacía la mitad de la leche del preservativo en las braguitas que llevas puestas y bébete la otra mitad.
Bajé mis braguitas a la altura de mis muslos y derramé la mitad de su leche sobre ellas empapándolas. Al volver a subirlas la temperatura de mi cuerpo subió de golpe. Mi clítoris comenzó a picarme muchísimo por el contacto con la mezcla de leche de mi amo, mis propios fluidos y los fluidos de mi ama que aún quedaban en las braguitas. Bebí la otra mitad y mi amo me dio la orden de irme a mi dormitorio, hasta el día siguiente.

Una vez allí, hice mis necesidades en el arenero y caí rendida en la cama. Escuché el sonido del pestillo que cerraba la puerta por fuera y no recuerdo nada más, hasta el siguiente día.

La ausencia de cortinas hizo que la luz del sol entrara por la ventana bastante temprano, a pesar de tener un muro a escasa distancia de ella. Su luz directamente sobre mi cara hizo que me despertara casi al alba. La casa parecía tranquila. Acerqué mi oreja a la puerta y no parecía haber nadie despierto aún. Aproveché para hacer mis necesidades en el arenero, que después tapé con arena para evitar malos olores. Me di una ducha y me vestí con la ropa que mi ama había usado el día anterior.

Cuando estaba terminando de peinarme, mi ama abrió el pestillo de la puerta y entró con la correa en la mano. La enganchó a mi collar y de un tirón me arrancó del diminuto cuarto de baño sin mediar palabra. Me llevó a la cocina y entendí que mis amos querían desayunar. Hice todo con la mayor rapidez posible y en 10 minutos ambos se encontraban disfrutando de tostadas, café y zumo de naranja.

Cambié el plato de comida de mi amo Rufus por otro limpio y le cambié igualmente el agua por una más limpia para que pudiera beber.

Me disponía a desayunar cuando mi amo me paró y me dijo que esa mañana no podría desayunar. No quería decirme porqué, alegando que era una sorpresa y que lo entendería más adelante. Así que me dispuse a recoger la cocina mientras mis amos se vestían.

Engancharon la cadena a mi collar y me condujeron hasta el garaje, donde me senté en el asiento trasero del coche. Durante el trayecto, hablaban entre ellos hasta que mi amo se dirigió a mi observándome a través del espejo retrovisor:

- Nos dirigimos a un sitio donde no podrás hablar. Hemos dicho lo mismo que a nuestros vecinos. Eres muda y sorda. Así que no hablarás y nadie se dirigirá a ti. Nosotros seremos los que hablemos en tu nombre. ¿De acuerdo? - me preguntó.

Asentí con la cabeza, cada vez más nerviosa por la incertidumbre de nuestro destino.

Mi amo detuvo el coche y ambos miraron alrededor para cerciorarse de que nadie nos observaba. Salieron del coche y, después de volverse a cerciorar de que nadie miraba, abrieron mi puerta y me condujeron de forma apresurada al local que estaba justo frente al coche. Entramos y nos dirigimos sin pararnos al fondo de un pasillo, donde abrieron una puerta que daba acceso a una sala.

- Desnúdate completamente. Puedes dejar la ropa en esa silla de ahí - me dijo mi ama.
- Cuando lo hayas hecho, túmbate en esa camilla boca arriba - añadió

Hice lo que me habían ordenado y, cuando oía unos pasos acercarse, mi ama me tapó los ojos con un antifaz.

- Hola. Veo que ya está preparada - oí decir a una voz que no reconocía
- Sí, claro. Tal y como hablamos – le respondió mi amo.
- Sabéis que hemos de ponerle anestesia general, ¿no?
- Sí, sí. Claro. No come nada desde hace más de ocho horas. Tal y como nos advirtió.
- Perfecto. Ya me quedo yo con ella. Si lo preferís, podéis ir a la sala de espera. Tardaremos entre una y dos horas.

Oí como mis amos salían de la habitación y me quedaba sola con esa persona desconocida. Primero, procedió a fijar mis muñecas a la camilla donde estaba tumbada para, luego, notar un pinchazo en mi brazo derecho. Todo empezó a darme vueltas hasta que caí profundamente dormida.

Empecé a recobrar la conciencia muy poco a poco. Al principio, oía voces que no reconocía ni entendía para, después, reconocer a mis amos charlando entre ellos de forma animada.

- Creo que se está despertando -creí entender a mi ama.
- Voy a llamarlo –dijo mi amo

Oí como se abría la puerta y entraba alguien en la sala.

- Bueno. Veo que ya va despertándose - dijo la persona que se había quedado a solas conmigo mientras me tomaba la tensión para comprobar que todo estaba bien.
- Ha ido todo muy bien. Recordad lo que hablamos hace unos días. Las curas las podéis hacer vosotros mismos en casa. No es necesario ningún cuidado especial. Simplemente, tomar ibuprofeno cada 8 horas si tiene algo de dolor, aunque no es probable.

Al salir de la sala se despidió de mis amos, que procedieron a quitarme el antifaz y a ayudarme a que me incorporara sobre la camilla. Al hacerlo, noté un fuerte dolor en los pechos y en mi vagina.

Mis amos acercaron un espejo donde me podía ver mi cuerpo completo y observé como dos anillas colgaban de mis pezones y una tercera anilla sellaba los labios de mi vagina justo a la altura de mi clítoris. Un tatuaje cruzaba todo mi vientre, por encima de mi vagina, donde se podía leer “Esclava M.A.R”.

- Enhorabuena, esclava – dijo mi amo.
- Estamos muy orgullosos de ti - añadió mi ama.
- Ahora, como toda buena esclava, estás marcada por tus amos. En la anilla de tu pecho derecho, podrás ver inscrito en su interior el nombre de tu amo. En la anilla de tu pecho izquierdo, el de tu ama. Y en la anilla de tu vagina, el de tu amo Rufus -me explicaron.
- El tatuaje es más o menos algo habitual en todas las esclavas como tú. Hemos añadido nuestras iniciales al tatuaje para que se te reconozca como nuestra –prosiguieron.
- Te preguntarás el porqué de la anilla de la vagina sellando tus labios y tapando tu clítoris -continuó mi amo.
- Muy sencillo. Hemos querido hacerte más fácil sobrellevar el cinturón mental de castidad que te impide tener orgasmos. Cualquier roce sobre el clítoris puede hacer que tengas orgasmos indeseados -me aclaró mi ama.
- Quiero agradecerles todo lo que hacen por mí. Este regalo es mucho más de lo que merezco. Sólo espero poder devolverles toda la lealtad que mis amos se merecen y servirles durante toda mi vida –les dije agachando la cabeza en señal de sumisión.

Ambos sonrieron complacidos y agradecidos por mi sumisión.

- Sólo nos queda un detalle –me dijo mi amo al mismo tiempo que sacaba de una bolsa una pequeña caja forrada de terciopelo rojizo.

Sacó de la caja una cadenita, con multitud brillantes engarzados y que procedió a colocarme uniendo, en forma de Y, las dos anillas de mis pechos y la de mi vagina.

- Que seas esclava no está reñido con que queramos verte guapa tus amos y yo - me dijo mi ama al mismo tiempo que pasaba su mano por la cadenita parándose en cada brillante engarzado en ella, que reflejaban una luz especial.
- Vamos, vístete, que volvemos a casa - añadió mi ama al mismo tiempo que daba un pequeño tirón de la cadena, que me provocó una punzada intensa de dolor en mis dos pezones y en los labios de mi vagina.

Tardamos poco más de 10 minutos en llegar a casa y, al entrar, mi amo Rufus nos recibió moviendo la cola.

- Tu amo Rufus quiere salir, esclava – me dijo mi ama mientras entrábamos en casa
- No tardes, que tu ama quiere que le de placer -añadió mi amo.

Saqué a pasear a mi amo Rufus y volví todo lo deprisa que pude a casa, yendo directamente al dormitorio de mis amos, que ya se encontraban desnudos sobre la cama.

- No logro conseguir una erección. Esclava, estimúlame mi polla con las manos y la boca -dijo mi amo mientras se tumbaba boca arriba en la cama.

Noté cómo la anilla que sellaba mis labios tapando mi clítoris me causaba molestias impidiendo que mi vagina se abriera del todo al arrodillarme junto a la cama.

Comencé a estimular la polla de mi amo con mis manos, pasando posteriormente a hacerlo con mi lengua y mi boca mientras mi ama también lo intentaba por el resto del cuerpo. A veces, nuestras bocas coincidían a pocos centímetros sobre la piel de mi amo, causándome una excitación que hacía fluir nuevos fluidos.

Una vez que mi amo consiguió una erección le coloqué un preservativo y me coloqué junto a mi ama, arrodillada en posición sumisa y agarrando su mano para acompasar mejor sus gemidos con los míos.

Una vez que mi amo terminó de dar placer a mi ama, le quité el preservativo, limpié su polla aún erecta con mi lengua y procedí a derramar en mis braguitas la mitad de la leche recogida en el preservativo y a beberme la otra mitad.

Los días pasaron mientras me acostumbraba a mi nueva vida de esclava que, en los primeros días pensé que no sería todo lo placentera que deseaba pero que, al paso de los días, consiguió llenar mi espíritu como nunca hubiera imaginado. La abstinencia de placer sexual unida al placer de ver a mis amos gozar y ser, de cierta forma, partícipe de ello, hacía que mi nueva vida cobrara un sentido desconocido.

Mi amo había conseguido conquistar mi mente y, tal como predijo el primer día que me conoció, todo lo que ocurriera en el “mundo exterior” iba a dejar de tener relevancia para mí, quedando mi vida única y exclusivamente circunscrita a mis amos. Salía a la calle a hacer las compras o a pasear a mi amo Rufus y, tal y como pasó ese día, me sentía rodeada de una campana de cristal a través de la cual no veía a nadie y todo lo exterior se apreciaba borroso.

- Entras en esta casa como mente y como cuerpo. A partir de ahora, sólo eres cuerpo. Tu mente ya no es tuya. Es nuestra. Nosotros controlamos lo que piensas, cuándo lo piensas y cómo lo piensas. Será un proceso lento y silencioso. Pero, llegará el día en el que no pienses ni razones más allá de lo que tus amos dispongan. Entonces, sí, habrás llegado al punto que todos queremos. No sabemos cuándo ocurrirá, pero lo hará –me dijo mi amo en una de las diversas charlas que me dio los primeros días.

Una noche, mientras dormía plácidamente, oí como el pestillo de mi puerta se abría desde fuera.

- Buenas noches, esclava -susurró mi amo mientras entraba en mi habitación y volvía a cerrar la puerta.
- Necesito darme placer. Tu ama está con el periodo y no le gusta hacerlo en esos días. Ponte en la postura del perrito -continuó

Hice lo que me ordenó mi amo, que bajó las bragas de un golpe e introdujo su polla en mi vagina de un solo empujón. Gemí, mezcla de dolor y placer.

- No se te ocurra gemir, y mucho menos disfrutar y tener un orgasmo. Recuerda que te está prohibido tenerlos. No gimas, no hables, no te muevas – me susurraba mientras me penetraba con lascivia.

A la mañana siguiente, mis bragas mezclaban los flujos que mi ama había depositado sobre ellas el día anterior, la leche que mi amo había depositado dentro de mi durante la noche y que había resbalado hasta mojar mis bragas y mis propios fluidos, producto de mi imaginación durante toda una noche en vela.

Pasaron los días y las semanas y todo transcurría con normalidad en mi nueva vida.

Una noche en vísperas de navidad, después de cenar, mis amos se disponían a ver una película en el salón mientras yo recogía la cocina. Al terminar, me acerqué al salón para preguntar a mis amos si necesitaban algo más, cuando mi amo Rufus se cruzó en mi camino y comenzó a caminar junto a mí. Su respiración era más intensa que de costumbre y se le notaba alterado. Me paré en seco y mi amo Rufus, que no se había percatado de mi parada, prosiguió su camino dejando ver su enorme polla roja completamente fuera de su cuerpo. Estaba muy excitado, no había duda.

Seguí caminando hacia mis amos cuando mi vista se nubló y mis piernas dejaron de responderme. Se me nubló completamente la conciencia y comencé a entrar en un estado de trance del que ya me había hablado mi amo y que era producto de mi educación como esclava durante todo este tiempo. Era la primera vez que ocurría y, sin embargo, no me puse nerviosa. Estaba bastante tranquila y comencé a actuar como una autómata.

Sin saber por qué lo hacía, en el centro del salón, subí mi falda, bajé mis medias y mis bragas hasta la mitad del muslo y me arrodillé. Incliné mi cuerpo hacia delante pegando mi cara al suelo y dejando mi sexo expuesto mirando hacia arriba.

Mi amo Rufus comenzó a dar vueltas alrededor mío, sensiblemente nervioso, dejando un reguero de babas a mi alrededor. En una de esas vueltas se detuvo detrás mía. Puso sus patas delanteras sobre mi espalda y de un salto se incorporó para cubrirme. Noté, a continuación, como su enorme polla buscaba la entrada a mi vagina. Cosa que no tardó en encontrar para, a continuación, penetrarme de un solo golpe.

Mi vagina ardía de dolor y yo intentaba contenerme y no gritar.

- Schhhhhst. No nos dejáis escuchar la película -gritó mi ama mientras nos miraba con desagrado a mi amo Rufus y a mí.
- Deja que Rufus también disfrute de su esclava. Está en su derecho -dijo mi amo.
- ¡Creo que vamos a tener una camada de cachorritos! -añadió mi ama sensiblemente contenta, esta vez.

Mi vagina no dejaba de derramar la leche con la que mi amo Rufus me estaba inseminando y que parecía no tener fin. Resbalaba por mis muslos hasta formar un charco debajo de mí.

Cuando mi amo Rufus terminó de inseminarme me mantuve inmóvil. Cualquier intento de moverme me causaba un dolor muy intenso en mi vagina. Mi amo Rufus se bajó de mi espalda y se dirigió hacia mi cara, que comenzó a lamer.

- ¿Has visto eso? -gritó con alborozo mi ama.
- ¡Madre mía!, ¿Es verdad lo que estoy viendo? -gritó también mi amo.
- Sí, sí. ¡Qué alegría!

No entendía nada mientras Rufus me lamía la cara y yo no podía mover un solo músculo.

Mi ama se acercó a mí y me ayudó a incorporarme y a subirme las bragas y las medias. No entendía nada, pero ambos estaban exultantes.

- ¿Sabes qué acaba de ocurrir? -me preguntó mi ama
- No -dije mientras negaba con la cabeza y me agarraba a sus brazos para no caer al suelo
- ¡Tu amo Rufus te acaba de elegir como su hembra!

No entendía nada de lo que estaba ocurriendo. Salía del trance en el que había entrado hacía un rato y todo eran gritos y saltos a mi alrededor.

- Verás -prosiguió mi ama-. Cuando un San Bernardo insemina a una hembra y, a continuación, tiene un gesto de cariño hacia ella como lo ha tenido contigo, significa que la ha elegido como su hembra.
- Los San Bernardos eligen a una hembra y lo hacen para toda la vida. Son muy monógamos, podríamos decir -continuó explicando mi amo.
- Eso es -apostilló mi ama-. Tu amo Rufus te ha elegido a ti como su hembra y eso es para siempre. Rechazará a otras hembras, no dejará que ningún macho se acerque a ti y será a ti a quien insemine siempre.
- Sí, y a Rufus le gusta hacerlo hasta cuatro o cinco veces al día -dijo mientras alzaba las manos mi amo.

Sentí que todo me daba vueltas y caí sin conocimiento en el sofá.

Desperté sobre mi cama, en mi habitación. Mis amos me habían vuelto a vestir y noté en mis bragas una compresa, que me habían colocado para recoger toda la leche de mi amo Rufus que aún seguía saliendo de mi vagina, junto con sangre fruto de los pequeños desgarros que me había causado la penetración de mi amo Rufus.

Mi amo Rufus lloriqueaba tras la puerta de mi habitación mientras la arañaba. Seguramente fuera ese ruido lo que me había despertado.
- Maldito perro, que no nos va a dejar dormir -oí a lo lejos a mi amo.
- Haz lo que pide y dale a su hembra. Es suya también. Ahora, incluso más suya que nuestra -le respondió mi ama.
- Está bien, está bien.

Oí acercarse unos pasos que, al llegar a la puerta de mi habitación se pararon en seco. Alguien abrió el pestillo de la puerta y asomó la cabeza de mi amo.

- Esclava. Ven conmigo mientras te lo explico -me dijo mientras me ayudaba a incorporarme de la cama.
- Una cosa que no te dijimos es que los San Bernardos han elegido hembra, son muy posesivos con ella. Y Rufus quiere que duermas junto a él. Hoy dormirás a su lado, en su colchón en el salón. Mañana trasladaremos tu colchón junto al suyo y así podréis dormir ya juntos siempre.

Esa noche me acurruqué en el colchón de mi amo Rufus, que se tumbó detrás de mí y me abrazó con su pata delantera.

Las noches pasaban tranquilas. Salvo algunas en las que mi amo Rufus quería inseminarme dos y hasta tres veces durante la noche. Yo siempre actuaba solícita a sus deseos y, así, mi vagina se fue dilatando hasta ajustarse al tamaño de su miembro.

Durante los días, mi amo también quería inseminarme varias veces al día. Se acercaba y arrimaba su hocico a mi entrepierna, subiendo mi falda y olisqueando y lamiéndome mis braguitas. Estuviera haciendo lo que estuviera haciendo, siempre atendía igualmente a sus deseos y mi amo me inseminaba y disfrutaba de mí.

Toda su leche siempre caía derramada sobre el suelo, formando charcos que después recogía con la fregona.

Un día mi amo y mi ama me enseñaron a no desperdiciar nada de mi amo Rufus. Durante mis inseminaciones, colocaban un recipiente entre mis piernas para recoger toda la leche derramada. Esa leche, me enseñaron mis amos, era el mejor manjar y el mejor regalo que mi amo Rufus me hacía.

Así que, todas las mañanas hervía en una cazuela la leche recogida durante el día anterior. La nata de la leche la apartaba y me servía para untar las tostadas del desayuno. La leche hervida, junto con cereales, me servían de complemento al desayuno en un gran tazón.

Continuará…



Licencia de Creative Commons

Mi amo Rufus es un relato escrito por SoniaSev publicado el 06-12-2022 13:43:37 y bajo licencia de Creative Commons.

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