Tiempo estimado de lectura de 8 a 9 minutos

Amigas para siempre I
Escrito por Lena

- ¿Qué te ocurre Elena? Cada día se te ve más triste. Sabes que a mí me lo puedes contar todo.

Como muchas tardes María se había encontrado con ella para tomar un café. Hacía tiempo que se conocían y podía decirse que eran grandes amigas. Aunque Elena, con sus cuarenta y cinco años, sumaba cinco años más que ella, podía decirse que eran dos mujeres maduras, aun así atractivas, cada una en su estilo. Elena, más curvilínea, más mediterránea, con su cabello largo, siempre algo alborotado, Maria, más delgada, con su cabello más corto, aunque no menos alborotado que el de su amiga, las dos coincidían en el color, castaño claro y las dos aún se hacían mirar, lo cual no dejaba de gustarles.

- No es nada. Solo un poco baja de ánimos.

- Se trata de Miguel. ¿Verdad?

Maria conocía perfectamente la relación que mantenía Elena con aquel hombre, no la entendía, pero tampoco la juzgaba. Después de todo hacía feliz a su amiga y con ello le bastaba. Un par de veces los había visto juntos, aunque no había llegado a cruzar ninguna palabra con él. Era un hombre de unos cincuenta años, realmente muy bien parecido, pero pensaba que esto no justificaba que su amiga se sometiera a todos sus deseos. Su amiga, una mujer respetable y respetada. Ella también tenía fantasías de sumisión, pero ni se le pasaba por la cabeza llevarlas a la realidad, claro que ella tenía a su esposo, a Kim, mientras que Lena permanecía soltera.

- Sí. Sabes que hago todo lo que él quiere, pero por lo visto no es suficiente para él. Hace una semana que no me llama y no creo que me vuelva a llamar más.

- ¿Que ha pasado entre vosotros para que pienses esto? No creo que te deje, No encontrará otra mujer como tú.

- Si lo hará. Lo hará si no hago lo que me pide y no lo voy a hacer.

- ¿Tan grave es? me dijiste que él siempre había respetado los límites que habíais pactado.

- Sí, sí. Solo que esto es distinto.

- Dime ¿De qué se trata? Quizá pueda ayudarte. Contarlo te hará bien.

Nunca la había visto así, con los ojos enrojecidos, a punto de llorar. Hubo un largo silencio hasta que Lena decidió hablar.

- Quiere que le mande una foto tuya y no lo voy a hacer por nada del mundo.

- ¿Una foto mía? ¿Pero una foto cómo? ¿Una foto desnuda o algo así?

- No. Es más sutil que esto, al menos al principio.

- Pues, si es solo esto, hazme una foto y se la mandas.

- No lo entiendes, esto no terminará así, después pedirá que te lo presente o cualquier otra cosa para conocerte. No sabes de lo que es capaz de hacer.

- Por favor, Lena, sabes cuanto quiero a Kim y que nunca le he sido infiel. No conseguirá nada de mí. Tengo cuarenta años, no soy una niña. Durante estos años más de un hombre ha intentado salir conmigo y sé muy bien cómo sacármelos de encima. Tu mándale la foto y si quiere conocerme, pues me conoce y ya está.
Yo lo que quiero es que tu no estés así.

- ¿Estás segura?

- Claro que lo estoy. Estoy muy segura dei. Venga, hazme una foto y se la mandas.

Así lo hizo. Al instante recibió un mensaje, mensaje que dio a leer a su amiga.

- Al fin te has decidido a obedecerme, putita. Mándame su teléfono.”

- No entiendo cómo dejas que te trate así y menos que a ti te guste. Te aseguro que un tipo así lo tiene muy crudo conmigo. Mándale mi teléfono, si llego a verlo ya te diré como ha ido, seguro que no insistirá más.

- Así me gusta. ¿Está contigo?”

“Sí, señor”

- Ya no recordaba que lo tratabas de señor. Se nota que no sé muy bien cómo van este tipo de relaciones. Me cuesta entenderlas, aunque no soy nadie para juzgarlas.

- Sabes que soy su sumisa…

- Sí. Sí…en fin…Mientras a ti te guste, nada que decir. Aunque me cuesta imaginarte así.

“Dile que la llamaré en un par de horas. Ya te avisaré para vernos tú y yo”

Cuando llegó a la terraza de aquel bar él ya la estaba esperando, tomando una copa de vino. Lo que sabía de Antonio era lo que le había contado su amiga. Se trataba de un empresario con varios negocios. Elena lo había conocido hacía como un año, como cliente de su bufete de abogada. La tenía totalmente a su merced, hasta el punto de haberla entregado a otros hombres. Aún recordaba el día que le mostró unas marcas de azotes en sus nalgas. Según decía no ya podía prescindir de él, de aquello y ahora allí estaba, vestido, elegantemente con su traje, aunque sin corbata.
Ella había escogido, para la ocasión, un vestido discreto, aunque con la falda algo corta, de color gris claro, ligeramente escotado, tampoco quería vestirse como una monja, que viera que no le tenía miedo.

Se levantó para saludarla, tendiéndole la mano y dándole dos besos en la mejilla.

- Bueno, al fin nos conocemos. ¿te pido un vino para ti?

- Prefiero un café con leche. Gracias.
Aunque, a decir verdad, para ello no tenías que hacer sufrir a mi amiga, con pedirle que nos presentará habría habido suficiente.

- Tenía mis razones. Además, nunca nos habría presentado.

- No veo por qué, ni qué razones tenías para insistir tanto.

- No nos habría presentado porqué Lena es muy celosa y más de ti. Tenía que conocerte para que se diese cuenta de que no tengo ningún interés en ti.

- Vaya, esto suena poco galante por tu parte. Además, no veo por qué puede tener celos de mí.

- No te lo tomes mal, no digo que no seas atractiva, pero ella ya debería saber que las mujeres como tú no responden a mis expectativas.

- Entiendo que no quieras nada con mujeres casada.

- No es esto. No tengo ningún problema con las casadas, al contrario.
Mira, me gusta ser claro, tanto en los negocios como en las relaciones. Hay dos tipos de mujeres, sobre todo entre las casadas; las que tienen fantasías y quieren realizarlas y las que nunca se atreverían a ello y tú perteneces al segundo tipo.

La conversación se estaba volviendo tensa y embrollada. María, más que incómoda se sentía desafiante delante de la soberbia con que hablaba aquel hombre.

- ¿Qué sabe tú de si tengo fantasías? y en caso de tenerlas, cuales puedan ser estas. A lo mejor no me hace falta fantasear porque estoy totalmente satisfecha con las relaciones que mantengo con mi esposo.

- Solo hace falta haber conocido a mujeres en tu situación para saberlo. Haber conocido a mujeres y haber leído un poco los estudios que hay sobre el tema, vuestras fantasías son muy recurrentes.

- Bueno. ¿Podemos dejar esto aquí y hablar sobre otros temas?

- Sí, sí claro y disculpa si te has sentido violentada.

En aquel momento noto su mano en su rodilla, en su muslo. Aquello era demasiado.

- No, por favor. Aquí no. ¿Quieres ponerme en evidencia?

Fue decir esto y darse cuenta de su error; “Aquí no” era tanto como decir en otro sitio sí y encima se lo pedía por favor. No tenía que haber dicho aquello o quizá le había traicionado su inconsciente, un típico lapsus lingue, revelador. Lo cierto es que no sabía cómo cortar aquello.

- Discúlpame una vez más. Tienes razón. Estamos cerca de tu casa y alguien podría reconocerte.

- Es mejor que me vaya. Conocerte no sé si ha sido una buena idea.

- ¿Seguro que quieres irte?

- Si…Sí…Será lo mejor.

Maria había perdido toda su seguridad. Sí, lo mejor que podía hacer era irse, ya no tenía ningún control sobre la situación.

- Está bien. De todas maneras, te mandaré mi dirección por si un día quieres seguir conociéndonos. De cuatro a siete suelo estar solo en casa.

Le iba a decir que no hacía falta que se la mandara, pero no quería alargar más aquello. Pensaba borrar el mensaje en cuanto lo recibiera. Pensaba borrarla, pero no lo hizo.

Aquella noche tardó en dormirse.

………………………………

Aún estaba a tiempo de no llamar al timbre, a irse de allí. Vestía como el día anterior, el día que lo había conocido. No habían transcurrido ni cuarenta y ocho horas cuando su mano temblorosa llamaba a aquella puerta.

- Vaya. pensaba que tardarías más. Pasa, vamos al salón. Hoy si querrás vino. ¿Verdad?

- Sí, por favor.

Vestía de forma informal, una camiseta de manga corta, que dejaba al descubierto unos brazos fuertes y musculosos, esto y unos tejanos ajustados le daban un aspecto más joven.

¿Dónde lo dejamos ayer? A sí. Aquí. Justo aquí.

Sentado a su lado, en aquel sofá, ponía la mano en su muslo.

- Yo…Yo nunca…

- Tranquila. Lo sé. Seguro que lo harás bien.

- No sé porque estoy aquí…

- Sí lo sabes. Lo sabes muy bien. Estás aquí porque esta noche, mientras él dormía has estado tocándote, imaginando lo que haría contigo.

Su mano acariciando su muslo, no podía evitar humedecerse.
Cada vez lo haces con más frecuencia, fantaseando con ser usada por los hombres, cediendo al placer ¿Verdad?

- Si…

- ¿No te ha dicho tu amiga como quiero ser tratado?

- Sí, señor. Discúlpeme, señor.

- Así está mejor. Levántate y desnúdate. Ahora.

Las manos de María temblaban mientras se desnudaba. No se atrevía a mirarlo, a mirar a sus ojos.

- ¿Qué pasa? Solo quiero ver como eres ¿Te da vergüenza?

- Sí…Sí, señor.

Aquella mujer era más fácil de lo que había imaginado. Sabía que podía hacer con ella lo que quisiera, que pronto no sería más que una perra.

- Vaya, veo que tienes las tetas muy sensibles.

Los pezones se le habían endurecido solo con rozar sus senos con sus manos.

- No estás nada mal por la edad que tienes. ¿Cuánto crees que pagarían por ti?

- No. No lo sé, señor.

- No te hagas ilusiones, las hay muy jóvenes, a tu edad solo servirías para comer pollas o como pajarillera. Esto o estar dispuesta a dar cualquier servicio que se te pidiera.

Acariciaba su espalda, sobaba sus nalgas. Ella sentía vergüenza, insegura, pero también cada vez más excitada.

- ¿Ya te encula tu esposo?

- Solo lo ha hecho en pocas ocasiones. Me duele cuando lo hace, señor.

- A todas os duele las primeras veces, esto no es motivo para no hacerlo hasta que deje de doleros, hasta que os vicies a ello. No temas, no te romperé hasta que tu misma me lo pidas, que de seguro será más pronto de lo que piensa.

Sentía su olor. su cuerpo tan cerca de ella, el bulto de su pene es sus nalgas. Deseaba ser suya.

- Estás más buena de lo que pensaba. ahora entiendo los celos de Lena. Sus miedos. Me gustas ¿Sabes? Y me gusta como llevas el coño. Cómo brillan las humedades en tu bello.
Tócate. Tócate para mí, como haces cuando estás sola.

- ¿Que…?

- Que te toques ¡Joder! No me hagas repetir las cosas.

Antonio, sentado de nuevo en el sofá, la observaba.

- Ábrete de piernas. Así. más fuerte. Tócate las tetas mientras frotas tu clítoris, tu coño. ¡No pares!

Se levantó para sacar, de un cajón, un consolador negro, de látex, realístico.

- Clávatelo. ¡Clávatelo, perra!

Por primera vez la llamaba como sabía que la llamaría. Sí, era una perra. Cada vez movía su mano con más fuerza, con más rapidez, clavándose aquello. Tuvo que apoyarse en la pared para no caer de rodillas, sus piernas temblaban, suspiraba, jadeaba.

- ¡PARA! ¡PARA YA!

Ya no podía, ya no podía parar.

- ¡TE HE DICHO QUE PARES, PUTA!

Fue la primera bofetada que recibió, de las muchas que recibiría a lo largo de los días, de las semanas siguientes. Si quedaba algo de lo que ella había sido hasta entonces aquella bofetada terminó con ello.

- Arrodíllate. Ya sabes lo que quiero de ti ahora ¿No? O tengo que explicártelo.

Mientras decía aquello se quitó su camiseta, mostrando su torso, moldeado. Ella, obediente, desabrochaba su cinturón, bajaba la cremallera de su bragueta.

Allí estaba, frente a su cara, aquella polla, erecta. Aquella polla ya deseada. Quería besarla, lamerla, adorarla. La cogía con una mano mientras lo hacía.

- Las manos en la espalda y ni se te ocurra tocarte. Come, venga, come.

Llenaba toda su boca. La mano de él en su cabeza.

- Traga más, puta, traga más.

Obedecía, obedecía hasta que le dieron arcadas.

- No sabes ni hacer una buena mamada.

- Perdóneme señor. perdóneme.

- Tendré que decirle a Lena que te enseñe.

- ¿Se lo va a contar, señor? ¿Le va a contar que he estado con usted?

- Mejor se lo cuentas tú, el cabreo será menor, pero espera un par de días en hacerlo, aun no se si me sirves como perra.

- Aprenderé, señor. Lo haré bien, de verdad.

La cogió por los cabellos obligándola a ponerse de pie. Ya no le importaba sentirse humillada, solo deseaba complacerlo.

- ¿Querrás que te follé? ¿Verdad?

- Sí…por favor, señor. Es lo que más deseo.

Lo miraba con sus ojos humedecidos, a punto de llorar. De llorar por ella, por saber en que se estaba convirtiendo, pero también por sentirse tan inútil frente a aquel hombre.

La llevó, casi a rastras, hasta su habitación, tirándola como un saco encima de la cama. Se terminó de desnudar, después de atarla en los barrotes del cabezal, con dos muñequeras. Ella, silenciosa, solo esperaba, deseaba, ser penetrada.

Lo hizo de un solo golpe, no le fue difícil, estaba chorreando.

- Así es como lo quieres. Así es como siempre lo has deseado.

- Sí. Sí. No pare. no pare por favor. Señor. No pare.

Nunca había sido tomada de aquella manera. Suspiraba, jadeaba, gemía, abría su boca como buscando otra polla con qué llenarla.

- Eres una puta viciosa. Una perra. Te dejarías follar por cualquiera, ahora. Por cualquiera.

- Sí. Sí. Dios mío.

Tuvo un orgasmo como nunca había tenido, mientras él la llenaba con su leche. Con su leche de macho.

- Gracias. gracias, señor.

No hubo caricias ni muestras de afecto después de aquello. La desató mientras le decía.

- Ahora vístete y lárgate, que tengo cosas que hacer. Te quiero mañana, aquí, a la misma hora. Mejor aún, envíame la dirección de tu trabajo y la hora en la que sales, haré que te recoja mi chofer.

- ¿Su chofer, señor?

- Sí. Mi chofer. Lárgate ya.

Ni siquiera hubo un beso de despedida. Aquello le hizo sentir nada. para él no era nada.


Licencia de Creative Commons

Amigas para siempre I es un relato escrito por Lena publicado el 01-08-2022 22:22:53 y bajo licencia de Creative Commons.

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22 No me gusta0
Comentarios  
elena44
0 #2 elena44 27-08-2022 22:22
Gracias menuda :)
Menudaymona
0 #1 Menudaymona 27-08-2022 12:31
Psicológico y morboso a la vez, enhorabuena!!
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