Tiempo estimado de lectura de 7 a 8 minutos

El bar del pueblo FIN
Escrito por Jorge Jog

Continué mi camino hasta la casa de mis amos mientras mi mente bullía de agitación. Mil preguntas sobre el futuro se acumulaban en mi cabeza. Aunque parezca increíble ni siquiera había pensado ni por un momento en que aquello podía ocurrir.

Cuando llegué, me moría por preguntarles, pero, naturalmente, no lo hice, tenía prohibido hablar si no era para pedir permiso o contestar a algo que me preguntaran. No obstante, mi cara debía ser en aquellos momentos tan expresiva que estoy seguro de que Tony, que fue quien me abrió la puerta, notó lo que ocurría. Se puso muy serio y me hizo levantar del suelo, en el que yo me había postrado para besar sus adorados pies, como siempre que llegaba. Entonces, para mi sorpresa, me indicó que me sentara en una silla delante de él, que tomó asiento en el sofá. Pronto Jaime se le unió. Tony, con la misma expresión seria, me dijo:

-Pedro -el que me llamara por mi nombre hizo saltar todas las alarmas en mi cabeza-, tenemos que hablar. Y no como amos y esclavo. En esta conversación somos iguales. Siéntete libre para decir lo que quieras.

Asentí, aturdido, y él continuó:

-Supongo que ya te has enterado de que nos vamos. Volvemos a Sevilla en un par de días. Tienen que operar a la madre de Jaime y parece que la recuperación va a ser más larga y complicada de lo que pensábamos. Entonces hemos decidido volver para estar cerca y poder atenderla en lo que necesite -suspiró y añadió: -En cualquier caso, nunca pensamos en quedarnos mucho aquí. Vinimos porque acababa de cerrar el bar en el que trabajábamos en Sevilla y un amigo de Ávila nos comentó que aquí buscaban gente para atender el bar, pero no somos mucho de vida rural. Esto solo ha hecho precipitarse las cosas…

Yo le escuchaba con un terrible nudo en el estómago. Después de una pausa, Tony continuó:

-Ahora te toca a ti tomar una decisión. Por supuesto era algo que te íbamos a plantear en algún momento, pero en las circunstancias actuales no puede esperar más -hizo una nueva pausa, mientras sus hermosos ojos me miraban con intensidad-. En este momento tienes dos opciones: o simplemente continúas con tu vida y te olvidas de todo esto o bien… te vienes con nosotros. Pero si decides venirte tiene que ser con una condición…

Se detuvo. Parecía costarle lo que me iba a decir. Entonces su marido tomó la palabra:

-Esa condición es que te tienes que entregar a nosotros ya totalmente y para siempre. Si vienes a vivir con nosotros ya solo existirás para servirnos. Tendrás que dejar atrás tu vida, tus estudios, todo… Ya no serás una persona, sino una más de nuestras posesiones. Todas las decisiones las tomaremos nosotros. Es verdad que ya venías haciendo todo eso, pero la entrega de la que te estamos hablando es mucho más seria y profunda. Ya no podrías volverte atrás…

Me quedé sin aliento escuchando sus palabras. Un terrible nudo me atenazaba la garganta. No obstante, impulsivamente, fui a hablar cuando Tony me detuvo:

-No contestes ahora, Pedro. Es una decisión mucho más importante de lo que te parece ahora. De hecho, ninguno de nuestros anteriores esclavos se atrevió a tomar ese camino. Y no queremos que te precipites. Vete a casa y piensa muy despacio sobre ello. Mañana nos darás la respuesta.

-Y recuerda -añadió Jaime: -no damos segundas oportunidades. La decisión que tomes será definitiva…

Quería hablar, pero las palabras no salían de mi boca. Decidí seguir su consejo (¿orden?), me levanté y, despacio y abrumado, me dirigí hacia la puerta.

Ya en la calle me pregunté por qué no había respondido de inmediato, aceptando sus condiciones y marchando con ellos. No podía ya concebir mi vida sin estar a sus pies. Pero me calmé y me dije que necesitaba pensar, que Tony tenía razón. En ese momento mi deseo y mi ansia por estar a su lado me obnubilaban completamente la razón. Llegué a mi casa y empecé a darlo vueltas, mientras mil sentimientos me abrumaban.

Y entonces apareció un nuevo sentimiento en mi corazón: miedo.

Miedo al futuro, miedo a qué sería de mí si mis amos se cansaban y me abandonaban, miedo a qué dirían mis padres al enterarse de que dejaba mis estudios, miedo a que yo mismo cambiase y ya no hubiese vuelta atrás, miedo de tantas cosas…

Por otra parte, me daba un poco de vértigo abandonarlo todo por ellos. Yo tenía verdadera vocación por la enseñanza y soñaba con dedicarme a ello. Iba a ser una renuncia dura. Y, ¿por qué no decirlo? Pese a mi pasión por mis amos, la idea de dejar de ser una persona y de perder para siempre mi independencia también asustaba un poco. Naturalmente pasé la noche en blanco, pensando sobre todo ello.

Y al final el miedo venció…

No me atreví a dar el paso. Sencillamente no me sentí preparado. Y así, a la mañana siguiente comuniqué a mis ya ex-amos lo que había decidido. Noté la profunda tristeza en sus rostros, especialmente en el de Tony, cuando se lo dije, pero me dijeron que lo comprendían, que respetaban mi decisión y que esperaban que fuese muy feliz. Tras esto, me dieron un abrazo afectuoso -el primero que me daban-, y me despedí.

Los siguientes dos días estuve en un estado de ánimo muy extraño. Me repetía a mí mismo que había tomado la decisión correcta y me daba ánimos para seguir adelante, haciéndome el fuerte, mientras luchaba por acallar la poderosa voz en mi interior que me decía que estaba cometiendo el error de mi vida. Naturalmente no aparecí por el bar esos días. Temía que mi firmeza flaquease demasiado si volvía a verlos. No obstante, cuando supe el momento en que se iban definitivamente, no pude evitar ir a despedirme de ellos.

Medio pueblo estaba allí despidiéndose cuando terminaron de cargar su furgoneta. Eran muy queridos por todos y les iban a extrañar mucho. Cuando llegó mi turno me acerqué y quise despedirme de ellos con un apretón de manos, para no despertar sospechas. No obstante, Tony volvió a abrazarme y de nuevo percibí la profunda tristeza en sus ojos. Jaime me estrechó la mano con expresión ansiosa, parecía preocupado por mí. Supongo que, pese a estar luchando denodadamente contra mis sentimientos, estos eran evidentes en mi rostro. Él me dijo en voz baja y con aprensión:

-No contactes con nosotros, Pedro. No sería bueno para ti. Es mejor que pases página cuanto antes y nos olvides.

Asentí y me aparté para dejar a otros del pueblo despedirse. Cuando al fin se subieron a la furgoneta y marcharon me fui para casa, aún haciéndome el fuerte. A medio camino, afortunadamente ya fuera de la vista de todos, de repente sentí como un aldabonazo en mi cabeza. ¡Mis amos se habían ido! ¡Se habían ido para siempre! ¡Ya no les volvería a ver!

Entonces una especie de congoja infinita subió desde mi estómago hasta mi garganta y sentí que no podía respirar. Me pareció que iba a morir en aquel momento. Caí de rodillas y aquella angustiosa asfixia explotó en un llanto terrible e incontrolado que me desgarró las entrañas…

Los días siguientes mi estado no mejoró en absoluto. Apenas me levantaba de la cama, no dormía ni comía. Solo lloraba y lloraba, lamentando una y otra vez mi decisión de no haberme ido con mis amos, con la sensación de haber tenido la felicidad absoluta al alcance de mi mano y haberla dejado escapar.

Al tercer día llamaron a la puerta. Fui a abrir en pijama, no me había vuelto a vestir. En la puerta apareció Mercedes. Me miró, bastante horrorizada al ver mi aspecto, y solo me tendió los brazos. La abracé, rompiendo otra vez a llorar sin poder evitarlo. Me sentía avergonzado, llevaba tres días sin ducharme y debía oler a demonios. A ella no la importó, me guio hasta el sofá y se sentó a mi lado, tomándome la mano.

-¡Hijo! ¡Mi pobre niñito, cuánto sufres! ¡Ojalá pudiera hacer algo por ti!

Aún entre lágrimas, inquirí:

-Mercedes… tú… ¿lo sabías?

-Claro que sí, cariño -dijo con una sonrisa amarga-. Todos en el pueblo lo sabíamos -ante mi extrañeza, no obstante, aclaró: -No, ellos no dijeron nada, te lo aseguro. Pero, ¿qué quieres? Es un pueblo minúsculo. Aquí no se puede mantener nada en secreto.

Volví a llorar y de nuevo me abrazó. Después, con la mano firme de una madre, me hizo ducharme, vestirme y me preparó algo de comer, que me esforcé en tragar como pude. Luego me dejó descansar, pero antes de marcharse me dijo que por qué no llamaba a Tony y a Jaime, que tal vez me sintiese mejor. Por muchos deseos que tuviese de hacerlo, yo descarté aquello por completo. Mis amos no daban segundas oportunidades, me lo habían dejado muy claro, y además Jaime me había dicho que no les contactara. La sola idea de que me rechazaran con enfado o hastío me aterrorizaba tanto que ni me lo planteé.

Así fueron pasando los días. Yo no podía hacer nada. Me pasaba el día en el sofá o en la cama, solo sintiendo un vacío terrible, una sensación de que nada en este mundo valía la pena. A veces miraba las estrellas por la noche, su vista era increíble en aquel lugar, y solo pensaba que tal vez mis adorados dioses estarían en algún lugar mirándolas también, y yo no podía estar con ellos. Y la angustia me invadía.

Mercedes venía casi todos los días, le di una llave y se pasaba para asegurarse de que comía algo y me lavaba. Viendo que no mejoraba en absoluto me sugirió que volviese a Madrid, pero yo me negué. No podía ver a mi familia o mis amigos en aquel estado. Sencillamente… no podía. Y cada día seguía muriendo un poco más por dentro, como si todo lo que me había gustado en el mundo se hubiese convertido en basura inútil. Creo que solo el dolor que iba a provocar a mis padres me impedía quitarme la vida.


Una de aquellas tardes estaba sentado en el sofá. Tenía delante la televisión encendida, pero no la veía. Mis ojos y mi mente solo miraban a ese vacío inmenso y desolado que era lo único que podía ver frente a mí. Entonces escuché la puerta de la calle abrirse. Pensé que sería Mercedes y, haciendo un esfuerzo sobrehumano, me volví para levantarme y recibirla. Entonces me llevé la sorpresa de mi vida. ¡Quien venía hacia mí no era Mercedes sino Tony!

Lo primero que pensé fue que aquello era irreal, que lo estaba soñando, como había hecho tantas veces en las últimas semanas. Pero, sueño o no, me lancé desesperadamente a besar los pies de mi amo. Tony no me dejó postrarme, me tomó en sus enormes brazos y me abrazó con calor. Entonces, al sentir la tremenda fuerza y poder de aquellos brazos, ya no tuve duda de que aquello era real y, sin poder evitarlo, estallé en sollozos. Él me tuvo así, abrazado, hasta que me calmé un poco y le dije:

-Amo… pero… ¿qué hace usted aquí?

-¿Tú que crees, perrito? -me dijo afectuosamente-. He venido a por ti…

-Pero… pero… ¿cómo? -balbuceé aturdido.

-Mercedes me escribió -contestó él-, y me contó lo que estabas pasando. ¿Crees que podía dejar que mi perrito sufriera así? Tenía que venir a buscarte…

-Pensé que ustedes no daban segundas oportunidades -dije con amargura.

-Bueno -sonrió él-, es una norma que nos pusimos nosotros mismos. Igual que se pone se quita -y mirándome intensamente continuó: -¿Sabes? Nosotros también te echábamos muchísimo de menos. Eras ya parte de nuestras vidas y parecía que nos faltaba algo importante, algo realmente fundamental para poder ser felices. No queríamos interferir en tu vida ni en tu decisión, pero estaba matándonos tu ausencia, mi querido perrito…

Es difícil expresar con palabras la felicidad que experimenté en aquel momento mientras escuchaba decir aquello a Tony. Las lágrimas seguían cayendo incontenibles por mis mejillas, pero ahora eran lágrimas de gozo.

-Entonces… ¿podré volver a ser su esclavo?

-Podrás volver a ser lo que quieras -dijo Tony con calidez-. Ya no vas a ser un objeto sin opinión. Puedes ser nuestro esclavo, nuestra mascota, nuestro amante… lo que desees. Ya no hay condiciones. Vas a tener la vida que quieras, siempre y cuando estés a nuestro lado…

-¿Seré suyo para siempre? -pregunté con ansia en la voz. Y él, apretándome de nuevo entre sus brazos me contestó con pasión:

-Nunca, ¡nunca! dejaré que nada ni nadie te aparte de mí otra vez…

Y entonces Tony hizo algo que nunca había hecho hasta entonces. Inclinándose, llevó su boca a la mía. El sabor de aquellos labios sensuales y viriles me embriagó mientras su lengua, firme y decidida, pero a la vez con infinita ternura, invadía mi boca, que se dejó poseer por completo, rendida ante su dios una vez más.

Y yo, entregado al indescriptible placer de aquel beso y rodeado de aquellos increíbles brazos, solo pude pensar que a veces no es preciso morir para alcanzar el paraíso…

FIN


Licencia de Creative Commons

El bar del pueblo FIN es un relato escrito por Jorge Jog publicado el 15-07-2022 16:25:59 y bajo licencia de Creative Commons.

Ver todos los relatos de Jorge Jog

 

 

32 No me gusta0
PARTICIPA!! Escribe tu opinión

MÁS RELATOS

 la esclava de Adam 2
 Escrito por joaquín

 Contra la pared
 Escrito por Zorra de Diego

 El abuelo Sebas
 Escrito por Yania

 Disciplina
 Escrito por Sonia VLC



   ACCESO USUARIOS

   
   
   
   BÚSQUEDA AVANZADA