Tiempo estimado de lectura de 4 minutos

El abuelo Sebas
Escrito por Yania

Mis padres habían salido hacía dos días de vacaciones, yo me reencontraría con ellos. Los últimos exámenes me habían impedido disfrutar de playa y sol. Salí esa tarde con mi pandilla de amigos, mermada por las salidas vacacionales. Mis dos amigas y yo, paseamos y poco más. Me despedí pronto, hastiada, sudorosa. Al llegar a casa me metí en la ducha, dejé que el agua cayera por mi espalda, por mi pecho. Dirigí el chorro de la ducha hacia mi vagina, abrí mis labios y experimenté un placer, súbitamente interrumpido por el timbre. Me sequé, puse el albornoz y abrí la puerta, era mi vecino Sebas, un tipo mayor que vivía en la puerta de enfrente. Quería hablar con mi padre, ver unos papeles del seguro de la comunidad de vecinos. Le dije que papa no estaba, pero yo misma podría mostrarle esos papeles. Le hice pasar, nos dirigimos al despacho.

Sebas era un hombre insoportable, viudo y aburrido, se dedicaba constantemente al papeleo de la urbanización y a husmear por todas partes. Tendría unos setenta años, frente a mis dieciocho de entonces era un anciano. Mientras buscaba los papeles no disimulé mi fastidio, pareció darse cuenta y murmuró una disculpa que fingí no escuchar. Al fin encontré la carpeta con sus malditos papeles y se la tendí con desgana. No reparé en que el cinturón de mi albornoz se había aflojado y dejaba al descubierto uno de mis pechos. Me di cuenta de cómo Sebas clavaba sus ojos en mi pezón que inmediatamente se puso duro, la situación me excitó y no me tapé. Pensé en mi inocencia que la visión de mi pecho respingón avergonzaría al viejo y se iría de inmediato. Pero decidió que los papeles debía mirarlos allí mismo, que sin permiso de mi padre no los llevaría.

En ese momento supe que el viejo estaba cachondo y empecé a jugar. Le invité a sentarse en la sala, yo misma extendí los papeles sobre la mesa, inclinándome hacia delante, para dejarle una visión perfecta de mi otro pecho, que ya amenazaba con salirse del albornoz. Le dije entonces que mientras el revisaba la póliza yo terminaría de arreglarme. "Cualquier cosa me llama". Me dirigí al baño para terminar de secarme, extendí crema hidratante por mis piernas, me detuve en mis muslos, despacito me dirigí a mis nalgas duras, acaricié despacito mi culo. Mientras una de mis manos se dirigía instintivamente a mi coñito, decidí abrir la puerta del baño. Mi instinto no se equivocó, a través del espejo lo vi. Al viejo Sebas en medio del pasillo, él también me veía a mí, gracias al espejo. Tomé más crema en mis manos y las puse sobre mis tetas, me acaricié despacito, mis pezones duros como piedras. Sebas no tardó en aparecer en la puerta, ya he terminado, me dijo. No respondí, solo le miré fijamente, ¿te ayudo? Antes de que respondiera, ya había tomado su porción de crema que me extendía por la espalda, deteniéndose cada vez que llegaba a mi culo. Tomé su mano y la dirigí a mi coño, ya mojadísimo. Mientras yo acariciaba su entrepierna, que crecía y crecía.

Cachondisima contemplaba las manchas de sus manos, manchas de anciano. De ese viejo que estaba a punto de penetrarme. Sus dedos se perdían dentro de mí y yo mientras no podía dejar de besarle. Lengua experta en mi boca. Tanto tiempo perdido con niñatos. Me dijo que hacía años que me deseaba, que me había visto crecer en la seguridad de que algún día me disfrutaría y a fe que lo estaba haciendo. Me masturbaba mientras mordía mis tetas, estirando mis pezones. Le pedí que se desnudara, me pidió ir a mi cuarto. Me tiró sobre la cama, abrió mis piernas y hundió su lengua en mi coño. Que delicia, tan larga y mojada, lamió todo mi sexo de un modo exquisito, mientras uno de sus dedos se introducía en mi ano. Al fin se separó unos segundos para desnudarse. Entre tanto yo me masturbaba y le sacaba la lengua. Una vez desnudo, al fin vi su tranca, una verga grande y gruesa, nervuda, preciosa. Me arrodillé para chuparla, para adorarla. Imposible tragársela entera me dije. Pero 60 años con aquel prodigio de polla habían dado para alguna experiencia.

Volvió a tumbarme en la cama, me pidió que dejara colgando la cabeza en el borde. Así lo hice, para recibir en mi boca aquella polla descomunal, que se adentró en mi garganta, con mis labios apretaba la base de su polla, mientras mi lengua a duras penas acariciaba su tronco. Sebas se movía, entraba y salía a placer de mi garganta mientras pellizcaba mis pezones. Completamente poseída por el deseo, me retorcía sobre mi cama. Solo deseaba que aquel tipo hiciera de mi lo que quisiera y a fe que lo hizo. Sacó su polla de mi boca, me puso a cuatro patas e introdujo su pollón en mi coño, de un solo golpe y dándome palmadas en el culo. Volvió a decirme que me deseaba desde hacía años, que hacía tres años que se hacía pajas pensando en mi coño. En el momento que mi vagina empezó a contraerse y antes de que un orgasmo me hiciera retorcerme de placer. Sebas escupió su leche dentro de mí y volví a correrme mientras sentía sus convulsiones. Nos quedamos tendidos sobre la cama sudorosos, agotados. En aquel momento supe que algo nuevo acababa de comenzar para mí.


Licencia de Creative Commons

El abuelo Sebas es un relato escrito por Yania publicado el 22-03-2022 02:37:50 y bajo licencia de Creative Commons.

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57 No me gusta0
Comentarios  
Kallisto slave
+1 #1 Kallisto slave 11-05-2022 03:42
Muy lindo, ahora esperona ver como continua y si los van a atrapar.
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