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Cornudo de mi esposa
Escrito por Slave

Mi esposa Vanesa es abogada y tiene un estudio en el que trabajan cinco empleados. Yo tengo un cómodo y aburrido empleo. Nuestra vida social es por demás activa: todos nos tienen como una pareja feliz. Y lo somos aunque ellos no conozcan ciertas tendencias que nosotros mantenemos en secreto.

Vanesa es una mujer de carácter fuerte. Esa personalidad la forjó desde su adolescencia cuando tuvo que hacerse cargo de su casa porque su padre la abandonó a ella y a su madre. Trabajó y estudió y nada pudo detenerla para que logre su objetivo de ser abogada. La rondaron, y la rondan, muchos pretendientes porque siempre fue una mujer hermosa: mide un metro setenta, tiene cabello castaño, hermosas piernas y turgentes pechos.

Como dije siempre la pretendieron muchos hombres. Entonces, ¿por qué me eligió a mí? Siempre fui un tipo medio. Después del colegio, gracias a influencias de mi familia, entré a trabajar en un empleo simple y me conformé. Mi carácter siempre fue tranquilo y nunca tuve problemas que los demás decidan por mí. Es verdad que dicen que tengo una buena figura, pero Vanesa me eligió como esposo porque ella siempre tuvo en claro que precisa de los hombres.

Desde la primera vez que tuvimos relaciones, cuando éramos novios, quedó en claro que era ella la que mandaba en la cama. Lo hacíamos cuando y como ella quería. Generalmente le gustaba usarme y duraba lo que ella deseaba. Siempre tuvo ese poder sobre mí: hacerme acabar cuando ella quisiera. Antes de ella, todas mis relaciones habían sido normales. Pero cuando empecé a acostarme con Vanesa todo cambió para mí. Ser totalmente pasivo fue lo que me volvió preso de sus encantos y ya no pude salir de su embrujo.

Lo que pasaba en la cama, aquella dominación aún light por llamarla de alguna manera, se trasladó, en cierta manera, a nuestra vida cotidiana. Vanesa decidió la fecha de nuestro matrimonio. Nunca me alentó a que yo progrese en mi vida laboral; por el contrario, siempre encontró cierto placer nunca expresado, en que sea ella la que aportara la mayor parte del dinero que ingresaba a casa. Gracias a su carácter tenaz logró ser una respetable profesional.

Mientras, el ritmo de nuestras relaciones sexuales fue acomodándose a las tendencias de Vanesa. Yo aceptaba gustoso y cada vez más dependiente este rumbo. De aquellas insinuaciones surgidas en nuestros encuentros cuando éramos novios, pasamos a verdaderos rituales nunca pactados previamente. No vale la pena comentar como evolucionamos, basta citar como ejemplo a que punto habíamos llegado un año atrás, momento en que se produjo un hecho que profundizó aún más las características dentro de las cuales hacíamos (me hacía) el amor con Vanesa.

Por aquel entonces después de cenar, ella entraba a la habitación y significaba que yo debía prepararme. Esto quería decir que debía quitarme la ropa y quedarme en slips. Entonces, debía ir hasta ella que generalmente me aguardaba con los brazos en jarra, recostada contra una de las paredes del cuarto. Lentamente debía quitarle la ropa, su blusa, la falda que siempre usa por encima de la rodilla, hasta que quedara solamente en tanga, medias negras y zapatos de tacón. Entonces, yo comenzaba a adorarla, esto es, besarle, rozarle, cada parte de su cuerpo, su cuello (su boca me está vedada) sus hombros, sus pechos, las piernas, sus pies. Llegado a este punto, Vanesa se daba vuelta y permitía que le bese largamente el culo y la espalda. Una vez finalizado esto, debía esperar.

Por lo general, debía seguirla de rodillas hasta un sillón que está en un rincón del cuarto. Una vez allí, debía sacarle lentamente las medias, besarle las piernas, los muslos hasta llegar a sus pies. La descalzaba y le masajeaba cada dedo. Después me hacía una seña (bastaba eso, que me hiciera una seña, rara vez me hablaba) entonces, recorría el camino inverso, volvía a subir con mi boca por sus piernas. Entonces, ella me agarraba de los pelos y me mantenía largos minutos a escasos centímetros de su sexo, haciéndome desear con locura lo que yo más quiero en el mundo. Por fin, dejaba que mi lengua hurgue entre sus pliegues, con suavidad primero, con mayor frenesí más tarde hasta que Vanesa estallaba en su primer orgasmo.

Era el momento de seguirla, siempre de rodillas, hasta el baño que está dentro de nuestro cuarto. Allí Vanesa tomaba un largo baño; yo permanecía de rodillas esperando con la toalla en la mano a que ella terminase. Cuando apagaba la ducha yo la secaba; luego calzaba sus pies en unas sandalias de tacón. A continuación me retiraba y la tenía que esperar al costado de nuestra cama. Y ahí empezaba el verdadero juego de Vanesa, lo que más le agradaba hacer. Muchas veces me vendaba los ojos: entonces la oía andar a mí alrededor, se detenía de pronto y comenzaba a acariciarme el pene durante uno o dos minutos, al tiempo que me besaba largamente. Me dejaba para situarse detrás de mis espaldas y sentir sus pechos en mis espaldas, mientras con su mano me apretaba fuertemente las nalgas.

Volvía a agarrarme del pene y me conducía al sillón. Me obligaba a sentarme. Allí me sometía a todo tipo de dulces tormentos. Me pisaba el pene con sus sandalias y yo le tenía que besar la rodilla que quedaba a la altura de mi boca. Después se sentaba a horcajadas y se contorneaba aunque ignoraba mi pene enhiesto lo que me enloquecía aún más. También podía suceder que tomara mi miembro con sus manos y simulara introducirlo en su sexo pero mi glande apenas si rozaba sus labios vaginales. Más tarde se dedicaba a una larga succión aunque al mismo tiempo apretaba la base de mi pene lo que dejaba muy lejos la posibilidad de correrme; me refregaba sus pechos en la cara; me ofrecía su culo aunque apenas lo rozaba con mi boca.

Después me llevaba, por fin, hasta la cama. Allí debía esperarla acostado boca arriba. Vanesa se trepaba y se paraba con las piernas al lado de mi cuerpo. Comenzaba a bajar lentamente hasta que su sexo se depositaba en mi boca. Yo lo besaba con pasión. Podía suceder también que Vanesa me regalara con un 69 que me volvía más loco porque ella tenía un terrible orgasmo pero yo no. Cuando Vanesa acababa se echaba rendida a un costado mío. Entonces, yo le preguntaba si podía correrme: si ella me autorizaba, podía besarle el cuerpo, acariciarla, pero ella no hacía gesto alguno: yo tampoco podía tocarme, debía correrme solamente adorando su cuerpo. En el caso que Vanesa no me permitiera correrme debía esperar hasta la próxima ocasión o descargarme solitariamente en el baño cuando ella se dormía.

Así eran por lo general, nuestras relaciones sexuales. Debo aclarar que no había violencia ni física ni verbal. Fuera de nuestra habitación, repito, éramos una pareja normal. Pero hace un año sucedió un hecho que conmovió nuestra existencia y que puso las cosas en el lugar en que hoy se encuentran.

Una tarde de verano yo había vuelto del trabajo. Estaba solo. Sonó el timbre y cuando abrí la puerta me encontré con un mensajero que me entregó un paquete que estaba dirigido a mí. Era un dvd. Intrigado lo coloqué inmediatamente en el ordenador y me puse a verlo.

Era una filmación en el estudio de Vanesa. Apareció ella y le sonrió al objetivo. Luego se sentó detrás del escritorio. Enseguida apareció uno de los empleados que trabaja con ella. Era un muchacho joven, alto y delgado, se llama Rubén y era el último que había entrado a trabajar con mi esposa.

Él se paró al lado del sillón giratorio de Vanesa que lo miró sonriéndole. Luego, sin preámbulos, Vanesa le desabrochó los botones de la bragueta y extrajo su miembro. Era un pene imponente que mi esposa comenzó a masturbar lentamente y cada tanto se lo llevaba a la boca. Rubén no hacía nada, tenía los brazos colgados al costado del cuerpo pero no atinaba a nada, solo disfrutaba. Luego de un rato, él se puso de rodillas. Entonces, mi mujer se abrió de piernas y dejó que él le quite las medias y la bombacha. Ella le colocó la tanga en la cabeza y él se sumergió en el sexo de mi mujer y comenzó a lamerla. Se veía que Vanesa gozaba hasta que en un momento ella se incorporó y dio vuelta al escritorio, quedando más cerca de la cámara. Él la siguió de rodillas, hasta que se tumbó boca arriba delante de ella. Vanesa comenzó a pisotearlo con sus zapatos de tacón y le restregó varias veces la suela por la cara, hasta que se cansó. Entonces, me pareció que ella le ordenó que se desvistiera. Rubén la obedeció. Cuando quedó desnudo volvió a acostarse boca arriba. Mi esposa se paró detrás de la cabeza de él, se agachó y tomó con su mano derecha el pene de él y comenzó a tirar. Rubén sufría porque Vanesa sin compasión, estiraba su pene lo que hacía que él levante sus espaldas varios centímetros del suelo.

Por fin Vanesa lo dejó en paz. Se colocó encima de él y se introdujo el miembro. Lo cabalgó un rato; después se quedó un rato quieta mirándolo fijamente. Eso provocaba que él se revolcara pidiéndole que siga moviéndose pero ella no le hacía caso, le acercaba los pechos hasta el rostro que pugnaba por besarlos pero no lo conseguía. Vanesa se reía. En un momento pareció que quería sacarse el pene pero la punta del glande quedaba la borde de sus labios hasta que se lo volvía a introducir. Al fin se irguió como una diosa y se movió unos minutos más y estalló en un orgasmo. Se derrumbó encima de él, recobró el aliento, se incorporó y el quedó tendido esperando. Vanesa se tomó su tiempo; se paró y comenzó a patearle con suavidad el pene originando que él se corriera lanzando una cantidad impresionante de leche. Después Vanesa se acercó hasta la cámara y la apagó.

Yo no pude creer lo que había visto. Por un lado tenía una erección brutal; pero por otro, no pude contener las lágrimas. Nunca pude imaginar que mi mujer me metiera los cuernos. Tampoco entendía por qué y quien me había mandado aquella cinta. Me sentía ultrajado, triste porque creía que yo le había dado todo y no creía merecer que ella tuviera que relaciones con otros hombres.

Cuando regresó esa noche del trabajo, no sabía cómo actuar. Había imaginado muchas posibilidades: gritarle, insultarla, pegarle. Pero estaban los chicos por lo que tuve que esperar que ellos se duerman. Luego de acostarlos fui a nuestra habitación. Vanesa leía en la cama. Yo me desvestí y me acosté al lado de ella. Entonces, con voz entrecortada le dije lo que había visto en el dvd. Ella cerró el libro, y se colocó boca abajo, adoptando esa posición que tanto me gusta, con la cabeza escondida entre sus brazos.

Me escuchó sin decir nada. Yo me desahogué, le dije de todo. Ella me dejó terminar. Cuando me callé, ella apoyó su cabeza en su mano derecha y me miró sonriendo. Con voz muy tranquila me dijo:

- El dvd te lo mandé yo. Me pareció mejor que vieras con tus propios ojos como disfruto con Rubén. Vas a tener que decidir... No me quiero separar de ti porque te quiero. Pero tampoco quiero perder a Rubén... viste lo bien dotado que está... Me encanta meterme ese tremendo pedazo, que no es por menospreciarte, pero no se puede comparar con el tuyo... Y él está loco conmigo, puedo hacerle hacer cosas que ni te imaginas... Entonces te doy esta alternativa: o nos separamos o te tragas tu orgullo y aceptas mi relación con Rubén... Además podemos pasarlo muy bien los tres juntos.

Dicho esto se quitó la sábana que la cubría y volvió a quedar con la cabeza entre sus brazos. Mientras trataba de digerir lo que había escuchado no podía quitar los ojos de su hermoso culo, de su espalda, de sus piernas. Me largué a llorar y aunque mi razón decía que debía irme inmediatamente de allí, me venció el hechizo que Vanesa tenía sobre mí. Sin poder controlarme me lancé sobre ella y como un perrito, llorando, comencé a besarle sus nalgas, su espalda y sus piernas. Escuché que ella sonreía y decía:

- Así me gusta... Yo sabía que ibas a entender.

Esa noche, como regalo a mi sumisión, a ser un cornudo, Vanesa me obligó a ponerme en cuatro patas y me ordeñó como si fuera una vaca.

Después de aquello, pasaron dos meses sin que sucediera nada. Aunque imaginaba que Vanesa seguía manteniendo relaciones con Rubén, y esto me excitaba aún más, nada decía ella sobre su nuevo amor. Hasta que un viernes, me dijo:

- Este fin de semana quiero darte una sorpresa.

El sábado por la tarde me dijo que me desnudara, que vaya al cuarto y que la esperara sentado en el sillón y que hasta que ella no me lo ordenara no me moviera de allí. Le obedecí, nunca imaginé lo que me esperaba. Oí que tocaban el timbre y que Vanesa recibía a una persona. Al poco tiempo entró a la habitación acompañada por Rubén.

- Bueno, creo que la vamos a pasar bien los tres juntos. ¿No? No quiero que habléis entre vosotros. Tendréis que hacer lo que yo quiera. ¿Entendido?

Rubén no le contestó nada. Yo no podía creer lo que estaba sucediendo. Pero no me atreví a moverme.

Aquel fin de semana fue una muestra de lo que sucedió muchas veces más. En realidad, los que disfrutaron fueron ellos, porque yo fui el último eslabón del triángulo. Vanesa estaba, y lo sigue estando, hechizada con el terrible pene de Rubén. Le encanta tenerlo entre sus manos, aplastarlo con sus pies, enloquecerlo con largas mamadas. Le controla tanto o más que a mí el orgasmo, muchas veces lo hace llorar suplicándole que le permita acabar. A mi Vanesa me tiene como el sirviente de los dos. A veces deja que me masturbe mientras los veo follar. Pero la mayoría de las ocasiones debo besarle los pies mientras ella está montada encima de él o permite que le bese el culo. También me obligó a que me inicie en el campo homosexual porque Rubén me ha roto el culo mientras yo le chupo la vagina a Vanesa o se la tuve que mamar hasta que se le vuelva a parar después que ella lo haya dejado exhausto. Pasamos encerrados días enteros sometidos Rubén y yo a los placeres de Vanesa.

Yo ya me acostumbré y la verdad es que no imaginó la vida sin Vanesa por más que mi orgullo de hombre y de marido lo haya tenido que tirar a la basura.


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Cornudo de mi esposa es un relato escrito por Slave publicado el 18-09-2022 01:34:33 y bajo licencia de Creative Commons.

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